CAMBIO CLIMÁTICO-INDIA: Obligada marcha campesina a la ciudad

Bajo un refugio hecho de bambú y láminas de metal corrugado, el indio Purusottam Sur alimenta a su vaca y a sus dos bueyes con un atado seco de planta de arroz. La quinta parte de su cosecha de dos hectáreas será usada solamente como alimento para el ganado.

Campesinos emigrados Crédito: Manipadma Jena/IPS
Campesinos emigrados Crédito: Manipadma Jena/IPS

Las semillas de arroz simplemente no se desarrollaron a causa del desfase de las lluvias monzónicas.

Sur nunca se sintió más desolado en su granja o en su casa de cuatro habitaciones con revoque de barro. Tres de sus hijos grandes partieron hacia el distrito de Yamuna Nagar, un centro nacional de producción de contrachapado, en el norteño estado indio de Haryana, para que los contrataran como obreros.

Dos de ellos enfermaron y llamaron a su madre para que se encargara de cuidarlos y cocinarles. Ahora Sur vive solamente con su nieto mayor y su nuera. A los 66 años se encarga de la mayor parte del cultivo, sin capacidad económica para contratar a más de dos personas durante la temporada de siembra y la de cosecha.

El río Pejagala, tributario del Suvernarekha, a apenas 500 metros de Palasia —la aldea de Sur, en Orissa, sobre la costa este de India— se desbordó en 2005 y 2006. En 2008 hubo ocho inundaciones, que derribaron una pared de su casa de barro.
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Ese año, en esta aldea de unas 100 familias, sólo dos pudieron cosechar algo. En 2007, justo cuando los tallos del arroz empezaban a nacer, en medio de la temporada monzónica, las lluvias desaparecieron completamente durante un mes. El cultivo se echó a perder y tuvo que ser quemado en los campos. No servía ni como forraje.

Aunque Sur recibió un crédito bancario de 75.000 rupias (1.630 dólares), todos los demás agricultores de su área tienen préstamos que oscilan entre 40.000 y 80.000 rupias (de 870 a 1.740 dólares), que obtuvieron tras hipotecar sus tierras.

Los préstamos privados a corto plazo cobran 10 por ciento de interés por mes o cinco por ciento si se hipotecan los adornos de oro.

Cuando se vuelve inminente la falta de pago de esos préstamos, los bancos van por las aldeas anunciando con tambores el nombre del moroso cuya tierra (e incluso animales) se rematará.

Los sucesivos años de pérdida de cultivos y el consecuente aumento de los préstamos a granjas familiares son los dos principales factores que hacen emigrar a los jóvenes.

Mrutyunjay Pattnaik, director de la organización no gubernamental Janajagruti, con sede en Balasore y que realizó un estudio sobre migraciones en febrero, estima que más de 30.000 hombres de entre 18 y 35 años han dejado el distrito hacia las unidades dedicadas al contrachapado en Haryana, y también hacia las fábricas de galletitas de Hyderabad (sur) y a Gujarat (occidente).

Se las arreglan para enviar a sus familias la mitad de sus ganancias mensuales, de 2.000 a 3.000 rupias (43 a 65 dólares).

«Es una vida dura: vivimos dentro de depósitos de chapas, durmiendo sobre las tablas, cocinando en una esquina atiborrada y trabajando 12 horas diarias para ganar un poco de dinero extra que enviar a nuestro padre para que pague el préstamo», relató Manas Patnaik, de 31 años.

Patnaik renunció a su trabajo en Haryana y volvió a su casa el mes pasado, obligado a reanudar las actividades agrícolas en su predio familiar de ocho hectáreas, tras haber llevado una dura existencia como inmigrante en la ciudad.

Como muchas otras personas en su situación, Patnaik no encajaba en el estereotipo dominante del inmigrante pobre en las ciudades. Es el mejor ejemplo de un fenómeno social emergente, protagonizado por campesinos que poseen, en promedio, entre una y dos hectáreas de tierras fértiles.

Hasta fines de los años 90, cuando comenzaron a manifestarse los cambios en los patrones meteorológicos, la mayor parte de la comunidad agrícola del cinturón costero del noveno estado más grande de India ganaba ingresos decentes, y nunca imaginó verse obligada a partir en busca de pasturas verdes.

