ESTADOS UNIDOS: Malos tiempos para la pax americana

Las esperanzas del gobierno de Estados Unidos de aprovechar su «guerra contra el terrorismo» para imponer una «pax americana» en Europa y Asia parecen haberse desvanecido en las últimas dos semanas.

La "pax americana" es la fórmula con que la coalición de neoconservadores, nacionalistas agresivos y cristianos derechistas que dominó la política exterior en la primera presidencia de George W. Bush (2001-2005) denominaba su ambición de predominio y control unilateral de Estados Unidos en el mundo.

En las dos últimas dos semanas, Rusia reafirmó su influencia sobre el Cáucaso del modo más enfático posible, invadiendo y ocupando partes sustanciales de Georgia luego que el presidente Mijail Saakashvili —líder favorito de Washington en la región— lanzó una infortunada ofensiva contra los secesionistas de Osetia del Sur.

Unos 1.000 kilómetros al este, sangrientos ataques en Afganistán y Pakistán sirvieron de recordatorio de la seriedad de la insurgencia del movimiento islamista Talibán, dominado por integrantes de la etnia pashtún (patana) en ambos países, y las amenazas que plantean para sus gobiernos, apoyados por Estados Unidos.

Mientras, los representantes de Estados Unidos en Iraq parecen haber avanzado en la negociación de un acuerdo militar bilateral que permita a las fuerzas de combate de su país permanecer ese país por lo menos otro año y medio.
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Sin embargo, las señales de que el gobierno del primer ministro Nouri Al-Maliki, dominado por los chiitas, puede estar preparándose para arremeter contra las sunitas Fuerzas del Despertar, respaldadas por Estados Unidos, ha despertado el espectro de una renovada guerra civil entre comunidades religiosas.

Al mismo tiempo, parece haberse desvanecido toda esperanza de concluir un marco de trabajo hacia un acuerdo de paz entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina para cuando el presidente estadounidense George W. Bush termine su mandato, el próximo 20 de enero.

Además, las gestiones para movilizar una mayor presión diplomática y económica internacional sobe Irán para que detenga su programa de enriquecimiento de uranio —la gran prioridad de Washington antes de la crisis de Georgia— se estancaron indefinidamente, abrumados por la marea de malas noticias procedentes de la región.

"La lista de fracasos de política exterior esta semana es impresionante", señaló el viernes, en una declaración, la Red de Seguridad Nacional, una organización de ex altos funcionarios críticos de las políticas más agresivas del gobierno de Bush.

La ofensiva rusa en Georgia, en particular, señaló "el fin de la pax americana, la era en la que Estados Unidos más o menos mantuvo un monopolio sobre el uso de la fuerza militar", según el columnista Paul Krugman, del diario The New York Times.

La intervención de Rusia en lo que solía llamar su "exterior cercano" fue claramente el más espectacular de los acontecimientos de la quincena.

Y esto, a causa de su uso sin precedentes de una abrumadora fuerza militar contra un aliado de Estados Unidos, que lo promueve con fuerza para integrarlo como miembro pleno de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Pero también por las implicaciones geoestratégicas de su campaña para la cada vez más problemática alianza atlántica. Y para las esperanzas de Estados Unidos de que el mar Caspio y de Asia central pueda ser transportado de modo seguro hacia Occidente, sin transitar ni por territorio ruso ni iraní.

Aunque Rusia no tomó el control del gasoducto de Baku-Tbili-Ceyhan (BTC) ni se acercó al área propuesta para el de Nabucco, más al sur, su intervención dejó muy claro que podría haberlo hecho si lo hubiera deseado. Seguramente ese mensaje reverberará por toda Europa, sedienta de gas.

Ahora los inversores pueden demostrar mucho menos entusiasmo que antes a la hora de financiar el proyecto de Nabucco, asestando otro golpe a las ambiciones regionales de Washington.

La ofensiva de Rusia también planteó nuevas preguntas sobre su disposición a tolerar el continuo uso de bases aéreas y otras instalaciones militares clave de la región por parte de Estados Unidos y otros países de la OTAN.

Esas bases están en la parte meridional de la ex Unión Soviética, especialmente en Kirguizstán y Uzbekistán, sobre los cuales Moscú mantiene una influencia sustancial.

