La victoria del sector conservador en Alemania y de los socialistas en Portugal en las elecciones del 27 de septiembre muestra dos pautas principales. En primer lugar, confirma el descenso del apoyo a los partidos socialdemócratas en el escenario europeo, como si inexorable e insólitamente se les castigara así por el desastre económico de las estructuras financieras que se supone son obra de los conservadores. Por otro lado, sin embargo, se observa que ciertos focos bajo control socialista se mantienen incólumes, según muestra la reelección de José Sócrates como Primer Ministro de Portugal. Esta aparente contradicción tiene ciertas explicaciones.
El amargo descenso de más de diez puntos recibido por el Partido Social Demócrata (PSD) alemán, liderado por el hasta ahora ministro de Asuntos Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, en comparación con las anteriores elecciones de 2005, se ha unido al simultáneo ascenso de los favores electorales recibidos por el Partido Liberal, dirigido por Guido Westerwelle. De esa manera, la Primera Ministra y líder del Partido Demócrata Cristiana (DC), Angela Merkel, puede desembarazarse de sus socios a la izquierda y apoyarse en sus nuevos aliados en el centro, una combinación que se antojaba como más lógica ideológicamente.
En cierta manera, el percibido deslizamiento a la derecha del PSD, a causa de compartir el poder con los democristianos durante los últimos cuatro años, ha sido interpretado negativamente por algunos sectores más radicales que han preferido votar más a la izquierda liderada por Oskar Lafontaine, huido de las filas socialdemócratas. Las matemáticas históricas no mienten: los socialdemócratas que vivieron su mejor época con Willy Brandt -que gobernó entre 1969 y 1974-, han recibido el peor resultado desde la Segunda Guerra Mundial.
Incierto resulta predecir si el futuro de Alemania puede volver a testimoniar la alternancia entre democristianos y socialistas que es la clave de la estabilidad no solamente germana, sino de la propia Unión Europea, imposible de entender sin la cooperación de las dos formaciones. De un juego de dos, Alemania consolida un sistema de cinco partidos (con la adición de los Verdes), en el que las formaciones marginales se convierten en árbitros cuando los grandes partidos no alcanzan la mayoría para gobernar en solitario. En cualquier caso, la nueva etapa germana no representa un peligro para la estabilidad europea, sino que probablemente la refuerza en esta época de incertidumbre, carente de líderes. Quizá haya llegado la hora de Merkel, ciertamente tímida hasta ahora, nunca a la altura de sus predecesores Brand, Schmidt y Kohl.
La experiencia portuguesa tiene una lectura diferente respecto a la solidez del control del Partido Socialista, a pesar de la grave crisis general que se ha cebado todavía más en la economía portuguesa y en sus sectores trabajadores. Para satisfacción de su vecino y correligionario José Luis Rodríguez Zapatero, Sócrates ha conseguido una nueva victoria, aunque ha perdido la mayoría absoluta en el Parlamento que había obtenido en el 2005. En cierto modo, el éxito se lo ha facilitado la lamentable campaña de su contrincante, la candidata conservadora Manuela Ferreira Leite. Al haber elegido como una de las columnas del cortejo de votos una actitud antiespañola, mandó un mensaje equivocado.
Según sus criterios electorales, la crisis sería causa de la íntima relación económica con España, tanto como resultado de la dual accesión de los dos países a la Unión Europea en 1986, como de la decisión del propio gobierno de acrecentar los vínculos con los vecinos ibéricos. La decisión entre Madrid y Lisboa de acelerar los planes de la construcción del Tren de Alta Velocidad entre las dos capitales, además de unir más íntimamente el norte con Galicia, fue señalada por los conservadores como una insólita política imperialista española.
La combinación de los resultados de las elecciones en Alemania y Portugal (derrota de los socialistas en Berlín, victoria en Lisboa) debe darse por buena para el gobierno español. La historia enseña que los socialistas españoles han sabido tener una buena sintonía con los conservadores alemanes, como se demostró en los tiempos del socialista Felipe González y el democristiano Helmut Kohl. Con las espaldas guardadas por Sócrates, ahora Rodríguez Zapatero puede dedicarse a consolidar la buena sintonía personal con el Presidente francés Nicolas Sarkozy, mientras se avecinan cambios en la Italia de Berlusconi. Para Estados Unidos y América Latina, los resultados de estas elecciones son positivos porque refuerzan la sensación de estabilidad en una región imprescindible para sus respectivas economías. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).