Los cubanos estamos acostumbrados a vivir entre crisis, limitaciones y carencias, planes de emergencia y períodos más o menos “especiales”. Tal vez por eso, durante meses, muchos vieron con distancia, como algo ajeno, la crisis económica y financiera que desde hace dos años recorre el mundo. Incluso los políticos y los medios de prensa contribuyeron a dar esa sensación de lejanía: en Cuba no habría recortes de empleos, nadie perdería su casa (entre otras razones porque nadie puede comprar una casa, legalmente), y los programas de beneficio social no se cancelarían ni recortarían.
Pero tres huracanes feroces capaces de devastar media isla en el 2008 –solo en la vivienda fueron afectadas más de medio millón de construcciones- y una larga y enconada ineficiencia económica sistémica que obliga, por ejemplo, a importar el 80% de los alimentos que se consumen (en un país rico para la agricultura y donde más de la mitad de la tierra se mantiene improductiva), sumado a factores como la fluctuación de los precios del petróleo, la dificultad para acceder a créditos internacionales, las trabas comerciales que impone el embargo norteamericano y las olas de la depresión que también llegaron a las costas cubanas, llevaron a la economía a un estado cercano a la parálisis y a las arcas del Estado a aceptar que el país avanzaba hacia la bancarrota.
La cautela con que, a lo largo de sus tres años de gestión, el gobierno del presidente Raúl Castro introdujo cambios en la estructura económica y financiera de la nación parece haber llegado a su fin: las circunstancias obligan ahora a los dirigentes cubanos a mirar la economía con mayor realismo y, en consecuencia, a remodelar ciertas estructuras heredadas del viejo modelo socialista al estilo soviético que, aun desaparecida la Unión Soviética, se mantuvieron funcionando en la isla.
En las últimas intervenciones públicas del actual gobernante cubano, aun cuando no especifica cuáles van a ser los recortes de los beneficios sociales ni los movimientos de la estructura económica –además del ya iniciado proceso de entrega de tierras “ociosas” a quienes quieran cultivarlas-, y a pesar de que insiste en la permanencia del sistema económico, político y social del socialismo adoptado en el país hace casi medio siglo, se advierte que ya no será el mismo socialismo y no regirán, por tanto, las mismas reglas de juego.
Pero, ¿cuál es el nuevo socialismo que se practicará en Cuba? ¿Acaso uno al estilo chino?… Lo que resulta previsible es que si bien en lo político no se introducirán grandes modificaciones –no se prevén cambios en el monopartidismo-, y que en lo económico el casi monopolio estatal seguirá imperando, en lo social sí se producirán transformaciones que –lo ha advertido el gobernante- implican recortes de subsidios y gastos “insostenibles”.
Hasta ahora se anuncia que en un sector tan sensible como la sanidad no habrá alteraciones, aunque lo cierto es que el sistema sanitario cubano ha sufrido un profundo deterioro en los últimos años, por falta de personal –miles de médicos sirven fuera del país-, por el alarmante estado de muchos centros de salud y por la falta de insumos y medicamentos.
En la educación y la cultura quizás se produzcan más transformaciones que la simple y esperada eliminación del sistema de los institutos preuniversitarios ubicados en zonas rurales (demostraron hace años su escasa resonancia productiva y su visible contribución al deterioro ético de unos jóvenes apartados de sus padres en una etapa crucial de sus vidas) y se introduzcan diversos recortes de gratuidades y subsidios.
Pero donde sin duda llegarán los golpes más sensibles es en los beneficios sociales relacionados directamente con el consumo y la economía. Desde hace meses se habla de la insostenibilidad del sistema de la cartilla de racionamiento que asegura a toda la población de la isla una cierta cantidad de productos subsidiados, que el Estado debe comprar a precios del mercado internacional y vender a bajos precios. También se menciona con fuerza la necesidad de eliminar el sistema de la doble moneda –una emergencia adoptada durante la crisis de los años 1990, cuando se despenalizó la posesión de divisas- que ha creado una economía bicéfala en pesos cubanos y en moneda convertible y que únicamente podría resolverse con una elevada tasa de cambio de las divisas contra peso cubano (o sea, mantiendo esa tasa cercana al cambio actual de 24 pesos por 1 CUC, el peso cubano convertible, equivalente a 0,90 dólares aproximadamente. Incluso, se ha hablado de un sistema impositivo más abarcador, pues ahora solo pagan impuestos los trabajadores por cuenta propia y los vinculados a empresas extranjeras y también es de prever un aumento en el precio de productos y servicios.
La anunciada eliminación oficial de un sistema igualitarista es, más que una necesidad, una realidad ya establecida. Los que en Cuba tienen acceso a divisas –ya sea por vía laboral (los menos), por artilugios de la extendida corrupción (muchos más) o por la simple recepción de remesas enviadas desde el extranjero (varios cientos de miles o millones de cubanos) tienen un nivel de vida infinitamente superior a los que solo ganan salarios estatales (si el salario promedio alcanza los 500 pesos hablamos de unos 25 dólares, la cuarta parte de lo que tendría quien recibiera una pequeña remesa de 100 dólares mensuales). Lo más triste es que esas diferencias económicas, en la mayoría de los casos, no dependen de la laboriosidad, inventiva, calificación o talento de las personas, sino de la propia estructura imperfecta de un status económico que hace más rentable ser maletero de hotel que neurocirujano…
Sean cuales sean los cambios y recortes económicos, parece evidente que los tiempos del proteccionismo y el igualitarismo han quedado atrás. El socialismo cubano reducirá subsidios y prebendas e impondrá reglas de juego más férreas para una sociedad que hace agua por demasiados flancos. En fin, más socialismo pero con menos beneficios sociales: ése parece ser el modelo. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Leonardo Padura Fuentes, escritor y periodista cubano. Sus novelas han sido traducidas a una decena de idiomas y su más reciente obra, La neblina del ayer, ha ganado el Premio Hammett a la mejor novela policial en español del 2005.