El viejo trueque cumplirá en mayo 14 años de nueva vida en Argentina. Luego del auge que alcanzó con el colapso económico de 2001, hoy aglutina con bajo perfil a decenas de miles de personas en todo el país. Los economistas no le auguran futuro.
En Argentina funcionan unos 500 «clubes de trueque» que convocan a decenas de miles de personas. No son ya los casi tres millones que en 2002 buscaban afanosamente el sustento en este sistema económico, pero duplican la cantidad de gente implicada en 2008, afirman sus impulsores.
El Club del Trueque es un espacio de intercambio de alimentos caseros, ropa, útiles escolares, trabajo de reparaciones hogareñas en carpintería, herrería, albañilería y electricidad, objetos de arte, servicios médicos y odontológicos, educativos y turísticos, entre otros.
Los organizadores perciben un aumento de 50 por ciento en la cantidad de participantes desde el año pasado, coincidiendo con el inicio de cierta inquietud económica vinculada al conflicto entre el gobierno y gremios agropecuarios por mayores impuestos a la exportación.
Por esa afluencia, el nodo más antiguo del país, creado el 1 de mayo de 1995 en Bernal, sur suburbano de Buenos Aires, se está mudando a un local más amplio.
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«El reinicio se realizará en las próximas semanas», anunció Rubén Ravera, uno de los fundadores del Club del Trueque o Red Global del Trueque (RGT) en Argentina. «Es recomendable que la cifra de participantes en un nodo no supere los 100, única manera de establecer relaciones cara a cara con fortalecimiento de la confianza y otros valores de relación entre los miembros», explicó.
Ravera adujo que es difícil medir el volumen de los intercambios. Pero «va creciendo lentamente desde 1995. El trueque se da a través de acuerdos telefónicos, por correo electrónico y cara a cara», describió.
Para que funcione un mercado del trueque «multirrecíproco», todos los usuarios deben consumir en la misma proporción de lo que ofrecen. Es lo que se denomina «prosumir».
«Esto tiene un efecto formidable sobre la autoestima de las personas, en especial en el caso de los jóvenes y las amas de casa, que pueden poner en valor habilidades antes no valoradas», enfatizó Ravera.
Belén Rodríguez, una treintañera que nunca tuvo empleo formal, primero elaboró comidas y recicló ropa. «Ese trabajo con las manos me dio la capacidad para hacer artesanías que hoy intercambio por otros servicios», señaló mientras se hacía atender por una peluquera interesada en sus objetos.
Ángela Mariño aprecia «ese aporte simple de la gente que da ternura. Las tortitas (pasteles), no siempre parejitas, las empanaditas con repulgue casero, un suéter con algún hilo sobrante del tejido. Nada perfecto, pero todo abundante», describió.
Pero no todo es tan «casero». Esta prosumidora reconoce que lo que más le sirve del Club del Trueque es conocer a un grupo de jóvenes que la ayudan a mantener su computadora actualizada.
La gente también acude en familia. Fausto Torres y la suya asisten una vez por semana. «El resultado es altamente positivo», dijo.
«Aportamos budines, tartas, medialunas, empanadas, roscas, pan dulce y pan saborizado, que intercambiamos por una gama inimaginable de cosas, desde alimentos y bebidas, artículos de limpieza y del hogar (auriculares, pilas, linternas, bombillas, discos compactos), indumentaria, hasta productos ópticos», relató.
Pero, ¿el mundo no está ya demasiado globalizado para volver al primitivismo del trueque orientado a la subsistencia?
«Este sistema tiene futuro en el mundo actual en la medida en que veamos con nuevos ojos el atractivo negocio de la asociatividad. El trueque no es sinónimo de subsistencia ni de apartarse de la economía. Es un complemento para incorporar a los excluidos del sistema», afirma Horacio Krell, propulsor de la Unión de Permutas de Argentina, entidad que promueve el canje de bienes y servicios.
El retorno al trueque sería posible, según Krell, a través de la educación, «revalorizando una cultura del trabajo que promueva un capitalismo sustentado en la economía real y no en la renta financiera».
Para Ravera, «el modelo inclusivo» del Club del Trueque tiene «un potencial enorme para desarrollar la economía de pequeñas comunidades y contener las crisis que se avecinan».
Pero varios economistas consultados lo ven inviable a largo plazo, mientras el Ministerio de Economía no contestó repetidas consultas.
El desarrollo sustentable tiene que ver con el nivel de consumo, que es muy difícil de reducir, apuntó el licenciado en economía política y profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Carlos Leyba. «Si se dejara de consumir, crecería el ejército de desempleados», afirmó.
Leyba, quien dirige el equipo de investigación del Centro de Estrategias de Estado y Mercado, cree que analizar el retorno al trueque entra en el terreno de lo filosófico.
«Suena a un fuerte retroceso, porque se da cuando la moneda deja de tener sentido. En un mundo que avanza en función del comercio internacional, con multinacionales que fragmentan la producción y fabrican en distintos países, las compensaciones físicas son imposibles sin dinero», describió.
El economista de la UBA Carlos Melconian, fundador y director de M&S Consultores, fue categórico: «El trueque no tiene ni espacio ni futuro».
El consultor y asesor Roberto Cachanosky, egresado de la Universidad Católica Argentina, se sumó a esa postura. El trueque «es un mecanismo prehistórico… En caso de un colapso monetario internacional, cualquier intento de restablecerlo sería transitorio, de muy corto plazo y como una salida hasta la recomposición del sistema monetario», sostuvo.
Antonio Brailovsky, economista, historiador y profesor universitario, introdujo otra dimensión.
«El trueque funcionó en Argentina en un momento de emergencia. Pero, ¿la gente acepta una economía sin dinero o prefiere ser escandalosamente pobre y manejar alguna moneda? El manejo del dinero tiene que ver con la identidad, es un aspecto cultural muy fuerte», reflexionó.
Por eso, «la idea del trueque en una economía de pobres sin dinero es inestable», cree Brailovsky, ex defensor del Pueblo Adjunto para Medio Ambiente de la Ciudad de Buenos Aires.
En contraste con esa inestabilidad están las redes sociales de microcrédito, sugirió Brailovsky, concebidas desde el Banco Grameen por el economista bangladesí Muhammad Yunus, premio Nobel de la Paz 2006, como un proyecto a largo plazo.
Pero contra los pronósticos, los clubes no se han vaciado. Y las razones no siempre son económicas.
Ricardo Jordán es prosumidor desde hace muchos años. Así cubre 25 por ciento de sus necesidades básicas. Descendiente de escoceses, es un hábil artesano, pero su especialidad actual es la huerta orgánica y la carpintería.
«Cuando llegué al Club del Trueque venía de perder todo: mi trabajo, mi amor propio y mi dignidad. Estaba muerto», sentenció. «Pero ahora he encontrado vida otra vez», agregó.
* Este artículo es parte de una serie producida por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales) para la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org). Excluida la publicación en Italia. Publicado originalmente el 4 de abril por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.