En la ciudad turística de Garopaba, situada en el sureño litoral de Brasil sobre el océano Atlántico, los restos de alimentos de los restaurantes se convertirán desde este año en abono para los agricultores. Y éstos cultivarán frutas y verduras sin pesticidas para las meriendas escolares.
Garopaba, de cerros verdes que terminan en playas de blancas arenas, ya es una Ciudad en Transición, modelo que están adoptando más de 100 urbes, barrios, islas y bosques de Australia, Brasil, China, Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón, entre otros países.
Como ocurre desde 2001, familias y educadores se reunirán a fin de año en la plaza principal para confraternizar y exponer en maquetas y presentaciones musicales las lecciones aprendidas sobre reaprovechamiento de agua de lluvia, huertos colectivos e incorporación de hierbas en la dieta y la salud.
Con estas y otras iniciativas, Garopaba, cuya población de 16.400 habitantes trepa a 40.000 en verano, adoptó el concepto de Ciudad en Transición, surgido en 2005 en Totnes, un pueblo del sur de Gran Bretaña que buscaba soluciones a dos problemas que la humanidad debe afrontar en este siglo: el fin del petróleo y el cambio climático.
«La intención es hacer un ‘rediseño’ para aumentar la resiliencia de las ciudades en el contexto de los cambios climáticos y de la creación de una nueva matriz energética», explica May East, consultora en sustentabilidad e integrante del grupo que entrena a los líderes de Ciudades o Barrios en Transición.
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El concepto ecológico de resiliencia se refiere en este caso a la capacidad de las comunidades de soportar crisis y encontrar salidas a problemas sociales, ambientales y económicos. En Totnes, el entrenamiento inicial ayudó a sensibilizar y a capacitar a la población.
Hoy circula allí una moneda local, la libra de Totnes, aceptada en 65 empresas y tiendas. De esta forma, el dinero es reinvertido dentro del propio sistema, incentivando a la gente y fortaleciendo la nueva economía sustentable.
El proceso implica investigar el propio pasado. Al recuperar la historia de los antiguos habitantes, la población conoce cómo era la vida cuando no se gastaba tanta energía. En las escuelas, niñas y niños aprenden a consumir de forma equilibrada.
Soñar es importante, explica East. Se incentiva a la gente a proyectar el mundo en el que aspiran a vivir y a buscar caminos para volverlo realidad. Así asumen como suya la responsabilidad del cambio, asegura.
Es lo que ocurre en Garopaba. Conocida por sus playas y por ser punto de observación de las ballenas francas, hoy es referencia en desarrollo sostenible.
Una de las primeras medidas del alcalde Luiz Nestor, investido este año, fue retomar el compostaje —producción de abonos naturales a partir de residuos orgánicos— iniciado en 2002 e interrumpido por cuestiones políticas.
La primera experiencia de compostaje fue en parte respuesta a la fiscalía del estado de Santa Catarina, que exigía a la alcaldía un destino adecuado de los residuos sólidos que se acumulaban a cielo abierto, recuerda el presidente de la Cámara de Ediles, Mauro Santos do Nascimento.
La alcaldía se acercó entonces al Proyecto Ambiental Gaia Village (GV) que ya desarrollaba la producción de compost.
GV empezó a dibujarse en 1997, cuando el ambientalista José Lutzenberger fue invitado a orientar a los propietarios de un área privada sobre medidas para ayudar a la naturaleza a recomponerse. Con el trabajo de la Fundación Gaia, creada por Lutzenberger, recuperaron la vegetación nativa y multiplicaron el proyecto.
Luego de ese contacto, llegaron especialistas brasileños y del exterior para discutir con la comunidad sobre construcción sostenible, permacultura, ecovillas, alimentación orgánica y energía eólica y solar, y ayudaron a cambiar paradigmas.
«GV y la Fundación Gaia se proponen establecer la conexión de los movimientos y de las demandas», observa Dolizete Zilli, coordinador del Proyecto.
Todos los años, GV, la Fundación Gaia y la Secretaría de Educación de Garopaba celebran la «Escuela Amiga del Ambiente – Muestra Profesor José Lutzenberger».
Como en Totnes, durante la muestra circula una moneda social, la ecco, que permite «comprar» el ingreso a talleres, plantones de especies nativas y libros sobre ambiente en un emporio creado especialmente.
Así, el compostaje abrió puertas a cambios profundos. Representa un importante ahorro de transporte de basura: en 2008, el municipio gastó casi 390.000 dólares en trasladar los residuos en un trayecto de 250 kilómetros hasta el vertedero de Biguaçu.
El nuevo sistema trajo mejorías incluso a la salud, destaca el ingeniero agrónomo Gerson König Júnior, presidente de la no gubernamental Asociación Orgánica.
«Los residuos orgánicos generan vectores de enfermedades cuando son tratados de manera indebida», afirma. La gente se infectaba hasta en la playa por falta de tratamiento adecuado a los restos de pescado, agrega.
Según el presidente de la empresa Reciclaje y Limpieza Ambiental, Joaquim da Silva Pacheco, responsable del sistema de compostaje, el abono será distribuido a los agricultores orgánicos, a escuelas y a guarderías que tienen huertos.
El gerente general de Banco do Brasil, Elmar Alves de Oliveira, dice que hay interés en participar del proceso. «La Fundación Banco do Brasil tiene líneas de financiación que podrán apoyar al reciclaje», informa.
Se iniciará una campaña para que residentes y turistas incorporen el espíritu de la ecología, anuncia Marcelo Zanoni, secretario de Turismo, Deporte, Industria y Comercio.
Una opción es entrenar agentes de salud que orienten sobre la separación de la basura en casa.
Los supermercados, por su parte, evalúan aún la propuesta de distribuir a sus clientes bolsas biodegradables, hechas de restos de almidón de maíz y papa, para que los consumidores coloquen en ellas sus residuos orgánicos.
Zanoni, dueño de un restaurante, pretende invertir en el tratamiento de efluentes. A partir de julio, casi toda el agua que circule en su negocio se reaprovechará.
Para Silci Mattana, una mujer de 50 años que hace meriendas en una escuela, las mejorías empezaron en su hogar.
Preocupada con las inundaciones y avalanchas de lodo que matan a decenas de personas en Santa Catarina —cuya causa puede ser la deforestación y el mal uso del suelo— Mattana implantó hace dos años la recolección selectiva de basura en su casa.
«No da trabajo», asegura. La gente de su calle colabora. El material recolectado es vendido a empresas de reciclaje, y con el dinero ella compra un pastel que divide con los vecinos. El primero fue compartido por 18 colaboradores. En el próximo habrá que cortar 35 porciones para que todos disfruten del gusto de hacer su parte.
* Este artículo es parte de una serie producida por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales) para la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org). Publicado originalmente el 14 de marzo por la red laitnoamericana de diarios de Tierramérica.