EEUU: Afganistán e Iraq aguardan al nuevo presidente

Cuando Estados Unidos se empantanaba en los años 60 en el conflicto de Indochina, el guerrillero argentino-cubano Ernesto Che Guevara llamó a crear «dos, tres, muchos Vietnam», es decir, a involucrarlo en guerras imposibles de ganar.

El objetivo de esa consigna era que Washington agotara sus recursos financieros y le impusiera una pesada carga a sus fuerzas armadas.

Las actuales guerras de Afganistán e Iraq no son tan costosas como las de los años 60, al menos como porcentaje del producto interno bruto estadounidense.

Pero la visión del Che, retomada ahora por Osama Bin Laden, tendrá un gran peso sobre quien ocupe la Casa Blanca a partir del próximo 20 de enero, sobre todo en momentos en que Estados Unidos sufre la peor crisis económica desde la Gran Depresión iniciada con el crac bursátil de 1929.

Tanto John McCain, candidato del gobernante Partido Republicano, como su rival en las elecciones de este martes, Barack Obama, del opositor Partido Demócrata, han planteado la urgencia de enviar más tropas a Afganistán para enfrentar la creciente amenaza que plantea la milicia islamista Talibán.
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Pero el período de transición hasta el 20 de enero ofrecerá al presidente electo la oportunidad de analizar estrategias de salida.

La posibilidad de pacificar Afganistán, integrar a Irán en una nueva estructura de seguridad regional, promover la reconciliación en Iraq y lanzar un proceso creíble para negociar la paz entre Israel y sus vecinos árabes debería ser una alternativa muy tentadora para el nuevo presidente y, al mismo tiempo, un gran desafío.

Restaurar la estabilidad en Medio Oriente y Asia y reducir el número de tropas en el terreno permitirá reducir los 15.000 millones de dólares que Estados Unidos gasta mensualmente en operaciones militares en Afganistán e Iraq, las exigencias a las que están sometidas sus fuerzas armadas y la hostilidad sin precedentes del mundo islámico hacia Washington.

Al mismo tiempo, permitirá al nuevo presidente concentrarse en la crisis financiera internacional y la cada vez más deteriorada situación económica doméstica, incluidas cuestiones clave como la atención de la salud y el empobrecimiento de la clase media, dos temas que han sido descuidados por mucho tiempo.

Existe el sentimiento generalizado de que los problemas con que se enfrenta Washington en el llamado "Gran Medio Oriente" están estrechamente conectados y, por lo tanto, también las soluciones.

El general David Petraeus, quien asumió el viernes formalmente como jefe del Comando Central de Estados Unidos, con jurisdicción sobre Medio Oriente y Asia central, entiende claramente esta cuestión y, seguramente, su opinión será de peso en la definición de cualquier futura estrategia.

"El Comando Central puede ayudar mirando el desafío que plantea la región en su conjunto, no sólo Afganistán, sino también, por supuesto, Pakistán, Irán e incluso otras naciones que han estado involucradas, como Arabia Saudita, algunos países del Golfo Pérsico (o Arábigo) y también líderes libaneses", declaró Petraeus en una entrevista que concedió en septiembre al diario The New York Times.

Se informó que la semana pasada Petraeus solicitó permiso para reunirse con el presidente de Siria, Bashar Al-Assad. El gobierno en Damasco ha sido objeto de un boicot diplomático por parte del gobierno de George W. Bush desde hace tres años. La Casa Blanca rechazó la solicitud del general.

La noción de un "gran acuerdo" ha sido propuesta en los últimos años en relación con Irán. Sus defensores sostienen que Washington debe ofrecer a Teherán garantías de seguridad, normalizar el vínculo bilateral y desarrollar un enfoque cooperativo en materia de seguridad regional, que incluya a Afganistán e Iraq.

A cambio, Irán debería poner fin a su supuesta búsqueda del desarrollo de armas nucleares, al igual que su apoyo al libanés prochiita y prosirio Partido de Dios (Hezbolá), al palestino Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) y a otros grupos que, a los ojos de Estados Unidos, son "terroristas".

