TAILANDIA: Una sucia energía limpia

El panorama que se ve desde la ventana de la casa de Bhorn, una residente de esta central provincia tailandesa, es tan pintoresco como el que se puede hallar en las zonas rurales del país.

Un trabajador descarga arroz para la planta de energía de Roi Et. Crédito: Nantiya Tangwisutijit/IPS
Un trabajador descarga arroz para la planta de energía de Roi Et. Crédito: Nantiya Tangwisutijit/IPS

El río Nan fluye majestuoso a través del Golfo de Tailandia, ubicado 300 kilómetros hacia el sur. Los árboles de mango y banano se alínean en las riberas, y más allá se extienden verdes arrozales.

Desafortunadamente, en los últimos cuatro años, Bhorn y sus vecinos no han podido disfrutar de esta bella imagen. Se ven obligados a encerrarse y a sellar sus hogares para proteger a sus familias de las cenizas que, afirman, les están causando desórdenes dermatológicos y respiratorios.

A menos de un kilómetro de sus casas se encuentra la fuente de su problema, afirman.

Allí está la más celebrada planta de energía renovable de Tailandia.
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La central de 22 megavatios, alimentada con biocombustible elaborado a partir de cáscara de arroz, es propiedad de A.T. Biopower y la primera del país en ser certificada bajo el Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL) previsto en el Protocolo de Kyoto (firmado en 1997 y en vigor desde 2005) para reducir las emisiones de carbono.

El MDL es un instrumento mediante el cual las naciones ricas pueden superar sus cuotas de emisiones de gases de efecto invernadero si financian proyectos para reducirlas en los países en desarrollo.

De este modo se asume que la empresa ejerce una precaución extrema para asegurar que su central eléctrica no plantee ningún daño a la salud de la comunidad.

Las cáscaras de arroz contienen sílice, que causa silicosis, la enfermedad ocupacional pulmonar más común del mundo entre los trabajadores que no usan protección.

Las concentraciones de sílice en las cenizas de cáscaras de arroz pueden variar de 85 a 90 por ciento.

A.T. Biopower es apenas una de muchas pequeñas centrales eléctricas creadas en la última década, mientras Tailandia responde al llamado mundial para reducir su dependencia de los combustibles fósiles, principal fuente de emisiones de gases de efecto invernadero, responsables del recalentamiento planetario.

El actual objetivo del país es generar 20 por ciento de la electricidad a partir de fuentes renovables para 2022, meta similar a la fijada por la Unión Europea, Gran Bretaña y Australia.

Bhorn, quien se negó a dar su nombre de pila, dijo no estar familiarizada con las nuevas políticas energéticas, pero afirmó estar cada vez más al tanto de los cambios ambientales que logró su comunidad desde que la planta de A.T. Biopower comenzó a operar allí, en 2005.

Esta agricultora de 51 años se quejó de la reducción en los rendimientos de su arroz, lo que comenzó inmediatamente después de que la central empezó a operar y una capa casi invisible de cenizas empezó a descender sobre sus cultivos.

«Aunque mi cosecha casi ha vuelto a la normalidad, los problemas de salud generados a partir del polvo han persistido. Los residentes del lugar, especialmente los niños, han desarrollado erupciones en la piel y dificultades respiratorias, que es el motivo por el que hemos cerrado nuestras ventanas y puertas», explicó Bhorn.

Su comunidad no está sola en este predicamento. Supakij Nantaworakarn, investigador sobre temas de energías renovables en la no gubernamental Healthy Public Policy Foundation, dijo que las protestas contra los proyectos de biomasa han sido generalizadas en por lo menos 20 provincias tailandesas, y muchas de ellas continúan.

La biomasa elaborada en base a desechos agrícolas puede convertirse en electricidad, combustible y calor. Como fuente de energía, se considera limpia y renovable.

«Es buena para Tailandia, pero el gobierno tiene que asegurarse de que los inversores lleven a cabo sus proyectos de modo responsable», dijo Supakij.

