ESTADOS UNIDOS: Urge agenda para Medio Oriente

Repercusiones amplias y positivas pueden tener en Medio Oriente algunos pasos osados dados por el flamante presidente de Estados Unidos, Barack Obama.

Entre las primeras órdenes ejecutivas que firmó Obama tras asumir el 20 de este mes, se destacan la que prohíbe la tortura por parte de cualquier agente del gobierno y la que mandata la clausura de la prisión ilegal instalada por su predecesor, George W. Bush, en el enclave naval de Guantánamo en la isla de Cuba.

Otro gesto particular fue su traslado a la sede del Departamento de Estado (cancillería) para anunciar, junto con la nueva titular de esa dependencia, Hillary Clinton, las designaciones del ex senador George Mitchell como enviado especial para la paz en Medio Oriente y del ex embajador Richard Holbrooke como representante especial para Pakistán y Afganistán.

El hecho de que el nuevo presidente fuera a visitar el Departamento de Estado tan al inicio de su gestión envió una señal poderosa en cuanto a que hará un renovado énfasis en la diplomacia, en vez de centrarse fuertemente en los instrumentos militares del poder como hizo Bush en sus ochos años de gobierno.

El 21 de este mes, Obama recibió informes del general del comando central David Petraeus y de otros jerarcas militares, pero éstos tuvieron que visitarlo en la Casa Blanca. En cambio, en el caso de los diplomáticos, Obama se trasladó especialmente hasta su lugar de trabajo.
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Describiendo sus órdenes ejecutivas en el Departamento de Estado, Obama dijo que éstas "deberían enviar una señal inequívoca de que nosotros, el pueblo, mantendremos nuestros valores fundamentales con el mismo grado de vigilancia con que protegemos nuestra seguridad".

Explicando el contexto de la designación de Mitchell como enviado para Medio Oriente, señaló: "Será la política de mi gobierno buscar activa y agresivamente una paz duradera entre Israel y los palestinos, así como (entre) Israel y sus vecinos árabes".

Esto muestra un enorme contraste con el enfoque de Bush, quien al llegar al gobierno determinó que postergaría la cuestión palestina por no estar todavía "madura" para su resolución.

En noviembre de 2007, Bush finalmente convocó a la conferencia de paz de Annapolis, declarando que aspiraba a lograr un acuerdo de parte de los negociadores israelíes y palestinos sobre los términos de una paz final para fines de 2008.

Pero ese esfuerzo fracasó. En vez de ver la concreción de un acuerdo de paz, el fin de 2008 fue testigo del lanzamiento, por parte de Israel, de una feroz guerra sobre Gaza.

El gobierno de Israel inició ese ataque el 27 de diciembre, en el contexto de la creciente campaña hacia las elecciones generales que el país llevará a cabo el 10 de febrero.

Las autoridades israelíes alegaron que la guerra era una respuesta a los ataques con cohetes lanzados por el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) desde Gaza.

Durante 22 días de ataques por aire, tierra y mar, las Fuerzas Armadas israelíes, munidas de armas de alta tecnología suministradas por Estados Unidos, mataron a más de 1.300 habitantes de Gaza, cientos de ellos mujeres y niños, e hirieron a más de 5.300, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

También destruyeron miles de hogares junto con escuelas, mezquitas, la sede legislativa, edificios del gobierno y una universidad entera.

Trece israelíes fallecieron durante la guerra, tres de ellos civiles.

El 18 de este mes, apenas dos días antes de la asunción de Obama, el gobierno israelí anunció un cese del fuego unilateral. Hamás y sus aliados hicieron lo mismo.

Por lo tanto, al nuevo presidente estadounidense se le presentó un alto al fuego frágil y no negociado que podría colapsar en cualquier momento. Y también un clima de opinión en buena parte del mundo árabe y en desarrollo que fue muy crítico del paroxismo israelí de la violencia destructiva y del apoyo tácito que el gobierno de Bush le había dado.

Una vez en su cargo, Obama se movió velozmente para intentar calmar esas críticas. Su discurso inaugural contuvo varias frases elaboradas para llegar de modo constructivo al mundo musulmán. Su anuncio de que Mitchell sería el enviado para la paz en Medio Oriente también pareció constructivo.

