PAKISTÁN: Contrainsurgencia no detiene atentados

Mientras continúan en Pakistán los ataques terroristas, crecen los llamados al gobierno para que revise su estrategia contra la insurgencia.

Estudiantes marchan en protesta contra la ola de ataques terroristas. Crédito: Tazeen Jabed
Estudiantes marchan en protesta contra la ola de ataques terroristas. Crédito: Tazeen Jabed

Lo que está ocurriendo en este país es una «situación sin precedentes», y «la falta de planificación e imaginación» del gobierno «no deja alternativas», sostuvo el director de la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán, I.A. Rehman.

Por su parte, el activista por la paz Perves Hoodbhoy calificó de «irresponsables» a las autoridades por crear paranoia en la población. «Constantemente acusan a fuerzas externas por la actual ola de terrorismo», afirmó.

Octubre fue el mes con la peor violencia en Pakistán este año. Islamistas lanzaron una serie de ataques que se cree son en respuesta a una ofensiva contrainsurgente del ejército en Waziristán del Sur (ver recuadro).

La operación militar del gobierno en esa región es la cuarta mayor realizada en la frontera afgana, principal baluarte desde 2004 tanto del movimiento islamista Talibán como de la red radical islámica Al Qaeda.

Waziristán del Sur es una de las siete agencias tribales administradas federalmente fronterizas con Afganistán. Es considerada la región pakistaní más empobrecida y subdesarrollada.

[related_articles]Según el último informe del Grupo Internacional de Crisis (ICG, por sus siglas en inglés), divulgado el 21 de octubre, es improbable que la operación militar en Waziristán del Sur detenga «la propagación de la militancia religiosa en las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA), a menos que el gobierno adopte reformas políticas en esa parte del país».

El informe «Contrarrestando la militancia en las FATA» añade que «las operaciones militares mal planificadas agravaron tanto los impactos del conflicto en la vida diaria como la alienación pública que promueve la militancia».

Lo que sucede en «las FATA cuestiona las afirmaciones de los militares de un éxito en la lucha contra las redes islamistas», dijo en conferencia de prensa la directora del proyecto para Asia meridional del ICG, Samina Ahmed.

«El Estado debería contrarrestar el extremismo religioso extendiendo los derechos constitucionales y expandiendo las oportunidades económicas», añadió.

[pullquote]1[/pullquote]Esta postura parece tener eco en el público. Ifrah Kazmi, estudiante del Instituto de Ciencia y Tecnología Shaheed Zulfikar Ali Bhutto, sostuvo que la mayoría de los problemas en este país «han sido concebidos en el mismo vientre», y que la raíz de todos los problemas es la creciente desigualdad. Ella ve una fuerte división entre «los que tienen y los que no».

«La fracaso del Estado en proveer servicios básicos y apoyar oportunidades económicas está contribuyendo al aumento de la insurgencia», sostuvo por su parte Robert Templer, director de programas para Asia del ICG. «Sólo reformas políticas y legales de largo plazo, que extiendan la ley de la tierra a las FATA, podrán revertir esta tendencia», señaló.

«Pakistán debe prescindir de sus actuales alianzas con todos los extremistas religiosos», dijo Hoodbhoy, presidente del Departamento de Física en la prestigiosa Universidad Quaid-e-Azam de Islamabad.

Además de someter a las «madrasas» (seminarios religiosos) a supervisión estatal, Hoodbhoy propuso que todo «material de odio sea sacado de escuelas y que los ‘medios muyahidines» (presentadores en televisión y columnistas en diarios conocidos por sus opiniones favorables al Talibán) sean responsabilizados por hacer declaraciones violentas».

El 20 de octubre, el gobierno ordenó el cierre indefinido de todas las instituciones educativas luego de un atentado contra la Universidad Islámica Internacional, en Islamabad.

El cierre fue una acción «automática» carente de «cualquier pensamiento prudente», sostuvo Masood Sharif Khattak, ex director general del Buró de Inteligencia.

Mientras las instituciones educativas permanecen cerradas en la Provincia de la Frontera Noroccidental, las de Punjab e Islamabad fueron abiertas el 2 de noviembre. En Sindh, muchas escuelas reanudaron las clases el 25 de octubre.

«El enemigo extranjero y local está bien metido entre nosotros, bien afianzado en nuestros pueblos, ciudades y villas», sostuvo Khattak, y añadió que se trata más de una «batalla de inteligencia» que de una guerra convencional. «Cuando las escuelas abran, ¿se convertirán en inexpugnables?», preguntó.

«La mayoría de los colegios están ubicados en áreas densamente pobladas, y la cobertura de seguridad es imposible. Además, el cierre tiene un efecto peligroso en la psicología de las personas, y eso es lo que están buscando los terroristas», dijo por su parte Rehman.

El director de la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán sostuvo que el Estado debió haber organizado fuerzas conjuntas de seguridad con la propia población para «proteger los centros educativos y permitir que sigan funcionando».

Algunas personas estarían dispuestas a ser parte de estos esfuerzos si no estuvieran paralizadas por el miedo, señaló.

«Como madre, por supuesto, hay un grado de inquietud por los ataques contra las instituciones educativas, pero creo que no podemos y no debemos quedar paralizados», dijo Yasmeen Tajammul, de 47 años, madre de dos hijos de 14 y 10 años.

«La única forma de seguir adelante es convencernos de que nada nos va a suceder», afirmó esta contadora de la oriental ciudad de Lahore.

«Es probable que haya más ataques. No sabemos cuando vendrá el próximo», dijo Hoodbhoy, para quien el motivo detrás de estos atentados es «destruir la capacidad de funcionamiento del Estado pakistaní».

«Quieren traernos el ‘verdadero’ Islam», instaurando «los castigos islámicos, sacando a las mujeres de la vista pública y perpetuando la guerra a Occidente».

El doctor Moosa Murad Khan, jefe del Departamento de Psiquiatría del Hospital Aga Khan de la meridional ciudad de Karachi, señaló que toda esta inestabilidad y temor afectarán «muy negativamente» la mente de la población.

«Las personas están bajo constante amenaza, y eso instalará un sentimiento de inseguridad en ellas. Esto puede afectar cada aspecto de sus vidas: trabajo, sueño, relaciones, desempeño», alertó. Aun ya en circunstancias comunes, la población pakistaní vivía «al límite» y tenía una muy «frágil existencia».

«Pero cuando ocurre una amenaza como ésta, muchas personas llegan al borde, y vemos más y más pidiendo ayuda y consumiendo tranquilizantes», indicó.

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