En mayo de 1932, cuando Estados Unidos y Europa estaban inmersos en una devastadora depresión, el entonces candidato presidencial Franklin Roosevelt aconsejó a sus compatriotas que no se dejaran ganar por el miedo sino que reencendieran el vivificante mito del experimento estadounidense. El país necesita y requiere una audaz y persistente experimentación. Es de sentido común adoptar un método y ponerlo en práctica. Si fracasa, hay que admitirlo francamente y probar otro método. Pero ante todo hay que intentar algo, dijo Roosevelt.
Las palabras de Roosevelt se adecuan también a las actuales circunstancias, en las que hace falta una tonificante inyección de optimismo para equilibrar la sombría declaración del presidente Barack Obama acerca de una nueva era de responsabilidad. Los historiadores nos dicen que a pesar de los escasos recursos financieros disponibles, las crisis económicas han demostrado ser los momentos más fértiles para la actividad innovadora. Aunque en los tiempos de bonanza se produce una buena parte de la innovaciónn, especialmente en la forma de progreso tecnológico, aquella consiste generalmente en modificaciones graduales de prototipos ya existentes y está menos relacionada con la satisfacción de necesidades que con la estimulación y el cumplimiento de deseos no esenciales.
Cuando todos los sistemas, desde la economía y el ambiente a los conflictos y la salud pública, convergen hacia el borde del colapso, el ingenio colectivo se vuelca decididamente hacia la satisfacción de las necesidades comunes. Como observó irónicamente el ensayista Samuel Johnson: La perspectiva de ser ejecutado en la horca dentro de una quincena hace que la mente se concentre de modo maravilloso.
La buena noticia en medio de una cascada de estadísticas aterradoras es que estamos por entrar en una era de experimentación sin precedentes que abarcará no sólo el área de la invención tecnológica sino también el de las relaciones sociales. En momentos como el actual todo es puesto en cuestión y nos preguntamos si continuaremos a usar nuestra imaginación para socavar las bases de nuestro bienestar colectivo o si reinventaremos nuestro modo de vivir y trabajaremos sobre la base de la sostenibilidad y del bien común.
Una convergencia de crisis se aparea con una convergencia de capacidades en información, perspicacia, comunicaciones y colaboración que, si son guiadas con sabiduría, impulsan a hacer saltos de inteligencia colectiva. El modelo que conducirá esta transformación de la innovación es el movimiento de principios y fundamentos abiertos que creó Internet hace más de dos décadas. Ese fue un esfuerzo colectivo de miles de locos por las computadoras que no buscaban ni ganar fama ni recompensas financieras sino simplemente una oportunidad para contribuir en una empresa compartida que valiera la pena.
Experimentos promisorios están ya en camino para aprovechar la inteligencia distribuida del público global con conocimientos especializados pero que no está asociado con organizaciones ni con sitios geográficos determinados. En esos experimentos se utiliza un modelo de innovación abierta, en contraste con el enfoque del siglo XX con innovaciones de circuito cerrado, en el que los ingenieros estaban prácticamente secuestrados en laboratorios privados y se les encargaba tareas de invención diseñadas por los propietarios.
Ese modelo fue responsable de muchos avances, pero ha perdido viabilidad en un mundo en el cual los especialistas frecuentemente intercambian trabajos y la nueva información se filtra hacia lo largo y ancho del mundo via Internet. En lugar de combatir esas tendencias, los partidarios de la innovación abierta instan a que recojamos intuiciones e informaciones de toda fuente a disposición. El desafío, por cierto, es conseguir que todos esos aportes aleatorios adquieran un sentido de modo que se pueda separar con eficacia la paja del trigo y generar apoyo suficiente para mantener alimentada la máquina de la innovación.
Al seguir esta estrategia, Innocentive, una operación con base en la red y derivada de la compañía farmacéutica Eli Lilly, reúne corporaciones, instituciones académicas, sector público y organizaciones sin propósitos de lucro en una red global de 160.000 ingenieros, científicos, inventores, comerciantes con experiencia en ciencias como ingeniería, química, matemáticas y computación, así como en actividades empresariales, en un Mercado Abierto de la Innovación. Alli, buscadores pueden presentar problemas a solucionar y solucionadores pueden dar un vistazo al sitio Innocentive ( www.innocentive.com) en Discipline o en Pavillion y enfrentar el reto de altamente específicos desafíos de proyectos que ofrecen recompensas que van desde 5.000 a 1 millón de dólares.
El aprovechamiento del potencial positivo que existe en el centro de este momento horripilante puede sentar las bases para hacer alimentar una transformación de los diversos sistemas, tanto humanos como tecnológicos, que deben ser reinventados para enfrentar una realidad radicalmente diferente. En ese proceso, recobraremos la confianza en nosotros mismos, en los demás y en nuestra compartida posteridad.
En el mismo discurso en el cual llamó a efectuar una continua experimentación, Roosevelt exhortó a los temerosos estadounidenses a adoptar el innato optimismo de la juventud. Necesitamos el coraje de los jóvenes, dijo. A los jóvenes no sólo los espera la tarea de construir sus propios caminos en el mundo sino también la de rehacer el mundo que les tocará en herencia, agregó. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Mark Sommer, periodista y columnista estadounidense, dirige el programa radial internacional A World of Possibilities ( www.aworldofpossibilities.com).