Luego de la ola de violencia xenófoba que sufrió Sudáfrica el año pasado, el club de fútbol Kanana, de Masiphumelele, un barrio pobre de esta ciudad, decidió incorporar jugadores extranjeros, como gesto de armonía y buena voluntad.
La armonía ya es un hecho y resulta evidente en la cancha y fuera de ella. Thembelani Dumo, cofundador y presidente del club, dijo que la invitación a los extranjeros a jugar tuvo el objetivo de dar el ejemplo a otros equipos de su liga y a las comunidades afectadas por la xenofobia.
"La idea parecía buena y pensamos que debíamos concretarla", dijo.
JUGANDO EN LA TIERRA PROMETIDA
La mayoría de los 28 jugadores de este equipo son jóvenes desempleados. La intención de los fundadores del club fue alejarlos de la delincuencia y, al mismo tiempo, promover medidas de prevención contra el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), causante del sida.
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El club Kanana también es joven: fue creado el año pasado. Fue el primero de su liga que decidió reclutar extranjeros, en diciembre de 2008. Al principio, otros clubes cuestionaron la idea, pero algunos ya hacen lo mismo, dijo Dumo. Entre ellos figuran equipos de zonas densamente pobladas de Ciudad del Cabo, como Du Noon y Mitchell's Plain.
"El cambio de actitud es evidente dentro de nuestro equipo, y también en el modo en que nuestros rivales ven a los extranjeros", agregó.
El mediocampista Sisifo Skroba afirmó que ahora, gracias a la interacción diaria con sus compañeros de equipo en los entrenamientos, ve a los inmigrantes como iguales.
"Son nuestros hermanos. No tengo ningún problema en socializar con ellos. Así debemos vivir los africanos", dijo Skroba.
Kanana es el nombre de la calle donde viven la mayoría de los jugadores. Se trata del nombre en xhosa de la Canaan bíblica, la tierra prometida. Y así es como ve al vecindario el inmigrante Peter Mutivi, de Zimbabwe, uno de los jugadores del club.
Mutivi tiene aún muy fresco el recuerdo de la violencia del año pasado, pero ahora se siente bienvenido en esta comunidad. Padre de tres niños, llegó hace cinco años a Sudáfrica y se gana la vida como peón en trabajos eventuales.
"El club es fantástico. Jugar al fútbol da una sensación de fraternidad. Los sudafricanos ahora nos aprecian porque, en la convivencia diaria, notan nuestro deseo de contribuir con la comunidad", dijo.
También se siente en casa Mayde Mlambo, otro inmigrante de Zimbabwe, para quien el fragor previo a la Copa del Mundo de fútbol, que se disputará el año próximo en Sudáfrica, ayuda a consolidar los vínculos en comunidades como la de Masiphumelele.
"Todos los africanos estamos entusiasmados con el campeonato mundial, y ese entusiasmo sirve para amalgamarnos", sostuvo Mlambo.
IMPACTO POSITIVO
A Dumo lo llena de orgullo que, en tan poco tiempo, el club Kanana logró cambios de actitud en toda la comunidad de Masiphumelele. El equipo está alcanzando éxitos destacables, tanto dentro como fuera de la cancha.
Los extranjeros "se sienten en casa", e incluso "se sienten en libertad para hacer sus aportes" en actividades extradeportivas, explicó.
La campaña del club Kanana encaja con las de organizaciones de la sociedad civil como la Coalición Justicia Social. La encargada de proyectos de esta institución, Anele Wonde, dijo a IPS que el cambio se está notando lentamente en algunas comunidades.
Pero es necesario que el gobierno "se enfrente" con más energía contra la xenofobia, sostuvo la activista.
La marginación de las comunidades más pobres, evidente en la mala calidad de los servicios públicos que las autoridades les brindan, causa "frustración" y constituyó un factor determinante de la violencia del año pasado, según constató la Coalición Justicia Social, afirmó Wonde. La policía informó que la justicia penal condenó a seis de los 50 acusados por los hechos de violencia del año pasado en la Provincia del Cabo Occidental. Cuatro de ellos fueron condenados a cinco años de cárcel.
TE VAMOS A MATAR
En otras comunidades pobres de Ciudad del Cabo hacen falta iniciativas de integración de inmigrantes como la del club Kanana. Áreas como Khayelitsha y Gugulethu, por ejemplo, son todavía un infierno para los extranjeros.
Vecinos sudafricanos de Gugulethu hirieron a balazos a John Kwigwasa y Rajab Ramazani, de República Democrática del Congo, cuando intentaban regresar a sus hogares luego de la ola de violencia del año pasado.
"Me atacaron cuatro hombres. Me apuntaron con sus pistolas, dijeron 'siyakhubulala' ('te vamos a matar', en xhosa) y me dispararon en la pierna", recordó Kwigwasa.
Junto con su esposa y sus dos hijas, Kwigwasa se vio obligado a trasladarse al campamento de refugiados de Blue Waters, en Khayelitsha. Allí también se radicaron 400 inmigrantes que temen volver a las comunidades donde residían.
La vida en el campamento no es fácil. Las autoridades de Ciudad del Cabo no brindan alimento ni electricidad a los refugiados, e incluso demandó a la justicia el desmantelamiento de las instalaciones.
La vida se ha vuelto insoportable, dijo Asaadi Abdullahi, dirigente de los alojados en el campamento. "Tenemos hambre. Aquí no hay nada. Estamos sufriendo", declaró.
La alcaldía de Ciudad del Cabo insiste en que los inmigrantes deben regresar a las comunidades en las que vivían antes. Eso, para Abdullahi, es imposible.
"Queremos regresar a nuestros países de origen o que, en caso de que eso sea imposible, la Organización de las Naciones Unidas nos facilite el traslado a algún otro lugar", dijo.