La guerra es cara. Los costos no sólo incluyen los millones de dólares que se gastan en armas y mantenimiento de los ejércitos, sino también los financieros y psicológicos que sufren las personas atrapadas en el conflicto.
Cuando los combates se producen en zonas en las que viven civiles, como la región oriental de República Democrática de Congo, la agricultura, el cuidado de la salud, los negocios y la educación se ven interrumpidas, con efectos devastadores a largo plazo.
Immacule, una niña de 10 años, llegó al campamento de refugiados Kibati, 12 kilómetros al norte de la ciudad de Goma, cercana a la frontera con Ruanda, el 27 de octubre. Su familia huyó de la aldea en que vivían por temor a los ataques de rebeldes de la etnia tutsi.
La niña extraña la escuela. "Quiero que el gobierno consiga la paz para nosotros, así podremos retornar a casa y volver a la escuela", afirmó.
Desde que se reanudaron los combates en agosto entre el ejército y los rebeldes del Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo (CNDP), 250.000 han sido desplazadas forzosamente de sus hogares en la región de Kivu del Norte.
[related_articles]
En las últimas dos semanas, 100.000 personas fueron expulsadas de sus hogares y 60 por ciento de ese total son niños, según una declaración de prensa del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
Los niños sufren en forma inmediata problemas de salud, como desnutrición, paludismo y cólera. También se encuentran bajo la amenaza de sufrir violencia sexual o ser reclutados por los grupos armados.
Asimismo, su educación se ve afectada. "El año escolar acaba de comenzar. Esto interrumpe la asistencia a clases de miles de niños, que no pueden desarrollar sus capacidades intelectuales a causa del conflicto", advirtió Jaya Murthy, portavoz de Unicef.
A causa de los enfrentamientos, los grupos de ayuda humanitaria no pueden llegar a quienes necesitan su asistencia.
Los refugiados, al verse obligados a huir de sus casas llevando sólo lo que pueden cargar, se ven privados de comida, agua y suministros médicos.
Jo Lusi, un médico del hospital de Goma, afirmó que es difícil proveer medicinas y tratamiento adecuado a personas en tránsito en el contexto de una precaria situación de seguridad.
"La semana pasada, un médico estaba en un campamento realizando una cesárea. En medio de la operación, un rebelde lo mató de un disparo. La mujer fue trasladada de emergencia al hospital, con su vientre medio abierto, donde yo terminé la intervención. No es una buena situación para tratar a las personas", agregó.
La activista por los derechos de la mujer Justine Mesika afirmó que son las mujeres las que llevan el mayor peso en una situación de conflicto armado, ya que al peligro de perder la vida o resultar heridas se suma el riesgo de sufrir violencia sexual.
"El trauma provocado por las experiencias vividas se prolonga hasta mucho después del fin de las hostilidades", señaló.
La actividad comercial cotidiana también se ve interrumpida, ya que tanto los dueños de los negocios como los clientes temen salir de sus casas.
"Tenemos graves problemas para vender nuestra mercadería. No ha venido una sola persona desde hace más de una semana", dijo Mama Bahati, madre de siete hijos, quien junto con su marido tiene una tienda de ropa en Goma.
Bahati reclama que el gobierno negocie con todas las partes involucradas para que ella y su marido puedan retomar su actividad comercial.
Un frágil cese del fuego de poco más de una semana llegó a su fin el viernes pasado, obligando a miles de refugiados a escapar del campamento Kibati. El conflicto ha provocado el desplazamiento forzoso de más de un millón de personas desde en fin de las guerras civiles en 2003.
Se cree que ambos bandos financian sus operaciones explotando ilegalmente las abundantes riquezas minerales del país, por lo que, desde un punto de vista económico, no tienen interés en poner fin a las hostilidades.