RELIGIÓN-ECUADOR: Kapak Raymi vive en desfile de Navidad

Cholitas, mayorales, pastorcitos, vírgenes, San José, Reyes Magos y, por supuesto, «Niños Jesús» recorrieron una vez más las calles empedradas de Cuenca, como cada 24 de diciembre, en el Pase del Niño Viajero, una de las festividades religiosas más importantes de Ecuador, sobre todo en la sureña provincia del Azuay.

El recorrido se inició cerca de las nueve de la mañana, pero desde muy temprano niños, niñas, mujeres y hombres caminaban apresuradamente por las calles, ultimando detalles. Las abuelas cargaban imágenes y figuras del Niño Jesús en brazos, en sillas, en cunas y con flores.

Las mujeres se paraban en las aceras, inspeccionando para corroborar que se trataba de un buen lugar desde donde observar y ser partícipes del Pase del Niño Viajero.

«Cada año venimos a agradecer las bendiciones que el Niño nos ha dado. (Al nieto) lo traigo para que aprenda a ser viajero, quiero que sea viajero, no quiero que se quedé solito en la casa», decía y sonreía con complicidad una anciana indígena de Cuenca.

Campesinos nativos bajan a la ciudad para ser parte de esta conmemoración que, si bien tiene un fundamento en el catolicismo traído a estas tierras con la conquista de los españoles, ha sido una forma de supervivencia de la cultura indígena cuencana.
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Esa raíz indígena se evidencia en el ritual mismo del Niño Viajero, en su colorido, la comida, la música, el olor y el sabor que forman parte de la celebración.

Los abuelos del pueblo saraguro, una de las nacionalidades kichwas asentada en el sur del país, cuentan que esta festividad era conocida antes como el «Kapak Raymi», la gran fiesta de la nueva vida.

«Se agradece al Sol (Inti) y a la gran Pachamama (madre tierra), porque de ella nacimos y allá volveremos, ella nos alimenta todos los días», dice a IPS el presidente de la Coordinadora del Pueblo Kichwa Saraguro, Julio Gualán.

Por eso en diciembre se realiza este homenaje, pues el maíz ha germinado, y se deshierba, se hace la limpieza a las plantas para que sigan desarrollándose y den frutos. La Tierra y el Sol, para los indígenas andinos, constituyen la fuente inagotable de vida, ya que provee de alimentos.

En el mundo andino, el Sol era el astro más importante. En base a su movimiento se calculaban los calendarios que regían la actividad agrícola. Por ello, los equinoccios y solsticios eran los momentos más importantes en la vida, estableciendo cuatro fiestas importantes: el Pawkar Raymi, el Inti Raymi, el Kulla Raymi y el Kapak Raymi.

Estas celebraciones no han desaparecido, sino que fueron reemplazadas por otras, en una suerte de supervivencia camuflada.

En el solsticio de verano, la fiesta de Kapak Raymi se celebra el 21 de diciembre de cada año, cuando la longitud del día y la altura del Sol al mediodía son máximas. Esto se conoce como el Inti-ñan o Inti-guatana, la ceremonia de protección del Tata Inti (padre Sol), a fin de evitar que esta deidad suprema se aleje demasiado del planeta y no permita germinar y madurar los frutos de la Pachamama.

Con el fin de combatir el paganismo, los españoles impusieron festividades católicas, como la Natividad de Jesús, que se superpuso al Kapak Raymi, pues sus fechas casi coincidían.

Para los pueblos indígenas ecuatorianos y para el mundo incaico era una fiesta dedicada a las nuevas generaciones, en la que los mayores de la comunidad daban a niños y jóvenes obsequios, como ropa, útiles y herramientas, esenciales para que pudieran cumplir su compromiso natural y que tenían el deber de transmitir de generación en generación.

En el Pase del Niño, también son el foco de atención los jóvenes y los niños, como mencionó uno de los devotos, Juan Quezada. «Es una devoción que tenemos año tras año. Nosotros sacamos a nuestro hijo desde que nació, ya llevamos cuatro años haciendo lo mismo. A mí me traían mis papás cuando era niño. Es una tradición ya de años, y voy a traer a mi hijo hasta que Dios me bendiga».

Los participantes recorren las calles vestidos de charros, pastores, ángeles y cholitas que, con sus polleras coloridas y bordadas, adornadas de lentejuelas, chaquiras y espejitos, pasean orgullosas por las principales calles cuencanas.

Los pequeños viajan en carrozas alegóricas de distintos tamaños, colores, olores y sabores. Muchos se dieron a la tarea de adornar caballos y carrozas con dulces, galletas, piñas, cañas, plátanos, gallinas, chanchos horneados el infaltable cuy y la chicha, alimentos básicos de los campesinos e indígenas cuencanos.

Después del recorrido, esa comida se comparte con familiares y amigos. Los asistentes buscan ofrendar, agradecer.

«Aquí en Cuenca tiene un gran significado la devoción que le tienen al niño… Uno a veces no puede por el trabajo, pero este año ya le traje…, para que nos bendiga el Niño a mi familia y a mi esposo y a todos. Es como una especie de ofrenda, le ofrecemos al Niño y tenemos que cumplirle para que él nos ayude», explica Diana Cárdenas, quien muy temprano viajó desde el barrio de Quinta Chica para que su pequeña hija Sofía participara en la procesión.

La gente camina a paso lento, con la satisfacción en los rostros por haber cumplido. Aunque participan todas las instituciones públicas y privadas, los más entusiastas son los indígenas y los emigrantes. Muchos de ellos envían desde el exterior remesas para que sus familias solventen el desfile, cuyos costos se estiman entre 400 y 1.500 dólares, según el despliegue de carros, trajes y alimentos.

La vestimenta más emblemática es la de las cholas y las de otros pueblos indígenas, como los otavalos, cayambis, saraguros y purháes.

La presencia de las diferentes etnias se vive como imprescindible. Un día después, el jueves 25, se pudo ver este año a un par de carrozas adornadas con estos motivos y llevando niñas aborígenes de la Amazonia, rodeadas de flores y con las caras pintadas.

Pero algunas comunidades, si bien no dejan de participar en el Pase del Niño Viajero, optan por la recuperación de sus raíces a través de rituales ancestrales.

Varias organizaciones y pueblos celebran concurriendo a lugares sagrados, donde rinden culto al Sol, la Luna y la Pachamama, ofrendan lo que tienen, agradecen la vida y establecen un pacto entre ellos y sus divinidades.

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