Shelley Deane, profesora en el Bowdoin College de Maine, nororiental estado de donde es oriundo Mitchell, realiza una investigación sobre el rol que jugó el diplomático en las negociaciones de paz de Irlanda del Norte y en el liderazgo de la investigación que en 2001 hizo Estados Unidos sobre las causas de la segunda Intifada (revuelta palestina, en 2000).

En base a esto, dijo tener esperanzas de que Mitchell sea una fuerza positiva e imparcial en su nueva misión.

Dennis Ross, figura fuertemente pro-israelí que dominó los fallidos esfuerzos de paz durante la presidencia de Bill Clinton (1993-2001), ni siquiera estuvo presente en la reunión en la cancillería.

Una pregunta significativa que persiste es si Mitchell se reportará solamente a través de Hillary Clinton, o también lo hará directamente a Obama. Fue la canciller la que anunció el jueves su nombramiento, pero lo hizo diciendo "el presidente y yo", al referirse a quienes le pidieron al enviado que ocupara el cargo.

Y cuando Obama habló, luego de Clinton, brindó muchos más detalles que ella sobre el alcance y los objetivos de la misión de Mitchell, señalando que las riendas del poder permanecerán en la Casa Blanca y no en el Departamento de Estado.

Josh Ruebner, director nacional de la Campaña de Estados Unidos para Poner Fin a la Ocupación, dijo sentirse alentado por lo que Obama dijo sobre la misión de Mitchell, especialmente el énfasis que hizo el presidente en la necesidad de que los pasos de frontera de Gaza se abran para que permitir el flujo de asistencia y comercio, en el contexto de un cese del fuego más duradero entre la franja e Israel.

La tarea que tienen por delante Mitchell, Clinton y Obama es sustancial. Mientras los israelíes se encaminan hacia sus elecciones del 10 de febrero, el derechista partido Likud y sus aliados parecen fuertes.

La decisión del gobierno del primer ministro Ehud Olmert, del centrista Kadima, de lanzar la ofensiva contra Gaza, pareció fortalecer más al Likud.

Aunque el izquierdista Partido Laborista del ministro de Defensa, Ehud Barak, ganó cierta popularidad, lo hizo a expensas del Kadima —cuya candidata es la actual canciller Tzipi Livni—, aumentando el liderazgo de que gozaba el Likud frente a éste.

Mientras, entre los palestinos, Hamás ha ganado considerable popularidad a costa del más moderado movimiento Fatah, respaldado por Estados Unidos y liderado por el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas, cuyo periodo formal de gobierno de todos modos expiró el 9 de este mes.

Por lo tanto, Washington ya no puede esperar que simplemente continuar las negociaciones que Olmert y Abbas llevaron a cabo desde (y antes de) Annapolis arroje ninguna conclusión decisiva.

Del lado positivo del libro de cuentas diplomáticas, tanto Fatah como Hamás expresaron un fuerte interés en regresar a algo similar al acuerdo de "gobierno de unidad nacional" que mantuvieron entre febrero y junio de 2007.

Y la crisis de Gaza hizo que la necesidad de una pacificación se transformara en una de las principales prioridades de la agenda, no sólo en Washington sino en todo el mundo.

Mientras, los desafíos de la reconstrucción en la muy densamente poblada franja de Gaza siguen siendo enormes.

Los severos daños causados a la infraestructura, las viviendas y las escuelas necesitan ser reparados, y la falta de cualquier acuerdo negociado en relación al cese del fuego significa que no hay una fórmula para lograr esto, especialmente dado que Israel continúa controlando todo acceso hacia y desde la franja.

Algunos analistas alegan que, dado el fracaso de los pasados esfuerzos de reconstrucción, esta vez la reconstrucción de Gaza necesitará estar muy vinculada a la resolución del más amplio conflicto palestino-israelí.

* Helena Cobban es una destacada analista de temas de Medio Oriente. Su blog se encuentra en www.JustWorldNews.org.

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