DESARME NUCLEAR Y NO PROLIFERACIÓN, DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA

El único viable enfoque normativo con respecto a las armas nucleares es el de su eliminación total y universal bajo estricta verificación. Ello no puede ser alcanzado a pasos graduales sino en conjunto, mediante la negociación de una Convención sobre Armas Nucleares, tal como recomienda la Secretaría General de las Naciones Unidas.

Actualmente se vislumbra la esperanza de una reconciliación del deshecho matrimonio entre el desarme nuclear y la no proliferación. Tanto el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, como su colega ruso Dimitri Medvédev, han indicado repetidamente su apoyo al ideal de un mundo libre de armas nucleares. Quizás podríamos estar yendo hacia una era de “desproliferación”, a un cambio de rumbo tanto de la difusión del armamento como de su perpetuación y ulterior aumento.

El concepto de “proliferación” de armas nucleares tiene dos dimensiones: una horizontal (difusión geográfica) y otra vertical (mejoramiento de arsenales existentes). Los Estados poseedores de armas nucleares (NWS), desde hace largo tiempo han estado subrayando la importancia de impedir la primera dimensión, pero al mismo tiempo promueven la segunda.

He aquí como funciona la cosa. Los NWS expresan su alarma sobre la perspectiva real o imaginada de la aparición de nuevos Estados nucleares. Para impedir que ello ocurra insisten en la necesidad de realizar cada vez mayores controles contra la proliferación horizontal. Esta artificiosa amenaza externa también sirve a los NWS como motivo para modernizar sus arsenales nucleares y aplazar por tiempo indefinido el desarme.

Una nueva dimensión es el posible acceso a armas nucleares por parte de terroristas. Aunque sea una posibilidad alarmantemente real, esta forma de proliferación ha sido aprovechada por los NWS para distraer la atención sobre sus propias armas nucleares que, obviamente, no tienen valor militar para combatir al terrorismo. La cuestión fundamental es que las armas nucleares son intrínsecamente peligrosas en las manos de cualquiera.

Esta división de responsabilidades entre quienes tienen y no tienen armas nucleares es también perniciosa al enmascarar la realidad de que el desarme y la no proliferación son dos caras de una misma moneda.

La aparición en el siglo XX de armas nucleares -las más destructivas jamás creadas- marcó una línea divisoria para la humanidad. De ahí que su eliminación o control se ha convertido en la prioridad de la ONU y de la comunidad internacional.

Los tratados bilaterales entre los dos mayores NWS (Estados Unidos y Rusia), que según estimaciones tienen el 95% de estas armas, y tratados multilaterales que prohíben las pruebas nucleares, como el Tratado de Prohibición Completa de Pruebas Nucleares (CTBT), y la proliferación, como el Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT), intentan regular su proliferación vertical y horizontal, así como los tratados sobre zonas libres de armas nucleares forjados por Estados no poseedores (NNWS).

Se estima que actualmente hay más de 23.300 cabezas nucleares para proyectiles de guerra, con Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán e Israel que en conjunto poseen 8.392 proyectiles listos para ser lanzados en pocos minutos.

La estructura normativa con respecto a todas las armas tiene dos aspectos. Uno, el de buscar una prohibición universal para las armas inhumanas o que amenazan la seguridad colectiva. El otro es la búsqueda de un control de armas en términos cuantitativos o para evitar la aparición de nuevos poseedores.

La ilegalización de las armas biológicas y químicas, de las minas terrestres antipersonales, de las municiones de racimo, de las armas láser y de otras categorías ha sido lograda globalmente, mediante tratados multilaterales.

El único tratado que intenta combinar el desarme y el control de armas es el NPT, que es el acuerdo de desarme más ampliamente suscripto en el mundo. Acepta abiertamente dos categorías de Estados firmantes, los NWS y los NNWS.

Los NWS están obligados, como firmantes del tratado, a negociar la reducción y eliminación de sus armas. Por su parte, a los NNWS se les prohíbe totalmente la adquisición de tales armas.

A los NWS se les permite retener sus armas con las restricciones estipuladas en otros tratados. Pero, en lugar de cumplir con sus obligaciones con el NPT, los NWS buscan imponer más restricciones a los NNWS, como una reducción del derecho a la retirada del tratado y la imposición de nuevas condiciones para el uso pacífico de la energía nuclear.

El descubrimiento del programa clandestino de producción de armas nucleares de Iraq a principios de los años 90, el retiro del NPT de Corea del Norte y sus subsecuentes pruebas de armas nucleares, el reconocimiento y rectificación de Libia con respecto a su incumplimiento, las persistentes interrogantes acerca de un supuesto reactor nuclear de Siria destruido por Israel y las continuas tensiones sobre el programa nuclear de Irán han por cierto debilitado al NPT como un instrumento para evitar la no proliferación.

En esta coyuntura, sólo una reunificación de los enfoques sobre desarme y no proliferación puede salvar al tratado. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Jayantha Dhanapala, ex embajador de Sri Lanka y ex Subsecretario de Naciones Unidas para el Desarme expresa en esta columna sus opiniones personales.

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