CINCO TELÉFONOS PARA EUROPA

El próximo jueves 19 se reunirán los jefes de gobierno de los 27 miembros de la Unión Europea y elegirán dos personalidades que, según las expectativas, debieran dar nuevos brío a la UE. Salvados todos los escollos de la ratificación del Tratado de Lisboa, la UE procederá a tomar uno de sus clásicos “osados” pasos, según el método de Robert Schuman y Jean Monnet. Ahora bien, detrás de los parabienes se agazapan algunos enigmas.

La primera gran decisión es el nombramiento de un presidente del Consejo con un mandato más duradero que la fugaz rotación semestral actual; la segunda es la ampliación de las funciones del Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC). Con esta pinza se pretende reforzar la faz exterior de la UE. Es una respuesta más para contestar con la pregunta atribuida a Henry Kissinger (y denegada por él mismo) sobre cuál es el “teléfono de Europa”. Pero cada uno de los puestos sufre de unos defectos estructurales.

En lo que respecta al cargo de Presidente del Consejo (que no “de Europa”), el primer enigma se resolverá cuando se anuncie el nombre de la personalidad a ejercer el puesto por un periodo de dos años y medio, renovable por otros dos años y medio (con lo que la suma de cinco equivalen al mandato de la Comisión y el periodo del Parlamento). El Primer Ministro sueco Fredrick Reinfeldt ha estado trabajando febrilmente para recabar opiniones y sondear “candidaturas” (no son tales) respaldadas en público y circuladas tras las bambalinas.

Las costumbres de la UE obligan en principio a considerar la combinación perfecta de un representante de un país grande con otro pequeño para ocupar los dos cargos. Uno debiera ser del norte o centro, y otro del sur. El Presidente, según el grupo Popular, mayoría en el parlamento, debiera ser conservador, mientras el otro pudiera ser socialista. En un contexto enteramente igualitario, uno debiera ser una mujer.

La lista de “candidatos” ha estado presidida los últimos meses por el ex primer ministro británico Tony Blair, pero al final parece que solamente su sucesor Gordon Brown lo apoya hasta el final. En el último tramo de las especulaciones y los rumores, el nombre del primer ministro belga, Herman Van Rompuy, se ha destacado como el candidato de consenso, por sus dotes diplomáticas, capaces de conseguir un tradicional consenso en el Consejo, una de las demandas del cargo. Conservador, su nombramiento abriría la puerta para un candidato socialdemócrata de un país grande. El afortunado sería, según las filtraciones insistentes, el actual ministro de exteriores del Reino Unido, David Milliband. Este, sin embargo, ha declarado que en realidad no está interesado, ya que prefiere apostar a su futuro en Londres, como sucesor de Brown, sobretodo después del predecible descalabro del laborismo en las elecciones de 2010.

Sin embargo, las dificultades del nombramiento de los dos puestos son insignificantes si se las compara con los retos de las efectivas funciones de los dos cargos. Para empezar, en lugar de un teléfono, la UE puede tener, por lo menos, dos. Estos problemas potenciales se derivan del confuso dibujo de las competencias de cada uno. El cargo de presidente está diseñado más como el “chair” de una corporación privada, que ejerciendo las funciones ejecutivos de un presidente de república, al estilo del francés.

El cargo de Alto Representante (aludido como “Ministro de Asuntos Exteriores”, como era el proyecto constitucional) tiene una intrigante dimensión dual (“double hat” según la deliciosa expresión ánglica). Sigue siendo un empleado privilegiado del Consejo intergubernamental, pero pasa a ser simultáneamente miembro (y vicepresidente) de la Comisión, supranacional por naturaleza. Es como servir a dos amos. Además, en la Comisión, el “ministro” de exteriores dominaría todo el presupuesto enorme del área, incluido comercio exterior, ayuda al desarrollo, y relaciones externas tradicionales. Como plus, se le dotará de un “Servicio Exterior”, un entramado diplomático de más de cinco mil funcionarios, formado con la ampliación de las representaciones exteriores y las aportaciones de personal de los gobiernos. O sea, sería el servicio diplomático mayor del planeta.

El peligro más imponente es que estas dos personalidades choquen frontalmente en sus funciones representativas. Mientras el Presidente llevará la delantera del manto que le proporciona prestigio, el “ministro” contará con voluminosos recursos. Si antes solamente tenía blindados y paracaidistas teóricamente desplazables a capricho del Consejo, ahora podrá echar mano de una buena cuenta corriente para repartir.

Pero además, este dúo deberá tener en cuenta tres teléfonos más. El primero, el presidente de la Comisión, cuyas competencias se verán mermadas. El segundo será el primer ministro del Estado que ejerza todavía la rotación para los consejos individuales. El tercero será el presidente del Parlamento, que ha ido arañando parcelas de poder e influencia. En conclusión, la UE podrá presumir de cinco teléfonos, para diversión de Kissinger. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Joaquín Roy es Catedrático ‘Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).

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