Camionetas cargadas de recipientes con gasolina circulan a toda velocidad por la ruta que corre paralela a la frontera entre Israel y la provincia egipcia de Sinaí Norte. Van al territorio palestino de Gaza, según los beduinos que observan la escena.
Los vehículos pasan por los túneles cavados bajo la frontera entre este país y la franja de Gaza para paliar la falta de asistencia tras la Operación Plomo Fundido, lanzada por Israel contra ese territorio entre el 27 de diciembre y el 19 de enero y que incluyó artillería pesada, bombardeos aéreos e incursiones terrestres.
El principal objetivo del ataque fueron los cientos de pasajes subterráneos que alimentaban la asediada economía de Gaza desde que sus fronteras fueron selladas por Israel y Egipto en 2007.
En junio de ese año, Hamás (acrónimo árabe de Movimiento de Resistencia Islámica) tomó por las armas el control de la franja de Gaza, tras su triunfo en las elecciones legislativas de enero de 2006.
Los túneles facilitan el ingreso de alimentos, combustible, medicamentos y otros productos. Luego de la brutal ofensiva que diezmó la infraestructura y las tierras cultivables del territorio palestino se volvieron aún más importantes para la economía local, según el Programa Mundial de Alimentos. La mayoría de ellos ya fueron reconstruidos.
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Durante el ataque israelí, la actividad económica se paralizó por completo. Más de 20.000 edificios fueron destruidos, incluidas muchas fábricas. El Consejo de Coordinación del Sector Privado de Gaza estimó las pérdidas de su actividad en 1.500 millones de dólares.
Desde la declaración unilateral de cese del fuego, Israel mantuvo los cruces fronterizos comerciales funcionando al mínimo de su capacidad. Sólo 35 por ciento de los 613 millones de dólares solicitados por el Auxilio Urgente para Gaza, lanzado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), fueron destinados a su reconstrucción.
La Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) informó que ingresan en promedio cada día 127 camiones humanitarios a Gaza, en comparación con los 475 que entraban antes de junio de 2007.
"Si Israel abre la frontera, el negocio termina al instante", señaló Abu Hussein, administrador del lado palestino de uno de los pasajes. "¿Qué vamos a hacer? Estos túneles alimentan a la gente, les dan lo que necesitan, además de trabajo".
Antes de la guerra, el contrabando a través de los túneles, que en 2008 era casi una industria, según las ONU, generaba unos 650 millones de dólares en efectivo al año.
Al menos dos tercios de los productos que se venden en la franja de Gaza ingresan por los pasajes subterráneos, estiman analistas. La actividad comercial genera unos 12.000 puestos de trabajo en todo el territorio.
Antes de la guerra, el desempleo afectaba a 45 por ciento de la población económicamente activa de Gaza, el indicador más alto del mundo, según la ONU.
Durante el ataque de tres semanas, los túneles de Rafah fueron bombardeados por Israel. El Estado judío alegó que sus aviones destruyeron 80 por ciento de los pasajes subterráneos, alrededor de 600, utilizados por Hamás para contrabandear armas.
Pero los palestinos que trabajan allí aseguran que las bombas dañaron algunos pasajes, pero en especial sus entradas y sólo a una profundidad de 10 metros.
Los túneles están a 25 metros de la superficie, por lo que la reconstrucción sólo implica cavar una nueva entrada a pocos metros del original, explicaron los contrabandistas, que se pusieron en campaña a la mañana siguiente del cese del fuego.
"Antes del ataque, el túnel empezaba ahí", indicó Abu Hussein señalando un agujero a 10 metros suyo. "Volver a cavar y reforzar las paredes cuesta 6.000 dólares". El resto del pasaje hasta llegar a Egipto no sufrió daños.
Tras el cese del fuego, alimentos, suministros médicos y otros productos comenzaron a ingresar para contrarrestar lo que no pasa por los cruces comerciales porque no son "esenciales", según Israel.
Abu Hussein, y decenas de jóvenes palestinos que trabajan para él, trajeron chocolate ese día, un producto que para Israel no es "esencial" para la vida de los gazatíes. No había electricidad y tuvieron que remontar la carga 20 metros con una cuerda desgastada.
El trasiego comercial subterráneo entre Egipto y Gaza sigue funcionando, en especial de noche para eludir a las fuerzas de seguridad de este país, que acaba de recibir de Estados Unidos y la Unión Europea equipos de última tecnología para detectar y destruir túneles subterráneos. Al atardecer por los oscuros y sinuosos caminos que conectan de forma clandestina los centros comerciales de la provincia Sinaí Norte con Rafah circula de todo, desde dulces hasta medicamentos y lavarropas. Luego son trasladados por los pasadizos cavados en los sótanos, jardines y hasta en casas particulares.
De noche, ambos extremos de Rafah se agitan al ritmo del comercio. El zumbido de cientos de generadores se suma a los gritos de animales que van de un lado a otro. Los gritos de hombres que dan instrucciones y señalan cantidades de productos se escuchan tanto en la superficie como en las profundidades del pasaje.
Serpenteando a veces hasta un kilómetro debajo de la Ruta Philadephi, zona de contención entre Egipto y el territorio palestino, los túneles funcionan gracias a licencias otorgadas por la municipalidad de Gaza, en manos de Hamás.
Además tienen luz y poleas eléctricas y líneas telefónicas. Algunos hasta tienen paredes de hormigón y son lo suficientemente altos como para quepa una persona parada.
Contrabandistas de Egipto y de Gaza niegan el argumento israelí de que los túneles no hacen más que abastecer de armas a Hamás. Ellos sostienen que es un elemento decisivo para mantener en funcionamiento la asediada economía del territorio, en especial después de la guerra, cuando la asistencia es vital.
Es irónico que antes de que Hamás controlara Gaza, la mayoría de los túneles servían para contrabandear armas, señalaron varios de ellos. Ahora rinde más traer bolsas de papas fritas, señaló Ahmed, quien no quiso dar su apellido.
"El contrabando existe en todo el mundo", dijo Ahmed a IPS. "Pero el verdadero delito es cuando ves personas con estudios, médicos, ingenieros y profesores, que se ven obligados a realizar esta actividad porque no tienen trabajo", puntualizó.
Los contrabandistas reconocieron que el comercio disminuyó a raíz de la ofensiva israelí, pero señalaron que seguirán con su actividad en tanto se mantenga el sitio y los residentes de Gaza no puedan cubrir sus necesidades.
"Dile a los israelíes que somos fuertes, que tenemos gran corazón", gritó Salah, de 20 años, al lanzarse descalzo en un túnel para subir un saco de granos. "No vamos a dejar de trabajar por más guerra que haya", aseguró.