En cuanto a Georgia, Estados Unidos aumentó significativamente su presencia militar enviando, por encima de las protestas rusas, 200 efectivos para las Fuerzas Especiales a comienzos de 2002, en el marco de su "guerra mundial contra el terrorismo".

Washington tenía la excusa de que esas tropas serían usadas en sus operaciones posteriores en Afganistán, como efectivamente ocurrió.

Pero también fueron percibidas como ladrillos en la construcción de una infraestructura militar permanente que pudiera contener una Rusia renaciente o una China emergente, y ayudara a establecer la hegemonía estadounidense sobre los recursos energéticos de Asia central y la región del Caspio, en lo que sus arquitectos esperaban fuera un "nuevo siglo estadounidense".

Washington y, en cierto grado, la OTAN detrás suyo, "se entrometió en los espacios geopolíticos" controlados por "otros países aletargados", y esos países "ya no están aletargados…", dijo esta semana el ex diplomático de Singapur Kishore Mahbubani.

De hecho, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN todavía están muy empantanados en Iraq, donde, a pesar de la reducción de la violencia entre comunidades religiosas, la reconciliación política sigue siendo difícil de alcanzar.

Y ahora enfrentan desafíos sin precedentes en Afganistán, que recuerdan los que enfrentaron los soviéticos cuando invadieron ese país hace 20 años. "Las noticias procedentes de Afganistán son verdaderamente alarmantes", advirtió el jueves The New York Times en su editorial.

El diario observó que el asesinato de 10 paracaidistas franceses cerca de Kabul en una emboscada a principios de la semana y el atentado coordinado por parte de atacantes suicidas contra una de las mayores bases militares estadounidenses fueron señales de una situación cada vez más nefasta.

En los últimos tres meses, fueron asesinados más soldados estadounidenses en Afganistán que en Iraq.

"Afganistán necesita desesperadamente un programa serio de infraestructura y desarrollo económico", escribió esta semana en su blog el coronel retirado Pat Lang, experto en Medio Oriente y Asia austral en la Agencia de Inteligencia de Defensa.

Por supuesto, el resurgimiento del Talibán, que dominó la mayor parte del territorio afgano entre 1996 y 2001, cuando fue expulsado por una coalición internacional conducida por Estados Unidos, se debió, en buena medida, al refugio seguro que le brindaron las Áreas Tribales Federalmente Administradas (FATA) de Pakistán.

El brazo pakistaní del Talibán no sólo intensificó su dominio sobre la región en los últimos meses, sino que lo extendió a la Provincia de la Frontera Noroccidental.

La semana pasada, las milicias talibanas se vengaron de un modo espectacular de los ataques aéreos del ejército, respaldado por Estados Unidos, en Bajaur, cerca del Paso de Khyber, la principal ruta de suministro para fuerzas de la OTAN en Afganistán.

La represalia consistió en atentados suicidas en una fábrica de municiones fuertemente custodiada, cerca de Islamabad. Murieron casi 70 personas.

Algunos analistas en Washington se muestran especialmente preocupados de que el nuevo gobierno civil en Islamabad quede dividido por la crisis económica y por sucesión del dictador militar apoyado por Estados Unidos, Pervez Musharraf (1999-2008), apoyado por Estados Unidos, quien renunció el día 18.

El temor es que las autoridades pakistaníes demuestren ser ineficaces en la lucha contra el Talibán, una prioridad del gobierno de Bush para la cual el ejército, durante mucho tiempo concentrado en la amenaza convencional planteada por India, no ha mostrado absolutamente ningún interés.

El actual vacío de poder en Islamabad exacerba la preocupación en Washington. Para colmo, también cree posible que el servicio de inteligencia del ejército pakistaní —al cual Estados Unidos cree involucrado en el mortal atentado cometido el mes pasado por el Talibán contra la embajada india en Kabul— pueda escalar en sus esfuerzos anti-indios.

Esto es especialmente atemorizante en momentos en que recrudece el conflicto en la Cahemira india, garantizando una aguda escalada en la rivalidad entre los dos países vecinos, que se remonta a la independencia de ambos en 1947. India y Pakistán poseen armas nucleares, y también amenazan la "pax americana" posterior a la Guerra Fría.

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