Pero se ha comenzado a hablar de un "gran acuerdo" en conexión con Afganistán y Pakistán. El profesor de la Universidad de Nueva York Barnett Rubin y el periodista paquistaní Ahmed

Rashid, quien habría tenido contacto con Petraeus, plantearon el tema en un artículo publicado por la influyente revista Foreign Affairs.

Estados Unidos y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), argumentaron, deben apoyar los esfuerzos de los gobiernos de Afganistán y Pakistán tendientes a una reconciliación con los insurgentes talibanes en ambos países, con la condición de que corten sus lazos con Al Qaeda y otros grupos terroristas internacionales.

Al mismo tiempo, Washington debe desplegar "una iniciativa diplomática de alto nivel para generar un genuino consenso sobre el objetivo de estabilizar a Afganistán, encarando las fuentes legítimas de la inseguridad paquistaní", especialmente en relación con India.

Este país, junto con China, Irán y Rusia, deben ser incorporados a las negociaciones para proveer las garantías necesarias, agregaron los autores.

Esta idea no es muy diferente de la "Nueva Ofensiva Diplomática" propuesta hace dos años por el bipartidista Grupo de Estudios sobre Iraq (ISG, por sus siglas en inglés), formado por el Congreso legislativo, el cual tuvo como uno de sus copresidentes al ex secretario de Estado (canciller) de Estados Unidos James Baker (1989-1992). Estaba destinada a permitir el retiro de tropas en un plazo de 15 meses.

El ISG enfatizó la importancia de negociar directamente con Irán y Siria, en un contexto regional, con el apoyo de la Organización de las Naciones Unidas, la Unión Europea y potencias extrarregionales para atender las necesidades de seguridad de todos los vecinos de Iraq y disuadirlos de alentar las luchas sectarias en ese país.

También reclamó a Washington que condicionara su apoyo al gobierno en Bagdad, mayoritariamente chiíta, a los esfuerzos que realizara en materia de reconciliación con la comunidad sunita.

Bush ignoró esas recomendaciones, sobre todo la de un plazo para el retiro de las fuerzas de ocupación. En cambio, envió más tropas para poner fin a la violencia sectaria.

Dos años más tarde, sin que se haya alcanzado ese objetivo, y con el gobierno de Iraq cada vez más influenciado por Irán, un nuevo presidente estadounidense podría estar dispuesto a seguir los lineamientos del ISG.

El informe de ese grupo también vinculó la estabilización de Iraq y la protección de los intereses de Estados Unidos en Medio Oriente con la paz entre Israel y sus vecinos árabes.

Aunque Bush intentó, sin mucho convencimiento, auspiciar un acuerdo entre el Estado judío y los palestinos nada hizo para fomentar las negociaciones con Siria.

En el último mes, sin embargo, altos funcionarios israelíes han propuesto revivir la Iniciativa de Paz de la Liga Árabe de 2002.

Planteada originalmente por Arabia Saudita, ofrecía a Israel la normalización de relaciones con todos los miembros de la Liga, a cambio de un retorno a las fronteras previas a la Guerra de los Seis Días de 1967 y el establecimiento de un Estado palestino independiente, que compartiría con Israel la ciudad de Jerusalén.

Pero esta propuesta también depende del apoyo de Washington y de las otras grandes potencias.

La posición de Arabia Saudita e Irán también determinará el futuro de esta iniciativa, cuya influencia geopolítica ha aumentado desde la invasión de Estados Unidos a Iraq en 2003 y podría hacer fracasar cualquier intento de entendimiento.

Sin embargo, si la Iniciativa Árabe avanza lo suficiente para inducir a los aliados de Teherán, especialmente Siria y Hamas, a sumarse a ella, algunos analistas consideran que Irán la apoyaría, especialmente si sus intereses de seguridad son tomados en cuenta en los otros "grandes acuerdos" que el próximo presidente de Estados Unidos podría comenzar a considerar tras las elecciones de este martes.

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