Cabeza para abajo, sobre zancos, haciendo malabares y manteniendo el equilibro, la vida parece a veces la metáfora de un circo. Y lo es para una organización social brasileña que utiliza la magia del picadero para sacar a jóvenes del mundo de las drogas y la violencia.
El circo está ubicado en un terreno abandonado de la alcaldía de Río de Janeiro, conocido como Praca Onze (Plaza Once), rodeado de cerros salpicados de casas sin revoque. La imagen de los barrios marginales y hacinados conocidos en Brasil como "favelas".
Un espacio con cuatro mástiles y 768 metros cuadrados de arena, donde se desarrollan las actividades de la organización no gubernamental "Crecer e viver", crecer y vivir en español.
La agrupación coordinada por Junior Perim se vale de los instrumentos del circo para desarrollar las habilidades físicas de jóvenes de siete a 24 años de edad, pero sobre todo las herramientas "sociales".
Es lo que Perim llama "circo social", es decir "la utilización de la expresión del arte circense como herramienta pedagógica, elemento de educación, de formación personal, de desarrollo humano, de construcción de la creatividad y de la subjetividad de los jóvenes".
La vida no ha sido fácil para Dijefferson da Silva, hoy uno de los mejores trapecistas del circo, y que antes lavaba automóviles en el estacionamiento donde en la actualidad se erige el circo.
Con un sobrepeso que lleva con elegancia, no era aceptado en muchas escuelas de circo. Pero ahora los kilos de más no sólo no obstaculizan sus movimientos sino que le sirven para mantener el equilibrio, para asirse a la barra, para caer con la gracia de la gravedad que le otorga su peso, desde lo alto del trapecio.
Pero para Dijefferson el desafío pesa muchas más toneladas que sus "kilitos" excedentes.
"Soy un artista circense", dice con orgullo, para luego agregar que "fue un gran salto en mi vida" el que dio desde su oficio de lavador de automóviles, donde vivía diariamente expuesto a los riesgos de la calle.
Fue una perspectiva diferente la que le dio el trapecio, donde se cuelga como un murciélago cabeza para abajo, pero también el proyecto cultural.
"Cuando se pone a un joven en un trapecio se puede decir: "mira como es posible ver el mundo de otra forma. Ahora puedes cambiarlo", apunta Perim.
Y lo es, según explica, para jóvenes que nacieron sin esa ni ninguna otra perspectiva de vida. Niños, niñas y adolescentes originarios de comunidades "donde se convive con la violencia, el crimen, el tráfico de drogas y los problemas familiares de una sociedad brasileña en la que el dinero se concentra en pocas manos", añade. "Son jóvenes habituados al conflicto", sentencia.
El coordinador del grupo, que cuando era niño mataba pollos en un frigorífico para sobrevivir, lo sabe por experiencia y en la actualidad lo aplica en las técnicas de su circo, malabarismo, acrobacia, manipulación de objetos, entre otras habilidades.
Por eso concibió el proyecto como una arena donde lo importante es aceptar desafíos, superar obstáculos y muchas veces andar en la cuerda floja.
Muchos de sus alumnos han llegado lejos en el mundo del circo, en grandes lonas de carácter internacional o en la Escuela Nacional de Circo, la referencia para este arte en Brasil. Otros consiguen trabajo en elencos de teatro o danza, gracias a la experiencia que también adquieren en otros talleres paralelos.
Pero el objetivo supera la arena del circo, "construyendo valores como respeto, como sentido de colectividad, la importancia que pueden darle a los estudios, a aprender a desarrollar saberes, conocimientos", según destaca Perim
El espectáculo es "continuo", el "aprendizaje" también. En esta experiencia hasta para participar de un espectáculo que ofrecen a precios accesibles y por el que reciben honorarios a cambio, también prevalecen los criterios sociales sobre los técnicos y artísticos.
Se premia con el espectáculo final a los jóvenes que no faltaron a la escuela, que participaron de las actividades, que supieron convivir con los otros sin conflicto.
Vinicius Daumas, un payaso que concibió el proyecto con Perim y que es coordinador pedagógico de la escuela de circo, explica que nada fue escogido al azar.
"Aquí tenemos malabarismo, zancos, cama elástica, acrobacia, todas modalidades donde el ser humano siempre se pone frente a desafíos constantes", explica Daumas, quien antepone el "payaso" al "coordinador pedagógico" cuando se presenta.
"Tienen que mantener el equilibrio sobre un metro y medio de una pata de palo, dar un salto mortal, manipular objetos", lo cual no es fácil ni dentro ni fuera del mundo del circo, aclara.
Pero afuera no hay fantasía. "Uno hace malabarismos para pagar las cuentas, muchas veces uno esta en la cuerda floja, teniendo que tomar decisiones, hay que tener confianza con el otro, establecer vínculos", destaca.
El circo, según Daumas, enseña eso mejor que nadie. Y al final los resultados se transforman en un espectáculo.
Son jóvenes antes relegados que ahora brillan ante un publico que los aplaude. Aline Figueiredo, pernauta y acróbata define lo que siente en escena como algo "surrealista".
"Eso con la adrenalina del miedo, de tener que mantenerse en equilibrio sin caerse, con postura, viendo las personas abajo, es fantástico, es decir, gente, miren ¡¡yo estoy aquí!!", ilustra Daumas.
Tal vez, según Perim, lo más importante es precisamente eso. "Estar", ser visibles.