«En mi comunidad, vivir con VIH es sinónimo de muerte», dijo a IPS el indígena Fernando Solís, de 34 años, miembro de la etnia cuna de Panamá.
Solís fue diagnosticado hace cuatro años. Hoy trabaja en prevención con jóvenes indígenas, "la clave para erradicar la epidemia en las comunidades", asegura.
"El virus de inmunodeficiencia humana (VIH, causante de la enfermedad), entró a mi comunidad hace 10 años. Nunca pensé que me iba a tocar a mí", dijo Solís en el marco de la XVII Conferencia Internacional sobre el Sida, que se celebra desde el domingo hasta este viernes en la capital mexicana.
"Primero viví un proceso de negación, oculté la enfermedad, pero luego decidí buscar información", continuó "Nandín", como le gusta que lo llamen. Hoy trabaja como voluntario en la Asociación Hombres y Mujeres Nuevos de Panamá, el primer grupo de gays, lesbianas, bisexuales y transgéneros de ese país.
Su aspiración es formar la primera organización de indígenas con VIH en Panamá. Se ha concentrado en los jóvenes porque, cree Solís, tienen una mentalidad más abierta para asimilar la información sobre el sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida).
"Cuando un indígena cuna empieza a manifestar síntomas en mi comarca, se le llama 'boni', que significa que tiene un espíritu malo en el cuerpo", explicó. "Entonces nos dirigimos a los curanderos, que nos dicen qué hierbas tomar para fortalecer nuestro sistema inmunológico, pero el VIH es mucho más fuerte, más resistente".
Solís no sufrió rechazo de su comunidad, como sucede en algunas etnias, pero admite que los mayores suelen negar la enfermedad. Y en los centros de salud de su país sí se sintió segregado.
Ha debido acostumbrarse a tomar tres pastillas antirretrovirales diarias, una en la mañana y dos en la noche, y a soportar los efectos secundarios de esta terapia que frena el avance del VIH, como dolor de cabeza, náuseas y un gran adelgazamiento.
"Para poder minimizar la presencia del VIH hace falta información, pero para darle información a comunidades indígenas hay que hacerlo de la mano de nuestras costumbres, creencias y propia lengua", explicó.
Entre el 30 de julio y el 2 de agosto, se celebró en la capital mexicana la segunda pre conferencia mundial de pueblos indígenas, originarios y afrodescendientes frente al VIH/sida, con representantes de Argentina, Australia, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, El Salvador, Ecuador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Nueva Zelandia, Panamá, Uruguay y Venezuela.
En la anterior conferencia, realizada en Toronto, sólo había delegados de cinco naciones.
El trabajo iniciado en ese encuentro se continuó en la Conferencia Internacional sobre el Sida en la que participan más de 20.000 delegados, entre científicos, políticos, donantes, activistas y personas con VIH. Junto a las organizaciones de la sociedad civil dedicadas a la lucha contra la pandemia, los pueblos indígenas ocupan un espacio en la variopinta y colorida Aldea Global, una enorme carpa contigua al Centro Banamex donde se celebran las sesiones de la conferencia. "Los países que participamos en la pre conferencia nos hemos dado cuenta de que la epidemia ya está ruralizada, que ya está en los cuerpos de las personas indígenas, por lo que es necesario crear estrategias preventivas con pertinencia cultural", dijo a IPS Amaranta Gómez, indígena mexicana transgénero (muxe) de la etnia zapoteca de Oaxaca, en el sur del país.
Los muxes son hombres que se visten y asumen roles femeninos en la comunidad.
"El principal problema que tienen los indígenas con VIH es el acceso (a atención y tratamiento) por la pobreza, marginalidad, estigma y racismo", afirmó Gómez.
El reconocimiento constitucional de las etnias originarias es indispensable para mejorar su situación, dijo a IPS Willi Morales, jefe huilliche (rama del pueblo mapuche que vive en el sureño archipiélago chileno de Chiloé) que vive con VIH.
"¿Cómo romper las barreras de comunicación para el acceso a la información y la prevención oportuna? ¿Cómo hacer que haya un diálogo intercultural entre la medicina tradicional y la occidental? ¿Cómo garantizar que en la decisión de las políticas públicas en cada país haya voz y presencia de los pueblos indígenas?", se preguntó la líder muxe.
"Uno de los grandes retos que tenemos como pueblos indígenas, porque hay que ser autocríticos, es el tema de los usos y costumbres. Es un tema que evidentemente vulnera en mayor forma a las mujeres", subrayó Gómez.
"Los indígenas decimos que afuera de nuestras comunidades nos discriminan, pero hacia adentro no queremos reconocer la diversidad sexual, las prácticas homoeróticas, por ejemplo", aseveró la líder indígena.
"Nuestro objetivo es construir una estrategia latinoamericana para crear indicadores epidemiológicos que nos permitan saber cuántos indígenas viven con el VIH, y hacer un mapeo de la respuesta espontánea que está surgiendo en las comunidades", planteó.
"Vamos a crear un secretariado internacional de los pueblos indígenas" para formar líderes, incidir en las políticas públicas y ser incluidos en las declaraciones de la Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre VIH/Sida, adelantó.
"Se tienen que hacer esfuerzos importantes para determinar cuál es la intensidad de la epidemia en las comunidades indígenas y afrodescendientes", señaló a IPS César Núñez, director regional del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (Onusida).
"Para hacer esta abogacía, esta defensa de los indígenas con VIH, debemos tener datos. Faltan datos concretos de prevalencia (proporción de la población con la enfermedad), particularmente en la población indígena", indicó. "En los afrodescendientes hay más información, particularmente en el norte de América Central", aclaró.
"La comunidad garífuna, que vive en la costa de Belice, Guatemala y Honduras, y que emigró hace más de 200 desde las Antillas Menores, tenía en 1998 una prevalencia promedio de VIH de ocho por ciento, muy alta para lo que es la región", indicó Núñez.
Según un estudio realizado el año pasado en Honduras, la prevalencia descendió a cinco por ciento. "Es halagüeño que se haya reducido un poco, pero todavía no significa una reducción importante", sostuvo.
"Creemos que deben diseñarse programas adecuados para las comunidades indígenas y afrodescendientes. Deben ser respuestas culturalmente adecuadas, que integren a los curanderos, por ejemplo", indicó el representante de Onusida.
En la pre conferencia "me comprometí a elevar y visibilizar la pandemia en estas comunidades. Ya he comenzado a hablar con mis colegas del equipo regional de América Latina de Naciones Unidas para ver de qué manera podemos identificar las avenidas que puedan fortalecer la información disponible y las acciones de prevención que correspondan", aseguró.
El número de personas con VIH en América Latina se elevó a 1,7 millones en 2007, y de ellas 44.000 son niñas y niños menores de 15 años. Las epidemias más grandes están en Brasil y México, los países más poblados.
Aunque la terapia antirretroviral tiene una cobertura de 62 por ciento en América Latina y el Caribe, la mayor de las regiones en desarrollo, todavía hay 240.000 personas que necesitan y no reciben estos medicamentos, y en 2007 hubo 140.000 nuevas infecciones.