A Andrea del Sol una vecina empezó a llamarle «La Perseverante» y así se quedó. Desde 1998, ella y un pequeño equipo de mujeres de Alamar, en el extrarradio de la capital cubana, pusieron sus energías en un propósito común: «cambiar el orden de las cosas».
Las preocupaciones eran muchas, desde la necesidad de tener un espacio para compartir, crear una biblioteca y promover el saneamiento ambiental. Pero cualquier urgencia parecía fácil de enfrentar comparada con la violencia cotidiana y de género que se respira en la ciudad dormitorio por excelencia de Cuba.
"En mi zona viven personas de más de 57 municipios del país. Cada una trajo sus costumbres, sus raíces, su religión y este es uno de los elementos a tener en cuenta cuando se generan situaciones de conflicto", contó a IPS Del Sol, que desde hace 20 años reside en Alamar Este, una de las principales zonas de la muy extensa barriada.
"Vivimos desde la (violencia) extrema de la agresión física hasta la más solapada en el interior de la familia. Está la mujer maltratada, el padre que bota al hijo de la casa y el que lo tiene en la casa y no le da la atención debida. Y también, cada vez con más frecuencia, vivimos la violencia en la calle", dijo.
Hileras de edificios casi iguales, ya maltratados por el salitre que llega del mar, se suceden en kilómetros y kilómetros. Sólo los servicios básicos de salud y educación, algunas unidades comerciales y muy escasas instituciones culturales, deportivas o recreativas, son una realidad en lo que podría considerarse un proyecto nunca acabado.
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El barrio donde vive Del Sol se extiende por más de nueve kilómetros cuadrados y tiene una población cercana a los 38.000 habitantes. La cifra no incluye a un número importante de residentes que llegan desde las provincias, u otras zonas de la ciudad, y no se inscriben en los registros de dirección.
Procedente de la ciudad de Santa Cruz del Sur, a unos de 570 kilómetros al este de La Habana, y graduada de Ciencias Pedagógicas en la antigua Unión Soviética, Del Sol es la especialista principal del Taller de Transformación Integral del Barrio (TTIB) de Alamar Este, una instancia subordinada administrativamente al gobierno municipal.
Surgidos en 1988 a propuesta del entonces presidente Fidel Castro, los TTIB funcionan en 20 barrios de la capital cubana, que muestran diferentes grados de vulnerabilidad, con el fin de promover la transformación física, social y ambiental de las comunidades, con la participación activa de los habitantes.
EL HILO DE ARIADNA
Todo comenzó en el sótano de un edificio. Dos tejedoras decidieron compartir su arte con unas vecinas del barrio. El grupo fue creciendo espontáneamente y cuando el TTIB tuvo espacio propio, las tejedoras se mudaron a una casa donde operan ahora. Surgió así el proyecto conocido desde entonces como "El hilo de Ariadna".
Si en la mitología griega el hilo de Ariadna ayudó a Teseo a encontrar la salida del laberinto después de matar al minotauro, en Alamar Este el grupo de tejedoras se convirtió en el corazón de una idea que se enriqueció con parches, macramé, papel maché, muñequería y pintura.
Una década después, más de cien mujeres pasan cada año por los cursos del taller, la casa acoge a la Universidad del Adulto Mayor en la zona, un proyecto para personas con más de 60 años, trabaja con la población infantil en la red ambiental Mapa Verde y ha preparado más de 200 vecinos en talleres de liderazgo y participación comunitaria.
"Las personas aprenden qué es participación genuina y viven la oportunidad de involucrarse en su realidad, asumir compromisos y tomar decisiones", dijo la líder comunitaria.
Fue así, casi como una consecuencia lógica, el pasado año asumieron la máxima responsabilidad en la confección de una manta colectiva contra la violencia de género. Coordinada por el no gubernamental Grupo de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero (OAR), la manta involucró a personas de cuatro talleres de la capital de Cuba.
La tela de cinco metros de largo por uno de ancho, concebida por el diseñador José Ángel Lamas, muestra una bandera cubana cubierta de flores bordadas, un sol con un hombre y una mujer en su centro y un jardín rodeándolo todo. Cada taller se responsabilizó con la confección de alguna parte y todo se unió en Alamar Este.
Para Ventura González, el artista que pintó el jardín de la manta, su elaboración fue una oportunidad única para que artesanos y artistas se unieran en una obra común. "La Persistente" Del Sol, en tanto, valora el ambiente de solidaridad que surgió alrededor de la obra y el trabajo con personas que llegaron del "otro extremo de la ciudad".
"Era algo que había que tocar con las manos. Aprendimos a aliarnos por algo positivo y, durante los meses que duró el trabajo, vinieron personas voluntarias de muchos lugares a ofrecer sus ideas y colaborar con lo que hiciera falta. La manta nos fortaleció", opinó la especialista.
CAMBIOS DESDE LA COMUNIDAD
Sumada desde 2006 al programa de actividades que se organiza en Cuba en torno al 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres, Alamar Este es sólo uno de los talleres de la ciudad que desde hace años participan en un proyecto de sensibilización de la OAR respecto al problema de la violencia de género.
"Desnaturalizar la violencia empieza por cada uno de nosotros, de los hombres y mujeres que estamos implicados en el problema. La comunidad juega un papel importante porque en ella están las personas que quieren hacer cosas a favor de la no violencia", dijo a IPS Gabriel Coderch, coordinador general de la OAR.
Con la misma confianza en el aporte de cada persona en la promoción de cambios sociales, el equipo del taller de Alamar Este definió la violencia de género como una de sus líneas estratégicas de trabajo y, de taller en taller, comprendió que no bastaba con trabajar con las mujeres maltratadas, con los hombres o las familias.
Así que se fueron a las instituciones y, sobre todo, al sistema educacional. "Trabajamos con maestros jóvenes y también con profesores de mucha experiencia porque comprendimos que hay que empezar desde los juegos infantiles. Los niños tienen que aprender a jugar sin violencia", comentó Del Sol.
"Cuando empezamos, creíamos que estando la mujer presentes ya sería suficiente. Con el tiempo descubrimos que sin los hombres no hacíamos nada, que este proyecto teníamos que pensarlo y soñarlo juntos. Y después entendimos que teníamos que crear espacios para determinados grupos pero también intergeneracionales", explicó.
Mientras más trabaja en la promoción de la no violencia, Andrea del Sol tiene la sensación de que le queda mucho más por hacer: "es como una misión para toda la vida", confesó.