En Medio Oriente hay muchos regímenes autocráticos donde la democracia, los derechos humanos y la libertad de expresión son una quimera. ¿Quién tiene la culpa y qué se puede hacer para remediar la situación?
Otras regiones, como África, América Latina y también algunos países islámicos que tuvieron regímenes autoritarios se democratizaron, pero en el mundo árabe todavía hace falta un cambio sísmico en esa dirección.
Occidente acusa a los regímenes árabes de ser responsables de la falta de transparencia y de responsabilidad. Por su parte, esos países, con un significativo apoyo de la ciudadanía, lo culpan de su asistencia económica, política y militar a las dictaduras de Medio Oriente.
Otro asunto son las duras acciones que se toman contra gobiernos islámicos elegidos democráticamente, pero que no se ajustan a las necesidades geopolíticas inmediatas de Estados Unidos o de Europa.
Un ejemplo de ello es el triunfo del conservador Hamás (Movimiento de Resistencia Islámica), que obtuvo la mayoría en las elecciones palestinas de 2006 democráticas, libres y justas, realizadas bajo presión de Estados Unidos y de Israel y supervisadas por la comunidad internacional.
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Israel apoyó política y económicamente a Hamás en sus inicios a fines de los años 80 con la esperanza de que el movimiento se convirtiera en un baluarte contra la secular Organización para la Liberación de Palestina (OLP), el partido que dominaba la política palestina.
Pero cuando la resistencia islámica se volvió demasiado poderosa para Israel, desde Estados Unidos, aliado del estado judío, se apuraron a cambiar el rumbo de la situación.
La aplastante victoria de Hamás fue seguida de un boicot económico regional e internacional con el argumento de que el movimiento no reconocía la existencia de Israel y de que, una vez en el poder, con seguridad implementaría una teocracia islámica.
El embargo fue muy criticado por diversos actores y organizaciones internacionales por ser otro ejemplo de la hipocresía de Occidente y una traición similar al apoyo brindado a los Muyahidín de Afganistán contra la presencia de la Unión Soviética a fines de la década del 70 y los años 80.
Los Muyahidín precedieron al movimiento islamista Talibán.
Una vez que los soviéticos fueron expulsados de Afganistán, Occidente cambió el curso de su política hacia los que había protegido por mera conveniencia.
La realidad es mucho más compleja y la responsabilidad puede repartirse entre los regímenes árabes, y sus confiados ciudadanos, y Occidente, una extraña pareja, pese al desprecio mutuo, pero conveniente.
"Occidente sabe perfectamente bien que los regímenes árabes que apoya no son democráticos y lo hace a expensas de los derechos humanos", arguyó Samir Awad, de la Universidad de Birzeit, cerca de la ciudad cisjordana de Ramalah.
"A los gobiernos occidentales no les interesa una estrategia de largo plazo para resolver los problemas relacionados a la democratización de Medio Oriente", sostuvo.
"Prevalece una visión de corto plazo donde se mezclan los papeles y se contiene el problema porque saben que sus periodos de gobierno son cortos y que los asuntos sin resolver pueden quedar para el próximo gobierno", explicó Awad.
Además, tener regímenes árabes flexibles a los que pueden manipular también es útil para los intereses geopolíticos de Occidente, en especial por los ricos recursos petroleros y de gas que tiene la región. A ello se suma un temor genuino a que el fundamentalismo islámico llegue al poder y atente contra las libertades civiles.
Pero la responsabilidad de Occidente en lo que respecto a los males que aquejan al mundo árabe no puede ir más allá de eso.
"Los propios gobiernos árabes no tienen voluntad política de cambiar. Disfrutan del poder, del prestigio y de la asistencia económica que viene con el patrocinio de Occidente", remarcó Awad.
Los intereses políticos y económicos de la elite árabe, la que sostiene a esos regímenes y de paso se beneficia de la asistencia financiera y militar de Occidente hacen que le sigan dando respaldo político a esas dictaduras.
"Si esos gobiernos realmente quisieran hacer reformas podrían hacerlo, al igual que muchos países africanos y latinoamericanos, que lograron instaurar democracias, pese a las dictaduras que contaron con el visto bueno de Estados Unidos" en los años 70 y comienzo de los 80, remarcó.
"Es imposible que Occidente los bombardee o los mate de hambre si se vuelven más democráticos. Con seguridad los sigan apoyando para evitar que lo que consideran como alternativas islámicas extremistas lleguen al poder", añadió Awad.
El profesor Moshe Maoz, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, coincidió y señaló que seguir considerando a Estados Unidos como el chivo expiatorio de las fallas del mundo árabe es muy conveniente.
"Los estadounidenses tienen temores legítimos de los guerrilleros con una agenda que apunta a derrocar a los cruzados. Pero la complejidad del problema varía de un país a otro", dijo Maoz a IPS.
Además, la ciudadanía árabe también desempeña un papel en el fracaso de las reformas de esos regímenes. Podrían hacer algo más para presionar a sus gobiernos como participar en manifestaciones, en concentraciones y respaldar la pluralidad, la libertad de expresión y la equidad de género, apuntó. La omnipresente seguridad árabe no puede reprimir todas las formas de protesta, añadió.
El apoyo al sistema imperante, aun en perjuicio de las libertades civiles, es consecuencia, en parte, de décadas de opresión y de temor a que reine la anarquía.
"Al público árabe le preocupa más cubrir sus necesidades básicas, educación, empleo y alimentar a sus familias", explicó Maoz.
La estabilidad política en países pobres con sistemas represivos, como en Egipto, se garantizó mediante subsidios básicos al pan y generando decenas de miles de empleos en la ineficiente y atestada burocracia estatal.
Pero una verdadera reforma también tendrá que incluir el compromiso de asistencia de Occidente y el permiso para que partidos islámicos elegidos democráticamente asuman el gobierno y marquen el rumbo de sus países, arguyó Awad.
"El Islam y la democracia no son mutuamente excluyentes. Hay democracias florecientes en Indonesia, Turquía y Senegal, todos países musulmanes. El paso lógico sería permitir que otros gobiernos islámicos se probaran", añadió.
Si los gobiernos resultaran ser despóticos una vez enfrentados a los problemas reales, su legitimidad pública se vería naturalmente diezmada, y no se reforzaría el argumento de que nunca tuvieron una oportunidad, lo que aviva el verdadero extremismo islámico.