América Latina es un continente en vías de acelerada transformación. Esta región, que durante gran parte del siglo pasado fue considerada el «patio trasero de Estados Unidos» ha tenido que soportar tantos golpes de Estado y regímenes dictatoriales, pilotados o no por economistas neoliberales entrenados en la Escuela de Chicago, que es natural que quiera olvidar ese pasado y marchar en otra dirección.
Desde los años ochenta, inspirados por la Revolución de los claveles en Portugal (abril de 1974) y por la transición democrática en España tras la muerte del dictador Francisco Franco en 1975, también los latinoamericanos, que vivieron con pasión las mudanzas en la península ibérica, comenzaron a emprender sus propias transiciones de las dictaduras militares a las democracias.
En aquellos tiempos se había instalado en Estados Unidos una democracia plutocrática, sedicente liberal. Me refiero al período de los gobiernos de Richard Nixon, de Ronald Reagan y de George H. W. Bush, cuando en Washington se comprendió que las transiciones democráticas podían no resultar peores que las dictaduras y que, quizás, con ellas hasta se podrían ensanchar los flujos comerciales que habían tratado de limitar algunos regímenes castrenses de corte nacionalista.
Esa nueva orientación sería codificada a fines de los ochenta por el llamado Consenso de Washington, una serie de prescripciones neoliberales inspirada en las políticas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial que se impusieron en numerosos países en desarrollo y sobre todo en América Latina.
Pero el ordenamiento mundial cambió después del colapso del universo comunista. En Estados Unidos prevaleció la convicción de haberse adueñado de los destinos del planeta por su condición de hiperpotencia en todos los órdenes: económico-fnanciero, tecnológico y, por supuesto, por su poderío militar. Sin embargo, a poco andar -el 11 de septiembre de 2001- quedó al descubierto la vulnerabilidd de la superpotencia. El terrorismo islámico se afirmó con fuerza. Y la repuesta del Presidente George W. Bush fue la peor de las posibles: guerra contra Afganistán e Iraq, envolviendo en ellas a Pakistán y a Irán y, lo que es aún más grave, a la religión islámica como tal. Un error fatal.
Curiosamente, otra eclosión mundial tuvo lugar poco después, a mediados del 2008: la gran crisis del capitalismo financiero-especulativo que algunos piensan que ya está pasando e imaginan que todo volverá a ser como antes. Yo creo que se engañan y que, lamentablemente, nos esperan tiempos aciagos.
Durante estos últimos años y hasta el advenimiento de Barack Obama, la clase dirigente norteamericana no tuvo tiempo para dirigir su mirada hacia sus vecinos del sur, tal vez con la excepción de México.
Para esta región en la que habita más de 10% de la población mundial, esta ha sido una fase de sostenido crecimiento económico, en promedio de cinco por ciento, mientras el afianzamiento de la democratización y las múltiples elecciones celebradas en 2006 y 2007 le han dado más independencia económica respecto de Estados Unidos y de la Unión Europea, por ejemplo, en el marco de la Organización Mundial del Comercio.
En efecto, en los países al sur del río Bravo se han sucedido las mudanzas en sentido democrático, algunas de ellas de carácter radical, como en Nicaragua, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Paraguay y últimamente Uruguay
También en este período Brasil se ha afirmado como país emergente y ha sido reconocido como una potencial mundial, afianzando al mismo tiempo su liderazgo regional. Su proyección internacional ha resaltado a propósito de su firme oposición al golpe en Honduras. Durante la XIX Cumbre Iberoamericana realizada en Estoril a principio de diciembre el presidente Luiz Inácio Lula da Silva fue categórico en la negativa al reconocimiento de las elecciones organizadas por el régimen usurpador de Roberto Micheletti, que hubiera deseado Washinton, y se retiró con un portazo antes del fin de la reunión. «Un golpe de Estado militar es, siempre, un golpe de Estado con el cual la democracia no puede, nunca, transigir», declaró Lula, que sabe muy bien de que habla.
En este primer año de gobierno Obama ha evidenciado una política original y diferente a la de su predecesor Bush en relación a Latinoamérica. Pero, aunque extendió la mano a Cuba, esa actitud no ha tenido hasta ahora consecuencias. Y mientras no se ponga fin al bloqueo, no se podrá hablar de una nueva política de Washington hacia la isla. Mientras tanto, las bases militares que Estados Unidos instalará en Colombia no son ciertamente una buena señal y menos aún las maniobras navales en el Atlántico Sur. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Mário Soares, ex Presidente y ex Primer Ministro de Portugal.