Los gazatíes emplean el término coloquial «zanana», zumbido en árabe, para describir el sonido de los aviones israelíes, una constante en sus vidas.
El humor negro de comparar aviones de guerra con abejas parece indicar que la gente de este territorio palestino sobre el mar Mediterráneo logra sobrellevar la ocupación, que se extiende desde hace más de cuatro décadas. Pero los aviones les recuerdan su peor pesadilla, que el ataque se repita.
La devastación causada por la Operación Plomo Fundido, que lanzó Israel contra la franja de Gaza del 23 de diciembre al 19 de enero, es visible en varias partes de esta ciudad.
En el barrio de Izbet Abed Rabo, un rebaño de cabras camina por una calle donde lo único que queda de las casas son bloques de hormigón y vigas amontonadas. El único refugio para los residentes de las viviendas arrasadas son las tiendas de campaña blancas suministradas por distintas agencias de las Naciones Unidas.
Donantes internacionales prometieron miles de millones de dólares en la conferencia que realizaron en el balneario egipcio de Sharm El-Sheij en marzo, a fin de transformar este paisaje apocalíptico en un lugar para que las personas desalojadas puedan vivir con un mínimo de dignidad. Pero los trabajos no han comenzado porque Israel prohíbe el ingreso de materiales imprescindibles para la construcción.
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Las consecuencias psicológicas del ataque son menos evidentes, pero los resultados preliminares de un estudio realizado por el Programa de Salud Mental de la Comunidad de Gaza, aún no concluido, indican que muy pocas personas, si es que hay alguna, salieron indemnes.
De los 374 niños y niñas, entre seis y 16 años, entrevistados para el estudio, más de 73 por ciento dijeron que creyeron que iban a morir en el ataque. Casi 68 por ciento dijeron creer que habría otro ataque y 41 por ciento expresaron un fuerte deseo de venganza.
En cuanto a los adultos entrevistados para ese mismo estudio, 69 por ciento de los padres y 75 por ciento de las madres consultados fueron diagnosticados con estrés postraumático.
Entre los síntomas observados, 59 por ciento de los adultos entrevistados dijeron tener miedo a la muerte, la mitad de ellos temían morir de un ataque cardiaco y alrededor de 15 por ciento de contraer cáncer por la exposición a armas químicas como el fósforo blanco.
Además, 82 por ciento de los padres y madres consultados dijeron que sus hijos estaban más agresivos después del ataque israelí y 52 por ciento, que mostraban problemas emocionales.
"Todo el mundo perdió algo en la guerra", dijo a IPS el portavoz del Programa de Salud Mental de la Comunidad de Gaza, Hussam El-Nunu.
"Algunos perdieron amigos y conocidos, otros partes del cuerpo. Algunos más perdieron dinero y propiedades, en tanto otros más la sensación de seguridad y de protección. Es un sentimiento muy crudo. Nunca sentí la muerte tan cerca como durante el último ataque. No había adonde escapar", señaló.
Una caricatura pegada en un muro de la oficina de prensa del gobierno de Israel en Jerusalén pretende ilustrar la visión oficial, repetida hasta el cansancio, de que el estado judío tiene el ejército con los mejores valores éticos del mundo.
De un lado de una frontera hay un general israelí que reprende a uno de sus subalternos recalcitrantes, y del otro, un combatiente de una organización islámica que hace lo mismo con uno de los suyos. El primero dice: "Había una familia, ¿cómo pudiste disparar?". El segundo dice: "Había una familia, ¿cómo pudiste errarle?".
Pero la caricatura israelí no refleja para nada el sentimiento mayoritario de los gazatíes respecto de Israel, al que acusan de no tomar las precauciones debidas para garantizar la seguridad de los civiles.
El estudiante de ingeniería Majed Abu Salama contó que un amigo de su familia fue asesinado tras salir de su casa una tarde en que Israel había prometido un alto al fuego temporal.
"Lo mataron con un cohete cuando sus hijas y su esposa estaban en mi casa", señaló Salama. "Fue horrible".
Antes del ataque ya era difícil para la mayoría de los gazatíes satisfacer sus necesidades básicas.
En 2006, poco después de la sorpresiva victoria de Hamás (acrónimo árabe de Movimiento de Resistencia Islámica) en las elecciones legislativas palestinas de enero, un asesor del gobierno israelí, Dov Weisglass, había dicho que los gazatíes tuvieron "una cita con un dietista" para que "adelgacen mucho, sin morirse".
En 2008, Israel dispuso un duro bloqueo económico y restringió el ingreso de productos de primera necesidad y de la gente que debía acudir a sus empleos en Israel, luego de que Hamás tomara por las armas el control de este territorio en junio de 2007.
La pobreza y las cifras de desempleo aumentaron de forma significativa. Todo ello afectó psicológicamente a la gente.
La mayoría de los palestinos de Gaza necesitan atención psicológica, según Jalil Abu Shammala, director de la Asociación de Derechos Humanos Al-Dameer.
"Es evidente cuando uno camina por la calle y mira a las personas a los ojos", señaló.
"Hay que entender que los gazatíes sufren desde hace tres años el asedio israelí. Nadie puede viajar y no se pueden cubrir las necesidades básicas de la población. Muchas familias no tienen suficiente dinero para darle leche a sus hijos", puntualizó Abu Shamala
"Conozco muchos padres que salen temprano de casa y regresan tarde en la noche para no estar delante de sus hijos que les piden un sheqel (alrededor de 0,24 dólares), que no les pueden dar", añadió.
Cerca de lo que queda de la sede del Consejo Legislativo Palestino, bombardeado al principio de la Operación Plomo Fundido, Nahed Wasfy Wshah preguntaba a los extranjeros si podía pedir asilo en sus países.
"Mis hijos y mis hijas siguen con miedo", dijo a IPS. "A veces se despiertan gritando en la noche y dicen: Papi, sácanos de acá, siempre habrá guerra aquí".