«Los inversores construyen consistentemente plantas de 9,9 megavatios para evitar la evaluación de impacto ambiental requerida por ley para cualquier central eléctrica que exceda los 10 megavatios de capacidad», explicó.

Pero completar un estudio de impacto ambiental no garantiza que no se presenten problemas en el futuro. Una vez aprobadas, las plantas operan con poco control del gobierno, dijo.

El director ejecutivo de A.T. Biopower, Natee Sithiprasasana, dijo no estar al tanto de los problemas de salud que causan las operaciones de su empresa. Agregó que la compañía mantiene un fondo de seguro ambiental y sanitario destinado a la comunidad.

Según el sitio web de la empresa, el fondo es de cinco millones de baht (149.397 dólares) y se asignará a las «partes afectadas» en caso de que «la central eléctrica cause algún daño a la comunidad».

Pero Bhorn no conoce este fondo.

«Aunque el fondo exista, no creo que sea accesible para nosotros. Somos apenas aldeanos pobres. No tenemos medios para demostrar que nuestro problema de salud se origina en el polvo. Una vez consulté a un médico sobre esto, pero me dijo que es difícil establecer el vínculo», expresó.

Pero el subdirector del Buró de Enfermedades Ocupacionales y Ambientales del Ministerio de Salud Pública, Somkiat Siriratanapruk, dijo que sí es posible establecer el vínculo.

Los aldeanos simplemente tienen que presentar demandas ante su oficina, que luego medirán las concentraciones aéreas de sílice y sacarán placas de los pulmones de los aldeanos para determinar si sus síntomas respiratorios son consistentes con los de la silicosis.

Natee dijo que su empresa ha invertido en una costosa tecnología estadounidense de incineración como prueba de su compromiso social y ambiental. En base al sitio web de la compañía, emplea «una técnica de combustión completa y cualquier partícula de la combustión irá al precipitador electrostático, que captura 99,53 por ciento del polvo antes de ser liberado de la planta».

De todos modos, los residentes cuestionan a la firma que en 2006 fue reconocida por el Ministerio de Energía por la «Excelencia en el Manejo Ambiental y Comunitario».

En 2003, muchos habitantes de Hor Krai expresaron su seria preocupación por los potenciales impactos de la planta de A.T. Biopower sobre su comunidad.

Por ejemplo, el propietario de un comercio recuerda que se lanzó una protesta cuando escuchó por primera vez sobre el proyecto. El movimiento se disolvió rápidamente, señaló. Según él, los líderes «desaparecieron».

«Realmente no sé por qué abandonaron la lucha», dijo.

La respuesta está a 50 kilómetros, en Tambon Nam Song, en la provincia de Nakhon Sawan, donde A.T. Biopower planeaba construir otra central impulsada con combustible elaborado en base a cáscara de arroz.

Suraphol Pan-ngam, portavoz del Club de Conservación de Nam Song, contrario a la planta, recuerda que uno de los ex líderes de la protesta de Hor Krai lo contactó para preguntarle si alguna «compensación» podría alentarlo a dejar de oponerse a la central.

Las protestas de Nam Song persistieron, lo que hizo que A.T. Biopower terminara retirando la postulación de su proyecto, en octubre de 2007.

Las dificultades generadas por la lucha de siete años de su comunidad volvieron a Suraphol muy consciente de los esfuerzos que otras hacen por afrontar los peligros que plantean proyectos similares.

Uno de esos casos es el de la comunidad Khamsangsai, en la provincia de Ubon Rachathani, donde cientos de aldeanos protestan contra una central de 9,9 megavatios alimentada con biocombustible de cáscara de arroz. La misma cáscara cuyas cenizas inundan hogares, cayendo sobre muebles y pisos, sin que sus habitantes puedan encontrar una solución concreta.

* Este artículo es parte de una serie producida por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales) para la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org).

 

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