La guerra de Israel se expande en el territorio palestino de Gaza, pero también hacia su propia sociedad. Al atacar a Hamás, el ejército de este país atenta contra la democracia desde adentro.
Tras tres semanas de guerra y a tan sólo cuatro de las elecciones del 10 de febrero, cuando los ciudadanos israelíes ejercerán su derecho a decidir el destino del país, la mayoría judía deja bien claro que no es momento para tolerar ningún disenso.
En el parlamento israelí, el Comité Central Electoral prohibió el lunes a dos de los tres principales partidos árabes, y ya no podrán presentarse a los comicios. En las últimas dos elecciones, esas agrupaciones obtuvieron siete de los 120 lugares en el Knesset.
Uno de cada cinco israelíes es árabe.
El Comité votó por mayoría la prohibición de la Lista Árabe Unida (LAU), integrada por los partidos Taal y Balad, acusándolos de respaldar a Hamás (acrónimo árabe del Movimiento de Resistencia Islámica).
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"Anda y únete a (Ismail) Haniyeh (el líder de Hamás en Gaza), en su búnker, adónde perteneces", le gritó un legislador judío a Ahmed Tibi, de la LAU.
Representantes de casi todos los sectores respaldaron la iniciativa lanzada por dos agrupaciones judías ultranacionalistas. Los partidos árabes "apoyan el terrorismo", alegaron, y "no reconocen la existencia del Israel como un Estado judío democrático".
"A veces, una democracia necesita protegerse de una minoría que quiere hacerse de un territorio", señaló Avigdor Liberman, presidente del partido Yisrael Beiteinu. A lo que Tibi replicó: "Esta votación muestra a Israel como un país de racistas".
Taal y Balad informaron que apelarían a la Alta Corte de Justicia, que tiene hasta este jueves para emitir su dictamen, cuando se vence el plazo para presentar la lista de candidatos al Knesset. El tribunal podría anular la decisión por falta de pruebas concretas.
Pero el clima de "no disenso" se extiende más allá de las hostilidades hacia ciudadanos árabes, que por lo general son contrarios a la guerra.
En Israel domina una única forma de pensamiento. Orgullosos de la diversidad, la mayoría de los israelíes parece estar a favor de la guerra y reclaman un compromiso total con la operación.
Se desoyen las críticas internacionales, no porque no interese lo que el mundo piensa, sino porque la tolerancia cero ante todo cuestionamiento vinculado a la amplitud y la naturaleza de la guerra también se aplica al interior del país.
Israel es una nación que parece empeñada en disuadir a sus enemigos, pero también todo tipo de debate interno; una terapia obstinada para aplacar las dudas que surgieron a raíz de la guerra contra el movimiento chiita Hezbolá (Partido de Dios), de Líbano, hace dos años.
El conformismo nacional también se refleja en una clara falta de voluntad por saber qué es lo que sucede con el conflicto. Además de algunas imágenes del territorio palestino de Gaza difundidas en la televisión, todo lo que ven los israelíes se refiere a ellos mismos.
Los periodistas que se atreven a luchar contra las consecuencias de las políticas gubernamentales y la naturaleza de las operaciones militares son considerados "antipatrióticos" y "traidores".
Pero el columnista de Haaretz Gideon Levy, un opositor empedernido al trato dispensado por Israel a los palestinos e impertérrito ante las invectivas, contraatacó: "¿Quién es traidor? ¿Quién decidirá por nosotros que lanzar esta guerra absurda es patriotismo y que rechazarla es traición?".
Portavoces del gobierno y del ejército han repetido que "nuestro único objetivo es golpear a Hamás" y que "Israel no tiene ningún interés en lanzar una guerra contra la población de Gaza".
Y cuando las estrellas de los grandes medios de comunicación los confrontan con la situación de los civiles palestinos alegando, con tono de excusa, que es su "trabajo cubrir todos los bandos", reciben críticas de la audiencia por "identificarse con el enemigo" y "socavar la moral nacional".
Aun los políticos de izquierda que debieran estar a favor de la paz no cuestionan mucho el contexto político de la guerra ni los efectos que podría tener sobre las relaciones futuras con los palestinos, en especial, y el mundo árabe, en general.
Los intentos de vincular la guerra de Gaza con la permanente ocupación de Cisjordania son casi inexistentes.
Israel puede estar exponiendo su verdadera identidad, señaló el izquierdista ex ministro de Educación Yossi Sarid, quien publicó un análisis en Haaretz en el que logra encontrar una posible consecuencia benéfica.
"La guerra resuelve un conflicto doloroso para nosotros que es la brecha entre la imagen que tenemos de nosotros mismos y nuestro comportamiento real. Decidimos de de forma explícita renunciar a lo que considerábamos nuestra propia supremacía moral", escribió.
Por su parte, el presidente de Médicos Israelíes por los Derechos Humanos, Ruhama Marton, señaló que eso es lo que uno quisiera.
"Seguimos sosteniendo que nuestra identidad es de una moral intachable. Día tras día escuchamos que ésta es la guerra más justificada y que nuestro ejército tiene la moral más alta del mundo. Pero en el fondo, Israel se ve a sí mismo como una víctima".
"En tanto que víctima siempre tienes la razón. Y cuando tienes toda la razón, no hay espacio para las críticas", subrayó.
De forma más prosaica, la mayoría de los israelíes se sienten bien con la guerra, no sólo porque les parece que es "justa", sino porque la consideran un éxito. Sencillamente, no quieren que ningún candidato sin posibilidades de ganar les complique la situación, tanto de adentro como de afuera, como que sea alguien de la minoría árabe o la mayoría judía.