MUJERES-PAKISTÁN: Susurros contra el Talibán

Para las mujeres del norteño valle pakistaní de Swat salir de sus casas sin haberse calzado antes la burqa constituye un acto extremo de supervivencia.

"'Burqa, burqa' era todo lo que nos decían (los milicianos del Talibán), pero cuando corríamos era imposible cubrirse y quedamos a la vista de todo el mundo", explicó una mujer de esta conflictiva zona que logró escapar y ahora vive en un campamento de desplazados.

Ese angustiante relato deja al descubierto las difíciles condiciones de las mujeres en el valle de Swat, en la Provincia de la Frontera Noroccidental, donde se desarrolla desde mayo el conflicto entre esa milicia islamista y tropas del gobierno.

La burqa, una túnica que cubre el cuerpo desde la cabeza a los pies, es la vestimenta tradicional femenina en algunas sociedades islámicas, como señal de respeto a la "purdah", la práctica de impedir que los hombres vean a las mujeres y que el Talibán ha impuesto con mano de hierro.

La prenda se ha convertido en el símbolo de la opresión que este movimiento fundamentalista ha ejercido sobre la población femenina a los dos lados de la frontera, en Afganistán y en Pakistán.
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El breve relato de la mujer fue escuchado por una activista que visitó 22 campamentos creados por el gobierno para los desplazados en el distrito de Swabi, limítrofe con Swat. La parlamentaria Bushra Gohar, del Partido Nacional Awami —que ha formado gobierno en la provincia—, hizo circular la grabación de su testimonio a través de Internet.

Célebre por sus bellos paisajes que fueron alguna vez imán para los turistas, Swat es sacudido por los incesantes enfrentamientos entre las fuerzas del gobierno y los insurgentes del Tehrik-e-Talibán Pakistán (TTP), organización del movimiento Talibán que opera en territorio paquistaní.

A raíz del conflicto han huido de Swat tres millones de personas.

Al principio, el TTP intentó ganarse la confianza femenina. Maulana Fazalullah, líder del grupo en Swat, utilizaba radioemisoras no autorizadas en frecuencia modulada para llegar a los hogares de la zona y conquistar los corazones y las mentes de las mujeres encerradas todo el día.

"Él hablaba sobre el Islam, sobre rezar cinco veces al día, sobre ir a la madrasa (escuela islámica) y estudiar el Corán. Todas pensábamos que era un buen hombre", explicó la refugiada.

Pero en los últimos dos años, el TTP causó miserias indecibles a la población de Swat, especialmente a las mujeres, en nombre del Islam.

No se admite ningún tipo de oposición. Una viuda se quitó el pañuelo que cubría su cabeza para mostrarle a la activista visitante que el Talibán le había rasurado la cabeza, además de quedarse con sus joyas, como castigo por reclamar que le devolvieran a su hijo de 12 años que estaba desparecido.

Cualquier desobediencia motiva castigos, como decapitaciones y matanzas, según las fuentes. Luego, los restos de las víctimas son exhibidos públicamente.

No sorprende, entonces, que las mujeres que hoy habitan los campamentos de Swat se sienten en silencio, sin nadie que las consuele, dijo la activista, transmitiendo las lamentaciones de muchas que hablaron con ella.

Buscando por primera vez una voz colectiva, las mujeres desplazadas juntaron coraje para hablar, aunque más no fuera en susurros, sobre los sufrimientos que les infligió el Talibán. En la visitante, que pidió no revelar su identidad, hallaron oídos dispuestos a escuchar sus experiencias, reunidas en una gran tienda de campaña.

Las historias de esas mujeres incluyen violaciones y mutilación de senos. Y también el dolor de las madres por sus hijos pequeños, reclutados a la fuerza por los miembros del TTP para sumarlos a la "yihad" (guerra santa) y cuyo paradero se desconoce.

Muchas dijeron haberse enterado más tarde que sus hijos eran carne de cañón para cometer atentados suicidas.

Otras madres testimoniaron sobre las muertes de hijos e hijas en sus propios brazos y bajo el indiscriminado fuego de morteros del ejército. Las embarazadas relataron que no sólo tuvieron que soportar largas caminatas hacia los campamentos de desplazados, sino dar a luz prematuramente. Y los enfermos y ancianos eran forzados a subir a camiones "como animales".

"Cada vez que las organizaciones islamistas quieren aplicar su interpretación de la shariá (ley islámica), lo hacen con el cañón del arma y su primer objetivo, luego de los opositores, siempre son las mujeres", dijo la prestigiosa novelista Zahida Hina, resumiendo la situación de la población femenina de Swat.

El portavoz del TTP, Muslim Khan, replicó en una entrevista telefónica que "la shariá dará a las mujeres su lugar correcto en la sociedad".

Es la misma respuesta que esa fuente ha dado en anteriores conversaciones telefónicas cada vez que se le preguntó sobre el trato que su organización reserva a las mujeres.

Khan argumentó que la visibilidad de las mujeres ha promovido la vulgaridad en la sociedad.

El portavoz se ha mantenido en la clandestinidad desde que comenzó el operativo militar, el 5 de mayo. El gobierno ofreció una suma inicial de 10 millones de rupias (120.000 dólares) por su captura vivo o muerto, además de la de otros 19 comandantes del Talibán.

La situación de las mujeres de Swat es muy similar a la que tuvieron que soportar las afganas entre 1996 y 2001, dijo por correo electrónico el pacifista Pervez Hoodbhoy. Se refería al periodo en que el movimiento Talibán controló buena parte de Afganistán.

El TTP siguió al pie de la letra las pautas de sus pares afganos.

Impidió la asistencia a la escuela de las niñas mayores de 13 años. Bombardeó casi 200 locales escolares, la mayoría de ellos para niñas y sólo cedió luego de que el gobierno local y la dirección escolar garantizaron que las niñas usarían la burqa. Las mujeres fueron obligadas a dejar sus empleos en oficinas, fábricas y organizaciones no gubernamentales, y las que se desempeñaban en el campo de las artes fueron prohibidas.

Buena parte de la violencia perpetrada por los insurgentes en el valle de Swat buscó erradicar el ya muy restringido espacio público de las mujeres, según activistas por los derechos humanos.

"Éramos prisioneras en nuestros propios hogares, dado que no podíamos salir sin nuestros hombres", señaló la mujer desplazada. El ejército y el gobierno, cuya ayuda buscaron desesperadamente, hicieron la vista gorda ante lo que ocurría, aseguró.

Incluso la sociedad civil pakistaní, y en ella las organizaciones femeninas, permanecieron en silencio, sostuvieron algunos observadores. Prácticamente no hubo protestas.

Según Saba Gul Khattak, director del Instituto de Políticas para el Desarrollo Sustentable, con sede en Islamabad, los hombres también tienen la culpa. "¿Por qué los hombres no se manifestaron?", preguntó.

Hoodbhoy consideró el silencio masculino "condenable", y producto del "miedo y el oportunismo".

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