MICHAEL JACKSON: SUEÑO Y PESADILLA

No hay escapatoria. Si fuera por la libre voluntad de la mayoría de los estadounidenses, desde una docena de generaciones que se remontan al nacimiento de esa curiosa nación, preferirían que los dejaran tranquilos, protegidos primero desde las costas de Nueva Inglaterra, o más tarde entre la inmensidad que se extiende hasta el Pacífico.

En contra de lo que generalmente se cree, los americanos son esencialmente aislacionistas, amantes de su intimidad y privacidad, desconfiados del resto del planeta, especialmente de la Europa de donde procede su cultura. Puestos a elegir, preferirían pasar desapercibidos, sin llamar mucho la atención.

Aunque disfrutan del impacto universal de su NBA (National Basketball Association), su deporte más identificable es el béisbol, lento y aburrido para el neófito. El football americano reflejaría ya la vertiente intervencionista y guerrera, protegidas las tropas con cascos, ubicados los bandos en posturas defensivas y ofensivas, formando trincheras humanas. El fútbol-soccer, con esfuerzos y grandes progresos, sigue sufriendo la connotación de algo extranjero, importado.

Dedicados a sus negocios (los que se arriesgan moderadamente), a sus empleos de 9 a 5 (que hasta ahora les daban la sensación de pertenecer a la clase media), cobijados en sus viviendas unifamiliares (los que no son expulsados al no poder pagar la hipoteca), respaldados por sus seguros médicos privados (los que los tienen), conscientes de sus obligaciones religiosas (los más), durante casi dos siglos estuvieron convencidos de que la ética que llamaban protestante los protegía de la catástrofe.

Pero sucedió, quizá como resultado de convertirse en potencia planetaria después de la Segunda Guerra Mundial, que su innata timidez se trocó en explosiva exteriorización de todo lo malo y lo bueno que ha producido esta idea nacional. Lo más llamativo de este fenómeno es que el resto de la humanidad se apresuró a imitar el sueño americano, al que identificaba simultáneamente como indígena expresión de sus esencias y sublimación de las ambiciones y sentimientos de alcance universal.

Solamente así se explica cómo unas dimensiones sociales surgidas de una sociedad que siempre ha sentido nostalgia de su provincianismo se hayan convertido implacablemente en señas de identidad de una cultura universal. Aunque suene a estereotipo, el surgimiento de la llamada globalización se ha identificado, errónea y parcialmente, con una “americanización” que muchos denuestan, otros explotan, y los más simplemente se pliegan a su impacto.

Solamente así se entiende cómo la muerte de Michael Jackson parece sentirse como un cataclismo universal y al mismo tiempo se considere como producto genuino de la cultura americana. Estados Unidos ha sido una máquina de la producción de mitos de la canción popular. Quizá el que más ser acercó al nivel disfrutado por Jackson fue Elvis Presley, reconocido tan conectado a la médula americana como Frank Sinatra. El baile de Michael tiene sus raíces en el arte de Fred Astaire.

Pero, significativamente, Michael al transformarse por pigmentación en “blanco”, fue perdonado por su osadía o capricho, algo que no se hubiera consentido a Diana Ross y todos sus hermanos de raza. Mientras Bruce Springsteen y Johnny Cash exhuman americanidad de barrio y sur profundo, Jackson parecía salido del terruño natural de su fingido “moon walk”.

Como fenómeno propio de la sociedad americana, Jackson se explica de la misma forma que es posible la coexistencia de una irreal comunidad llamada Las Vegas con un territorio conservador que es capaz de generar los mormones de Utha. Los americanos que van a misa los domingos, y cooperan en las tareas escolares, pagan sus impuestos casi sin rechistar, en un fin de semana explotan y, son capaces de pasear entre venecias de cartón, dejando fortunas en ruletas y juegos de cartas aleatorios.

No es una casualidad que los mitos del cine y la música americanas se concentren en California. Un estado que es la desmesura geográfica y demográfica del país, se siente ahora atrapado entre la fantasía del cinema y el CD, la realidad cruel de la falta de liquidez que atenaza el gobierno de su impotente Terminator, y una inmigración incontenible que ya ha transformado la faz de sus expansivas urbes. Los Angeles de los Lakers es un conglomerado de vecindarios en busca de un centro de ciudad que no existe. No es casualidad que en un barrio opulento haya fallecido Michael.

Pero las lágrimas genuinas de los americanos se deben en realidad a una constatación más de la pérdida de la inocencia política. Jackson presidió la adolescencia y juventud de una generación sin héroes. Han sido libres, danzando, quizá hacia atrás como en el “moon walk” del genio desaparecido.

Ahora deben regresar a la búsqueda de un plan de salud decente, enfrentarse a la crisis que deja en la calle a los que creyeron en el sueño. En el resto del mundo, las pesadillas tienen el perfil de Irán y Corea de Norte con misiles. Distraído Obama con las veleidades de Hugo Chávez y la ambivalencia de Raúl Castro, de repente ve regresar un pedazo de Latinoamérica al cuartelazo clásico. Honduras, el primer caso desde que los militares se retiraron a los cuarteles sin haber resuelto nada más que generar “desaparecidos” y exilio, es un toque de atención en la era post-Jackson. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Joaquín Roy es catedrático ‘Jean Monnet’ y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).

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