Cada sábado, los habitantes del barrio neoyorquino de Brooklyn van al mercado de verduras del parque de Fort Greene, pero no sólo a comprar. Llevan contenedores de plástico y cubos llenos de cáscaras vegetales, sacos de té usados y espárragos pasados de fecha. Todo sea por el compost, o abono orgánico.
«Lo guardo en mi refrigerador, en una bolsa de plástico, durante la semana, y luego vengo y lo dejo. Hace que mi basura huela menos», dijo Jake Robbins, un vecino.
El esfuerzo colectivo permite recolectar 365 kilogramos de sobras de alimentos cada semana. Los jardineros locales las convierten luego en «oro negro»: el compost sirve para mejorar sus cultivos urbanos y ayuda a reducir los desechos sólidos municipales, que terminan descomponiéndose en los vertederos.
No hay una recompensa monetaria por entregar cáscaras de naranjas o coronillas de zanahorias. Pero sí hay un sentido de ayudar a apoyar el ecosistema local.
«Creo en la elaboración de compost», dijo Arnold Smith, quien un sábado se deshizo de un balde de coles de Bruselas pasados, así como de granos de maíz y frutos en mal estado.
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«Somos una familia de cuatro personas y comemos mucho», señaló. Además, tienen un patio de cemento, lo que haría difícil elaborar compost allí.
Cada sábado en el mercado de Fort Greene, los voluntarios instalan seis basureros metálicos frente a los puestos de manzanas, cebollas, miel y sidra caliente.
El cartel apoyado contra las latas de basura no exhibe un precio: colocar allí los desechos orgánicos no tiene costo. Pero sí alienta a los participantes a retirar bolsas enteras de las latas y reemplazarlas por nuevas durante el transcurso del día.
El Consejo sobre Ambiente de Nueva York patrocina 45 mercados callejeros de verduras dentro de los cinco municipios de la ciudad, pero éste es el único punto de venta que permite dejar allí los desechos para compost.
«Son cosas húmedas, pesadas, sucias. No es para cualquiera», dijo Roy Arezzo, del Carlton Bears Garden en Fort Greene.
Al abonar el suelo, el compost captura los metales pesados y les impide contaminar los recursos hídricos o ser absorbidos por las plantas. También reduce las emisiones de metano, un potente gas de efecto invernadero.
A menudo, para quienes dejan las sobras de alimentos o para quienes las juntan, reducir lo que va a la corriente de residuos es una recompensa en sí misma. Y también una oportunidad de devolver algo a la comunidad, aunque no de la manera tradicional.
«Hay que estar un poco loco para trasladar compost», admitió Alice Hartley, otra integrante del núcleo que en octubre de 2006 ayudó a sentar las bases para el sistema de transporte de compost.
Ahora, en el curso de un mes, casi una decena de personas se turnan para transportar los restos de comida en un triciclo industrial construido expresamente con ese propósito. Se trata de un aparato de una sola velocidad, con frenos de pie y una plataforma al estilo de una jaula instalada al frente, diseñada para transportar 10 sacos de basura rebosantes de desechos alimentarios.
Cada semana, hace tres o cuatro viajes desde el mercado a uno de los cuatro jardines participantes a una distancia de 1,6 kilómetros, equivalentes a 15 minutos de pedaleo.
Charlie Bayrer, quien hace trabajos de mantenimiento en el vecindario, es un autodidacta gurú del compost, elaborándolo desde hace 11 años en Hollenback Garden.
Él calculó que las sobras de alimentos vertidas en las latas del mercado constituyen la mitad de las materias primas que generan los 15 metros cúbicos de compost terminado que su jardín produce cada año.
Una vez que los desechos alimentarios sin tratar llegan al jardín, se pone en marcha otro proceso colectivo. Colaboradores ayudan a integrar las bolsas de sobras en cinco montones de compost que generan temperaturas de 71 grados, y que a veces se usan para calentar recipientes de sidra.
Bayrer está feliz por el forraje para sus tórridos montones de compost, pero no le importaría si alguien que pasara por allí hiciera más que dejar las cáscaras de sus frutos.
«Sería lindo que fueran más curiosos sobre lo que le ocurre después», dijo durante un viaje en «verduriciclo» que siguió un tramo de la ruta del maratón de la ciudad de Nueva York.
En general, el sistema sigue funcionando con un grupo pequeño pero dedicado. «En este punto es un acuerdo de muy bajo mantenimiento», dijo Hartley, encargado de comunicaciones de una firma de arquitectos y que, como Bayrer, se especializó en elaboración de compost en los jardines botánicos de Brooklyn.
«Uno simplemente se sube al (triciclo) y conduce», dijo, agregando que el grupo no ha perdido un fin de semana desde que comenzó el proyecto, hace tres años. Ni la lluvia ni la nieve ni las temperaturas de 32 grados les impiden hacer sus recorridos.
A sus 161 años, el parque de Fort Greene, de 12 hectáreas, está salpicado de basureros de metal, pero no hay receptáculos destinados a los desechos orgánicos.
«Fort Greene no quiere residuos alimentarios en su parque», dijo Arezzo, un profesor de ciencias que hace cinco años comenzó un proyecto para elaborar compost en la escuela secundaria donde trabajaba entonces.
El Departamento de Parques «tiene mucho temor a los desechos alimentarios», sostuvo.
Phillip Abramson, portavoz de ese Departamento, eludió la cuestión de los alimentos, pero insistió en que las pilas de compost «benefician a la ciudad al desviar los residuos orgánicos de la corriente de desechos».
Y aunque el Departamento de Parques no tiene un control directo sobre la mayoría de los jardines comunitarios en la ciudad, hay cooperación, especialmente para ayudar a impulsar la imagen ecológica de esa dependencia.
«Estimamos que dos tercios de nuestros 500 jardines comunitarios tienen algún nivel de elaboración de compost», dijo Abramson por correo electrónico.
El Departamento de Parques de Nueva York elabora compost a partir de ramas de árboles, astillas y pedazos de arbustos de la ciudad. El Departamento de Saneamiento ofrece varios días «de devolución», en que los jardineros urbanos pueden viajar a las áreas periféricas para recoger compost hecho de residuos de los parques. Pero eso no involucra sobras de alimentos. Recolectar cáscaras y sedimentos de café sigue siendo un esfuerzo de la sociedad civil.
Hartley, quien ayudó a poner en marcha el sistema del «verduriciclo», ansía que llegue el día en que los esfuerzos de su grupo motiven a otras personas a remangarse para crear proyectos locales de sostenibilidad.
«Hemos tenido algunas conversaciones con la gente del mercado verde sobre replicar este modelo. Esperamos que este programa despegue a mayor escala», dijo.
El director del mercado verde de Nueva York, Michael Hurwitz, coincidió. Y opinó que el recorrido para la elaboración del compost es un método excelente de manejo sustentable de desechos a pequeña escala. «Me gustaría que se lo estuviera generando en cada uno de nuestros mercados», dijo.
Eso involucraría identificar a grupos y organizaciones locales dispuestas a hacer el trabajo sucio.
Mientras, Hurwitz cita un ejemplo de su vida personal. Él vive cerca del mercado del parque de Fort Greene y usa el abono orgánico que dejan allí semanalmente. Y muy a menudo, los restos de sus verduras terminan aún más cerca de su casa: en su jardín.
«A veces, si termino de comer un nabo, simplemente lo adhiero al suelo», relató.
* Este artículo es parte de una serie producida por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales) para la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (<http://www.complusalliance.org/>http://www.complusalliance.org). Excluida la publicación en Italia.