CAMBIO CLIMÁTICO: Brasil defiende su etanol

Los combustibles orgánicos son la única alternativa real al uso de los de origen fósil que contribuyen al recalentamiento del planeta, sostiene la delegación de Brasil en la 15 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 15).

Brasil, el principal productor y exportador mundial de etanol, está muy activo en la conferencia de Copenhague, que desde el lunes y hasta el día 18 intenta acordar un nuevo tratado para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, causantes del calentamiento global.

El nuevo acuerdo debe dar continuidad al Protocolo de Kyoto, adoptado en 1997 y cuyas metas vencen en 2012.

Desde hace tres décadas, cuando Brasil se embarco en su programa de etanol, se calcula que evitó la emisión a la atmósfera de unas 800 millones de toneladas de dióxido de carbono, el principal gas invernadero.

El etanol es un alcohol producido en base a la caña de azúcar, el maíz y otros cultivos y que se utiliza como combustible alternativo a los derivados de los fósiles: petróleo, carbón y gas natural.
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Los delegados brasileños se esfuerzan en la COP 15 por demostrar que la producción de combustibles agrícolas tiene impactos positivos adicionales a la propia reducción de la emisión de gases contaminantes.

Insisten en que también combate la pobreza y citan como ejemplo el plan del gobierno para el fomento de las microdestilerías, destinado a proporcionar ingresos adicionales a las familias rurales.

Sin embargo, los biocombustibles ha sido objeto de fuertes críticas en los últimos años por ocupar tierras y recursos destinados a la producción de alimentos. Por ello, la Unión Europea se distanció en 2008 del compromiso de incorporar una cuota obligatoria de 10 por ciento de biocombustibles en todos los medios de transporte para 2020.

En el propio Brasil, organizaciones ecologistas señalan que la producción de biocombustibles es uno de los motivos claves de la deforestación constante de la cuenca amazónica.

«Se dice que los biocombustibles provocan la deforestación amazónica, pero las zonas de producción de etanol se encuentran a 3.000 kilómetros de la Amazonia», explicó José Migues, del Ministerio de Ciencia y Tecnología.

Migues se refiere al cambio indirecto del uso del suelo, un concepto que describe las consecuencias que genera la producción de biocombustibles, que empuja las actividades humanas cada vez más hacia los bosques amazónicos.

En la región de Sao Paulo, en el sureste de Brasil, donde se concentra la producción de etanol, ha habido un significativo descenso de la actividad ganadera y la producción agrícola.

«¿Pero es justo decir que todas estas actividades se están trasladando a la Amazonia?», se preguntó Thelma Krug, otra representante del ministerio. «Hay mucho margen para que la agricultura y la cría de ganado sea más eficiente en Brasil».

La expansión de la industria del etanol amenaza con provocar un desplazamiento productivo mayor. Brasil tiene más de seis millones de hectáreas plantadas con caña de azúcar, pero Krug indica que se planifican «64 millones de hectáreas para expandir la producción».

El gobierno utilizará satélites para controlar la pérdida de cobertura forestal, explicó Krug.

En cuanto a los temas de seguridad alimentaria vinculados a la producción de biocombustibles, André Correa do Lago, director general del Departamento de Energía del Ministerio de Relaciones Exteriores (cancillería), negó de manera pura y simple que los biocombustibles fueran el motivo del alza de los precios de los alimentos en 2008.

«La seguridad alimentaria es una de las principales inquietudes de nuestro gobierno. Los biocombustibles, como cualquier otra empresa humana, son perfectibles. Así que no deberíamos utilizar el peor caso como punto de referencia general», sostuvo.

El gobierno está considerando legislar en forma específica para impedir la quema de biomasa, que es responsable de una gran cantidad de emisiones de gases invernadero.

Aunque reconocen que «los biocombustibles no son una solución mágica», las autoridades brasileñas insisten en que son la mejor opción para los países en desarrollo y esa es su propuesta estrella en Copenhague.

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