Cautelosos elogios motivó el discurso del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en El Cairo, donde señaló que el conflicto de israelíes con palestinos y los árabes en general es uno de los asuntos más importantes para mejorar las relaciones de su país con los musulmanes.
No pudo más que recibir elogios después de su inspirador discurso del jueves y de su profundo compromiso con un proceso de paz integral en Medio Oriente.
"Fue tan impresionante como el discurso de Martin Luther King I have a dream" (Tengo un sueño), declaró un portavoz de Hamás (acrónimo árabe de Movimiento de Resistencia Islámica) a la cadena de noticias árabe Al-Jazeera, enseguida después de que el mandatario estadounidense habló en la Universidad de El Cairo.
Pero muchos pueden haber quedado desconcertados y disconformes, tanto en la comunidad árabe como en la israelí. En especial los que nos están preparados para plegarse a la visión de Obama de que la paz es posible y los que se mueven en función de sus propios intereses y desoyen sus llamados para un acercamiento.
El mayor logro de los promotores de la paz durante los años 90, cuando reinó una relativa calma entre israelíes y palestinos, fue que judíos y musulmanes comenzaran a comprender que el otro carga con un profundo dolor histórico.
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El reconocimiento, por un lado, del sufrimiento causado por el Holocausto judío, y por otro, el dolor por la nakba (catástrofe) a los palestinos, como ellos llaman a la creación de Israel en 1948, fue mucho más importante que el aspecto político: que los palestinos acepten a Israel y los israelíes a la nación palestina.
El breve intervalo que se caracterizó por comenzar a comprender el dolor ajeno se desvaneció por completo en la última década. El regreso de la violencia llevó a que ambos pueblos se infligieran más daño a fin de mitigar su propio sufrimiento.
Esos no fueron los términos empleados por Obama para reclamar la paz. Pero la necesidad de comprender el dolor del otro fue el mensaje central de su discurso, un pedido y un desafío lanzado en cuatro direcciones distintas, a los israelíes, a los palestinos, al mundo árabe y a los judíos que apoyan a Israel.
El respaldo de Estados Unidos a Israel es "inquebrantable", subrayó, algo prometido con fervor por sus predecesores.
Lo nuevo de Obama no fue su énfasis en el compromiso de su país con la seguridad de Israel, sino su contundente afirmación sobre la legitimidad de la existencia Israel debido a los siglos de sufrimiento padecidos por el pueblo judío que derivaron en el Holocausto perpetrado por los nazis.
Su llamado fue mucho más allá del acostumbrado reclamo de que los árabes acepten la realidad de Israel. Más bien, apuntó a que acepten el derecho a la existencia de Israel, lo que es muy difícil para muchos árabes, en especial para los palestinos.
Obama "aceptó el relato israelí" al respecto, reconoció el conocido analista de Al Jazeera Marwan Bishara.
Pero también insistió en que los israelíes deben, a su vez, tener un gesto importante hacia los palestinos. Además de comprender la necesidad de terminar con la ocupación, deben reconocer, como lo hizo Estados Unidos, según dijo él, "el dolor que el desplazamiento" ha causado en los palestinos en las últimas décadas.
Algunos israelíes se negarán a ver una equivalencia entre el sufrimiento causado por el Holocausto a los judíos y el padecimiento palestino por la creación de Israel.
Pero el discurso de Obama no se centró en equivalencias, sino en tratar de encontrar una forma similar de llegar al corazón de ambos pueblos. Lo realmente novedoso fue que el mandatario se refirió al pasado, al presente y al futuro: el dolor por lo ocurrido, la legitimidad de Israel y de Palestina y la ilegalidad de la ocupación.
Dejar descansar la historia y llevar la solución a un plano diferente permitirá construir un camino fructífero para evitar un enrevesado conflicto de 100 años por un pedazo de territorio, señaló.
Obama le aseguró al mundo que no dejará de exigir las medidas concretas necesarias para que la intensa presión moral cree un nuevo ambiente que permita avanzar de forma significativa hacia la paz.
La violencia, le dijo a Hamás y al movimiento chiita libanés Hezbolá (Partido de Dios), no sólo es inaceptable como forma de lograr sus objetivos, sino que no funciona.
Deben abandonar la violencia por completo, remarcó. Pero es Israel el que tiene la responsabilidad y el que debe dar los primeros pasos para revitalizar el diálogo y terminar de inmediato con la actividad en los asentamientos.
Claramente dijo que los asentamientos son ilegales.
La retórica fue sumamente impresionante, señaló el izquierdista Yossi Sarid, ex ministro de Educación israelí, activista político y columnista.
"La alocución de El Cairo abrirá el próximo volumen de grandes discursos que cambiaron la historia, de eso estoy seguro. Quizá no sea el discurso de su vida. Pero sí el de nuestras vidas, de los condenados de esta zona, condenados a ver la cara del desastre y de la muerte".
La idea de que el mandatario estadounidense iba a transmitir un mensaje de moral se disipó con su discurso que sonó a un acorazado compromiso con la paz, a lo que siguió una advertencia velada: Estados Unidos, dijo, estará del lado de los que aspiren a la paz.
Quizá no fue el plan de paz más concreto que hayan recibido israelíes y palestinos. Pero es el más creativo. Puede poner a prueba el creciente cinismo que domina a la región, la falta de confianza en que se puede llegar a un acuerdo y en que el abismo que los separa, en cuanto a reclamos concretos, es insalvable.
El discurso de Obama puede entenderse como un intento de reavivar el proceso de paz mediante un viaje que lo llevó de El Cairo a Europa, donde visitará el campo de concentración nazi de Buschenwald y las playas de Normandía, donde desembarcó la invasión aliada a la Europa ocupada que inició el fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Es un viaje que llama a trascender el dolor para transitar un camino de reconciliación.
Ninguna de las partes podrá ignorar fácilmente las palabras de Obama. Es que éste dejó su marca y la de Estados Unidos. También dejó claro que no descansará hasta que se arraigue la idea de que la situación actual se puede superar y probar que la paz duradera no es un sueño difícil de alcanzar.