Decenas de miles de policías se desplegaron este sábado en la capital de Irán para reprimir protestas masivas, lo que parece abrir una nueva fase en la crisis política iniciada con la controvertida victoria electoral del presidente Mahmoud Ahmadineyad.
La policía no vaciló en atacar a grupos de miles de manifestantes que se trasladaban desde varias zonas de Teherán hacia la Plaza Enqelab (de la Revolución), con la aparente intención de abortar concentraciones masivas como las registradas durante buena parte de esta semana.
El discurso pronunciado el viernes por el líder supremo de la República Islámica de Irán, ayatolá Ali Jamenei, fue el preludio del endurecimiento del régimen ante las protestas.
Jamenei, que había comenzado su mensaje televisado con una invocación a la concordia nacional, la concluyó en un tono desafiante, llamando al sacrificio por la causa de la Revolución Islámica que instauró el régimen en 1979.
Pero al cabo de la alocución, se escuchó por todo Teherán el grito de "Allah-o-Akbar" (Dios es grande), proclama convertida luego de las elecciones del día 12 en declaración opositora.
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En su discurso, el ayatolá Jamenei se alineó, por primera vez explícitamente, con los partidarios de la línea dura del régimen, y rechazó la posibilidad de que se anulen las elecciones del viernes 12 y de que se convoque de nuevo a las urnas ante las denuncias disidentes de fraude.
El líder supremo, máxima autoridad del país según la Constitución, consideró que la diferencia de 11 millones de votos entre Ahmadineyad y el líder reformista Mir Hossein Mousavi, según el escrutinio oficial, constituía una evidencia sólida de la transparencia y justicia del acto electoral.
Con esa evaluación, descartó la posibilidad de que el Consejo de Guardianes, el órgano a cargo de vigilar las elecciones, convocara a nuevos comicios.
Esta no es la primera vez que Jamenei muestra su apoyo a Ahmadineyad. Pero en las ocasiones anteriores, su defensa se refería a la investidura presidencial, y no necesariamente a sus ideas y políticas.
En su discurso del viernes, en cambio, calificó las críticas opositoras de infundadas y señaló, sin ambages, que sus posturas en materia de política social, económica y exterior están más cerca de las de Ahmadineyad que de las de los disidentes.
Ésta fue la primera vez que Jamenei identificó con nombre y apellido sus apoyos y rechazos, a pesar de que, amparado en su carácter de líder supremo, siempre se había mostrado ajeno a las divisiones políticas.
Además, exigió a Moussavi y al también candidato reformista Mehdi Karrubi que detengan las manifestaciones o que, de lo contrario, se hagan responsables de las consecuencias de la violencia, que, dijo, podría presentarse en la forma de actos terroristas.
Tal referencia fue un mal augurio. Este sábado de mañana se registró un atentado con explosivos cerca del santuario del fundador de la República Islámica, ayatolá Ruholá Jomeini. Las versiones al respecto indican que un suicida se inmoló causando heridas a varias personas, o la muerte de entre una y dos.
La magnitud, seriedad y especificidad de las demandas exhibidas en las protestas de esta semana no tienen precedentes en la historia de la República Islámica de Irán.
El fenómeno parece muy diferente del movimiento estudiantil de los años 90, pues abarca todas las clases sociales, niveles educativos, edades y géneros.
En las manifestaciones se ve a abuelos, padres y nietos codo con codo. Se unieron a las protestas profesores universitarios, artistas e intelectuales.
Incluso los jugadores de la selección iraní de fútbol lucieron en sus casacas los colores que identificaban a los disidentes cuando esta semana se enfrentaron con la de Corea del Sur.
Tal vez haya sido esta amplitud lo que impidió que las protestas fueran más allá de reclamar nuevas elecciones. La actual disidencia apela, además, a símbolos y estrategias similares a los del movimiento que derivó en la Revolución Islámica triunfante en 1979.
La oposición logró alinearse detrás de Moussavi en oposición a Ahmadineyad. Como dijo un manifestante: "Esta campaña de blancos y negros nos permitió conocernos y saber que teníamos demandas comunes."
La congregación de grandes multitudes también es similar a la de 1979, y desafía la relativa carencia de medios electrónicos de avanzada como teléfonos celulares.
Aunque redes electrónicas sociales como Twitter jugaron, al comienzo, un papel fundamental, los esfuerzos del gobierno por bloquearlas obligó a la disidencia a apelar de nuevo a la comunicación de boca en boca.
"Cada individuo es un medio" de comunicación es una frase que se escucha con frecuencia en las calles.
Las convocatorias a las protestas suelen propagarse a través de breves diálogos entre personas que caminan solas por las calles.
Cada noche, exactamente a las 22 horas, muchos se suben a los techos para gritar "Allah-o-Akbar", al igual que los disidentes al régimen del shah Reza Pahlevi en los albores de la Revolución Islámica.
Esas exclamaciones no se acallan ni siquiera con los tiros lanzados al aire por fuerzas de seguridad y simpatizantes del régimen.
El movimiento disidente logró hasta ahora el apoyo de varios ayatolás (líderes religiosos), como Mussavi Ardebili, Sanei, Amjad, Bayat, Makarem Shirazi, y, por supuesto, Montazeri, quien, según versiones que circulan insistentemente en la capital iraní fue sometido otra vez a detención domiciliaria.
Bloggers disidentes identificaron por sus nombres o mediante fotografías a siete personas vestidas de civil que fueron vistos golpeando a disidentes.
Uno de ellos, según la descripción, disparó contra un joven desde los altos de un local del Basij, temido grupo paramilitar que se atribuye la función de "policía moral". El local fue incendiado y el agresor terminó hospitalizado con graves quemaduras.
El Majlis (parlamento) se comprometió, incluso, a investigar una irrupción de miembros del Basij al campus de la Universidad de Teherán, donde golpearon en sus dormitorios a dirigentes estudiantiles. Esa sesión terminó con una riña a puñetazos entre legisladores.
*Yasaman Baji es un seudónimo de un periodista en Teherán. El gobierno iraquí prohibió esta semana informar sobre toda actividad opositora. Los corresponsales de la prensa extranjera deben permanecer en sus oficinas, también por orden del régimen.