El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, está en una encrucijada con los palestinos y no tiene margen para la equivocación. No puede obviar las presiones de sus aliados de extrema derecha en la coalición de gobierno ni desoír los reclamos del presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
El desafío de Netanyahu es enorme porque basa su estrategia política en lo que le conviene a un pequeño porcentaje de ciudadanos israelíes, los 300.000 colonos de Cisjordania, y en la insistencia de que Israel tiene derecho a seguir construyendo viviendas en ese territorio palestino.
El grado de disgusto de Netanyahu está en proporción directa con la amplitud de visión de Obama respecto de Medio Oriente y de las consecuencias que tiene para la relación de Estados Unidos con el mundo musulmán.
Pero la falta de ideas demostrada por los derechistas gobernantes israelíes parece indicar que no entienden que el objetivo que se fijó el mandatario estadounidense no podrá ser obviado con facilidad.
Netanyahu anunció en la reunión semanal del gabinete, realizada el domingo, que dará un "importante discurso político" la semana que viene en la religiosa Universidad de Bar Ilan, de Tel Aviv, en el que dará a conocer los "principios de Israel para lograr paz y seguridad".
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El contenido de su alocución tendrá que tener en cuenta los últimos acontecimientos regionales, como el triunfo de la alianza pro occidental en las elecciones parlamentarias de Líbano el domingo, frente a la coalición pro iraní y pro siria que encabeza el movimiento chiita Hezbolá (Partido de Dios).
"Tras muchos años de prevalencia de fuerzas radicales en el mundo árabe, quizá esto represente un cambio total y signifique el resurgimiento de elementos pragmáticos", dijo a IPS Tzahi Hanegbi, figura relevante del opositor y centrista partido Kadima, también conocido por sus vínculos estrechos con Netanyahu.
"Comprendemos que lo ocurrido en Líbano es un claro indicio de que el efecto Obama comenzó a incidir en la política interna de los países de la región", remarcó una fuente del gobierno israelí que pidió reserva de su identidad.
Netanyahu ya está presionado por su ministro de Defensa, Ehud Barak, para adoptar una posición conciliadora respecto de la solución de crear dos estados para resolver el conflicto palestino-israelí y remarcar su compromiso con la hoja de ruta fijada 2003 a instancias de Estados Unidos.
Barak dijo a Netanyahu que en las reuniones que mantuvo en Washington la semana pasada, funcionarios estadounidenses le dieron la "clara impresión" de que si el primer ministro deja de oponerse a la creación de un estado palestino independiente facilitará que Israel y Estados Unidos logren ponerse de acuerdo por el delicado asunto de los asentamientos.
Barak también ordenó una reevaluación del sitio que Israel mantiene contra la franja de Gaza. La decisión fue tomada después del histórico discurso de Obama en El Cairo, el 4 de este mes, en el que criticó "la permanente crisis humanitaria" en ese territorio palestino y las consecuencias devastadoras sobre sus 1,5 millones de habitantes.
Además, no sirve a los intereses de seguridad de Israel, remarcó el presidente estadounidense.
Pero el primer ministro israelí también está sujeto a las presiones de sus aliados de línea dura en la coalición de gobierno. Le piden que no renuncie al "derecho" de Israel de seguir construyendo asentamientos, y que otorgue más fondos a los colonos para que puedan consolidar su posición en la zona.
Los naturales aliados de extrema derecha de Netanyahu "lo amenazan con sacarlo del gobierno si dice que sí a Obama", señaló un editorial del lunes del periódico israelí liberal Haaretz.
Pero el primer ministro "no debe alarmarse". "Es el momento para que demuestre que es un estadista con visión histórica capaz de trascender su anticuada plataforma política y de aprovechar las oportunidades en vez de perdérselas por temores políticos", subrayó.
Las visiones encontradas dentro del gobierno de Netanyahu pueden agravarse si el enviado especial de Washington para Medio Oriente, George Mitchell, vuelve a la región con el objetivo de comenzar a llevar a la práctica la política de Obama.
El discurso que dará Netanyahu el domingo próximo será la indicación más clara de hacia donde pretende llevar a Israel, a tono, o no, con la Casa Blanca.
Mientras, el primer ministro se contenta con declaraciones plagadas de lugares comunes.
"Quiero dejar claro que aspiramos a la paz con los palestinos y el mundo árabe, al tiempo que tratamos de entendernos lo más posible con Estados Unidos y la comunidad internacional. Aspiro a lograr una paz duradera basada sobre los fundamentos de seguridad de Israel y sus ciudadanos", declaró.
"Netanyahu decidió desaprovechar su periodo de gracia con reuniones de reevaluación sin sentido. Ahora tendrá que demostrar una creatividad particular si quiere renovar la confianza entre Estados Unidos e Israel", escribió el conocido analista israelí Ben Caspit en el periódico Maariv.
Sin embargo tendrá que hacer más que eso.
Obama contó que durante la exigente campaña electoral leyó "Netherland", un libro que lo ayudó a definir sus prioridades. La novela de Joseph ONeill trata sobre la vida en Nueva York tras los atentados contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001.
Uno de los personajes es un inmigrante de Trinidad y Tobago, Chuck Ramkissoon, que sueña con transformar a su país adoptivo mediante la masificación del críquet, un visionario que aboga por cosas descabelladas.
Si Netanyahu quiere aprovechar la oportunidad histórica tendrá que hacer lo que a él le parece "descabellado". En vez de seguir transformando a Cisjordania en "tierra de asentamientos", como una prolongación de Israel, tendrá que coincidir con la posición de Obama y cambiar al estado judío mediante la transformación de Cisjordania en "tierra de palestinos".