La renovación de las cúpulas de Fatah y la percepción popular de que esto le favorece en las luchas de poder internas en Palestina son algunos de los resultados destacados de la convención de este partido secular que controla Cisjordania.
Sin embargo, no está claro cómo afectarán ambos elementos las perspectivas de una solución de dos estados que finalmente resuelva el conflicto con Israel.
Fundado en 1964, Fatah es el partido de Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP).
La primera conferencia general que realizó en 20 años comenzó el 4 de este mes en la ciudad cisjordana de Belén y se prolongó hasta esta semana, más de lo previsto, por las dificultades que hallaron los viejos y nuevos dirigentes para ponerse de acuerdo.
Finalmente, el poder pasó de manos de la vieja guardia de políticos regresados del exilio a manos de una generación de mediana edad, que creció dentro de una Palestina que combatía contra la ocupación israelí.
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Pero la importancia de la convención radica en la percepción palestina de que éste es un punto de inflexión que favorece a Fatah en su conflicto interno con el más radical Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás), dominante en Gaza.
Considerados en conjunto, estos dos hechos significativos sirven para alentar a los promotores de la solución de dos estados, es decir uno para los israelíes y otro para los palestinos.
Y también constituyen el mayor estímulo para la política del presidente estadounidense Barack Obama sobre Medio Oriente, dado que él señaló a la solución de dos estados como la piedra angular de cualquier paz duradera en la región.
Contrariado por no haber sido reelecto al Comité Central de Fatah, Ahmed Qureia, ex primer ministro palestino y uno de los arquitectos clave de los acuerdos de Oslo que en 1993 sentaron las bases para la solución de dos estados, declaró en una entrevista publicada este jueves que ya no cree posible ese desenlace.
Qureia dijo al periódico panárabe Al-Quds Al-Arabi, con sede en Londres, que se debería crear un Estado palestino sobre fronteras temporarias, dado que Israel estaba haciendo todo lo posible para impedir su concreción.
Mientras, del lado israelí, el ministro de Relaciones Exteriores, Avigdor Lieberman, que nunca fue un gran partidario de la solución de dos estados, dijo a una delegación estadounidense del Partido Demócrata, de visita en este país, que las posiciones palestinas adoptadas en la convención de Belén fueron "delirantes en su extremismo".
"Lo mejor que podemos esperar ahora es alguna clase de acuerdo interino para mantener la paz", sostuvo.
Todavía está por verse si es genuino el compromiso del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu para con una solución de dos estados. Y aunque las despreciativas declaraciones de Lieberman reflejan el estado de ánimo reinante en el gabinete de Netanyahu, el gobierno israelí no puede permitir que ésa se convierta en su posición oficial.
Lieberman y Qureia pueden haber llegado a la misma conclusión partiendo de un sentido de compromiso diferente —o su falta— en relación al principio de los dos estados. Pero resulta interesante que ahora parezcan estar igualmente desconectados de lo que ocurrió dentro del movimiento que durante décadas estuvo en la vanguardia del pensamiento nacional palestino.
Al contemplar al "nuevo" Fatah, el gobierno de Obama tiene un motivo auténtico para permitirse un destello en la mirada, dado que su enfoque sobre el conflicto ha recibido un estímulo inesperado.
Esto se debe a varias razones.
Confirmado ahora al frente de Fatah, Mahmoud Abbas, descartado por muchos especialmente en Israel, pero incluso dentro de sus propias filas, ha surgido como un líder nacional formidable. Político capaz y astuto, ha logrado resucitar su propia suerte y la de su partido de un modo bastante drástico.
Fatah observa su imagen reconstruida como única entidad capaz de sacar al pueblo palestino de su difícil situación. Y lo hace en su mejor espejo: Hamás, que se muestra muy a la defensiva.
Fatah capitalizó de modo brillante un error crucial de Hamás. Éste tuvo lugar cuando los islamistas intentaron debilitar la convención amenazando a los miembros de Fatah en Gaza e impidiéndoles participar en una reunión, que resultó decisiva por su potencial para cambiar el destino de Palestina.
Allí donde Hamás parece aferrarse a toda costa a su poder en Gaza, ahora Fatah puede proyectarse a sí mismo como el único capaz de responder verdaderamente a los intereses nacionales.
Una señal tangible de este viraje drástico en la política palestina se refleja en le resurgimiento del interés en la espinosa cuestión de un intercambio de prisioneros con Israel.
En los últimos días, varios informes sugirieron un repentino deshielo en los intentos por conseguir un acuerdo entre Israel y Hamás. Esto podría conducir a la liberación de cientos de prisioneros palestinos a cambio del soldado israelí Guilad Shalit, secuestrado el 25 de junio de 2006 por Hamás, que lo mantiene cautivo desde entonces.
Todos los reportes proceden de fuentes palestinas. Algunos insinúan que Hamás está dispuesto a moderar sus reclamos a fin de posibilitar ese canje, sólo porque siente que la opinión pública interna ya no lo apoya como antes.
El asunto de los prisioneros es fundamental para la idiosincracia nacional palestina. De ahí que en el recién electo Comité Central de Fatah haya por lo menos tres ex prisioneros, además del muy popular activista Marwan Barghouti, quien continúa cumpliendo una cadena perpetua múltiple en una cárcel israelí.
Los informes sugieren que Hamás espera que un canje de prisioneros en el futuro cercano frene la hemorragia de su apoyo popular hacia Fatah.
Por otro lado, con la resurrección de Fatah, Hamás no tiene motivos para creer que los esfuerzos de reconciliación —con inminentes comicios generales como su culminación— vayan a dar sus frutos.
Hay un detalle aún más significativo: la convención se realizó en la cisjordana ciudad de Belén, y no fuera de Palestina.
Esto puso de relieve lo que rápidamente se está convirtiendo en un hecho central e irrefutable: Fatah es la única fuerza a cargo de las áreas de Cisjordania controladas por Palestina.
Así se ha derribado un puntal del argumento de los escépticos israelíes —que no escasean en el gobierno de Netanyahu— que han descartado a Fatah y a Abbas como fuerzas viables con las que Israel pueda negociar.
De todos modos, la estrategia de Obama para la reconciliación enfrenta dos desafíos. Por un lado, cómo reconciliar las divisiones, cada vez más profundas, entre Fatah y Hamás. Y por otro, la perspectiva potenciada de negociaciones entre Israel y Fatah hacia el objetivo de los dos estados.