AMBIENTE-CUBA: Desde el ojo del huracán

El café ya estaba listo, la documentación evacuada y los equipos de comunicación apagados y el de óptica asegurado. Sin otra cosa que hacer excepto esperar, el cubano Miguel Chacón subió los 218 escalones de la torre del faro de cabo Lucrecia y se puso a mirar el mar.

Crédito: Dalia Acosta/IPS
Crédito: Dalia Acosta/IPS
"Ya oscureciendo, vi en el horizonte una nube negra y pensé: 'qué bajitas están'. Pero ahí fue que me di cuenta y dije: '¡pa' su madre, ese es el mar!'. Y todo aquello se vino contra la costa", cuenta este farero de 63 años, un hombre que tuvo el privilegio -si se le puede llamar así— de ver cómo el ojo del huracán Ike entraba el 7 de septiembre por el oriente de Cuba.

"La torre se sentía como una botella en el agua. Serían como las 9 de la noche cuando el mar comenzó a entrar y a romper los cristales. El faro retumbaba. Yo pensé que la torre se partía al medio conmigo adentro", añade Chacón en conversación con el periódico cubano Ahora y con IPS.

Inaugurado en 1868 para guiar a las embarcaciones en una costa baja rodeada de arrecifes y declarado monumento local en 1995, el faro de cabo Lucrecia resistió firme la fuerza del mar y los vientos de más de 195 kilómetros por hora que trajo el ciclón a su entrada en esta isla del Caribe.

Ike fue el segundo de tres huracanes de gran intensidad que azotaron Cuba en la temporada ciclónica de este año y dejaron a su paso un paisaje totalmente devastado, pérdidas económicas estimadas en unos 10.000 millones de dólares y más de dos millones de personas sin una vivienda adecuada a donde regresar.
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"Después del ojo, vino la peor parte. El viento no me dejaba vivir. También sentía las piedras del mar chocando contra la torre, cada vez con más fuerza, parecía que se estaba acabando el mundo o cayéndose el faro, que era casi lo mismo. Me dije 'que sea lo que Dios quiera' y me dormí en la ventana", cuenta Chacón.

CAMBIOS EN EL PAISAJE

"Los árboles quedaron sin una hoja. Todo se veía rojo. Era algo que nunca había visto en mi vida", narra Mariela Bermúdez, una mujer de 48 años que está segura de haber sentido la racha de vientos de 261 kilómetros por hora que registró el radar sobre la ciudad de Banes, en la oriental provincia cubana de Holguín.

Aunque la naturaleza empieza a recuperar su verdor, las huellas de Ike se observan en todo el camino montañoso. La imagen de las casas destruidas alterna con verdaderos cementerios de palma real (Roystonea regia), una especie protegida en Cuba por su valor paisajístico y también como nido de aves.

Más de 133.000 ejemplares de la llamada "reina de los campos" fueron dañados durante el paso del huracán sólo en la provincia de Holguín, según una valoración preliminar de impacto ambiental realizada en septiembre pasado por especialistas del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma).

El Parque Nacional Alejandro de Humbolt, compartido por las provincias de Holguín y Guantánamo, muestra el impacto de Ike en unas 5.000 hectáreas de bosques, ecosistemas y asentamientos poblacionales. En el también holguinero Parque Nacional Pico Cristal, la extensión del desastre natural alcanza las 2.900 hectáreas.

El ecosistema costero fue uno de los más afectados por el impacto de las penetraciones del mar que, en algunas zonas, alcanzó hasta un kilómetro y medio tierra adentro. La marea de surgencia perjudicó varios kilómetros de diferentes especies de corales, típicas formadoras de arrecifes y disipadoras de la energía de las olas.

La furia del mar limpió la costa de casi toda su vegetación. A la severa afectación de la manigua costera, se le suman la pérdida de especies endémicas, daños al nicho ecológico del camarón rojo (Barburia cubensis), a los estuarios y a miles de hectáreas de bosques naturales y establecidos, así como la pérdida de suelos fértiles.

Las huellas de Ike quedaron en cada árbol y sembradío, en la corta distancia que separa Banes de cabo Lucrecia, y en cada casa de la capital arqueológica de Cuba, conocida así por los descubrimientos realizados donde alguna vez estuvo "Baní", la comunidad de mayor desarrollo en la isla a la llegada de los conquistadores españoles.

"Nosotros no creíamos en el huracán. Ahora no hacemos otra cosa que pensar en la necesidad de modificar nuestros proyectos constructivos. Tenemos que hacer casas más seguras porque la vivienda se recupera fácil, lo que no se recupera es lo que estaba adentro", dijo a IPS Orlando Velázquez, vicepresidente del gobierno municipal.

Siete de cada 10 viviendas sufrieron algún tipo de daño en este municipio oriental de 80.600 habitantes. Cifras oficiales indican que Ike destruyó 4.045 casas y dejó otras 3.656 sin techo, afectando fuertemente a la típica y antigua vivienda de madera y cubierta ligera, la más común en toda la zona.

Más de 5.000 casos, sobre todo de afectación parcial de techos, han sido resueltos en el municipio con el apoyo estatal y se trabaja para sustituir las más de 4.000 viviendas destruidas por otras de mampostería y placa o para que, al menos, cada casa tenga una habitación con estas características.

"No me puedo imaginar cómo habrá sido en cabo Lucrecia", comenta Bermúdez. A tres meses del paso de Ike, esta holguinera sigue sin poder dormir cada vez que empieza a llover: "sólo pienso en mi mamá". "El ciclón le movió las tejas y ella dice que muere allí. Cualquier agua fuerte o el primer vientecito puede ser un peligro", añade.

A RAS DEL SUELO

Con una altura de poco más de un metro, como si apenas fueran un techo a dos aguas colocado sobre la tierra y pensados para guardar herramientas de trabajo y la cosecha, los "varentierra" fueron los verdaderos sobrevivientes de los huracanes que azotaron este año Cuba y, en muchos casos, el refugio seguro de alguna que otra persona.

"Tan bajo no pasa el ciclón", se cuenta en los campos de la isla y parece ser verdad. Pero estos pequeños ranchos pueden ser una opción segura mientras la lluvia no sea demasiado intensa y en zonas alejadas de la costa, ríos y embalses, no vulnerables a inundaciones de cualquier tipo.

Nunca sería una salida en Cabo Lucrecia donde el mar desenterró restos de azulejo, botijas, posibles jarras de aceite, canecas y ladrillos, entre una amplia gama de material arqueológico de la época colonial, probablemente vinculado a las diferentes etapas de desarrollo de faro y a la casa del farero.

Al amanecer del 8 de septiembre, Miguel Chacón bajó de la torre para ir hasta la casa, que la encontró sin puerta y casi sin nada. Los colchones estaban enredados en la vegetación, pero la comida sí era irrecuperable. Cuando dos días después decidió visitar a su familia, tuvo que abrirse el paso a hacha y machete.

Camino a casa de su hija, Chacón escuchó su propia leyenda. A kilómetros de distancia de Banes, corría de boca en boca la historia de un hombre que se había vuelto loco porque había decidido quedarse solo en el faro de cabo Lucrecia y, en el momento de la entrada de Ike, había visto una bola de candela avanzar hacia él.

"Lo que pasa es que la gente habla mucho y le gusta inventar. Yo no vi ni candela ni salí gritando. Lo único que dije fueron dos cosas en toda la noche: pa' su madre y qué sea lo que Dios quiera. To' el que diga que yo salí por ahí gritando, es mentira", dice el primer cubano que se encontró con Ike.

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