Dekheta, una aldea de 100 familias en el distrito de Puri, tipifica la situación de los distritos costeros más adinerados de Orissa. También está acostumbrada a las inundaciones por desbordes del río Dhanua.

En el pasado, los niveles del agua bajaban a los tres o cuatro días, afectando marginalmente los arrozales, que pueden soportar hasta siete días sumergidos. Pero durante dos años consecutivos, a partir de 2006, el río creció a causa de monzones tardíos, justo cuando los arrozales florecían. Las aguas permanecieron quietas por casi tres semanas, haciendo que los cultivos se pudrieran.

Casi 200 hijos adultos de las familias abandonaron Dekheta. Algunos se emplearon en los molinos de harina de Hyderabad. Otros en fábricas de jabón y aceite de Kerala y en los talleres mecánicos de Tamil Nadu, ambos en el sur del país.

El hijo de Padmabati Parida, Satyanarayan, de 32 años, finalmente desistió de la agricultura y partió para radicarse con su familia política, dejando que su madre, una viuda de 55 años, se las arreglara sola.

Bishnupriya Parida, de 38 años, cuya familia es una de las mayores propietarias de tierras, con cuatro hectáreas y un modesto molino arrocero en el cercano pueblo de Nimapara, ilustra la ironía de muchas familias de agricultores en Orissa.

Esas familias poseen predios, pero no tienen más opción que dejar que sus hijos adultos trabajen para otros patrones por 10 rupias (menos de 25 centavos de dólar) la hora.

«En los últimos años, nada ha funcionado para nosotros, ni el tradicional calendario de de siembra, ni el pronóstico de lluvias del gobierno. Las mujeres hemos cargado con la mayor parte de la pérdida de cultivos año tras año. Tenemos que poner algo en el plato. Nuestros hijos se van de casa a trabajar como jornaleros cuando nosotros tenemos un estatus importante como propietarios de tierras», dijo Parida.

Con todo su litoral oriental de 450 kilómetros frente a la bahía de Bengala, el estado de Orissa ha sido uno de los más afectados por los impactos, cada vez peores, del cambio climático.

La mayor frecuencia de las inundaciones es innegable. Entre 1834 y 1926 se producían cada cuatro años, y luego de 1926 cada dos.

Un informe del gobierno, titulado «El estatus de la agricultura en Orissa», señala que entre 1961 y 2008 se registraron 21 inundaciones, 15 sequías y cinco ciclones de variada severidad. Muchas de estas tragedias naturales tuvieron lugar simultáneamente en el cinturón costero.

En 2001, por primera vez se produjeron inundaciones graves en distritos elevados y tradicionalmente propensos a las sequías. Esto volvió a ocurrir en 2006.

Las lluvias monzónicas no sólo se han vuelto irregulares y erráticas, sino que, además, la cantidad «normal» de precipitaciones anuales, de 1.502,5 milímetros en las últimas dos décadas, cayó agudamente a un promedio de 1.482 milímetros entre 2001 y 2004, y a 1.451 milímetros a partir de 2005.

La agricultura es el medio de sustento de 65 por ciento de la población de Orissa. Allí, 83 por ciento de la tierra cultivada es propiedad de pequeños agricultores y 67 por ciento de las tierras de cultivo aprovechan la lluvia como forma de irrigación.

Cuando llueve demasiado o muy poco se traduce rápidamente en un aumento de la pobreza, de la inseguridad alimentaria, del endeudamiento, de las migraciones masivas, y de la pérdida de la educación primaria y la atención a la salud. En los últimos 10 años, exceptuando sólo dos, Orissa ha padecido un déficit de arroz debido a desastres naturales, según el informe.

Esos cambios climáticos constituyen fenómenos generalizados en todas las regiones. En base a datos del Instituto Central de Investigaciones Arroceras, con sede en Orissa, cada año se inundan 15 millones de hectáreas de cultivos de este grano en Asia meridional y sudoriental.

En esas tierras viven unos 140 millones de personas, 70 millones de las cuales subsisten con menos de un dólar diario, conformando la mayor concentración de pobres del mundo, y obtienen alrededor de dos tercios de su ingesta calórica a partir del arroz.

Allí las pérdidas arroceras pueden llegar a 1.000 millones de dólares anuales, dependiendo de la severidad de las inundaciones.

* Este artículo es parte de una serie producida por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales) para la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org).

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