El luthier cubano Raúl Lage vino por seis meses, pero ya lleva siete años y medio en Manaos, la metrópoli de la Amazonia brasileña, y renovará otra vez su contrato en septiembre. «El proyecto es lindo», justifica.
La pasión que lo mantiene en Brasil es el Taller Escuela de Luthería de la Amazonia (OELA, por sus siglas en portugués), donde adolescentes pobres aprenden la compleja técnica de hacer instrumentos musicales, abriéndose paso a un futuro mejor y a la vez contribuyendo a la preservación de los bosques amazónicos.
La luthería se mostró eficaz abriendo perspectivas laborales y culturales a jóvenes de muchos lugares de Brasil, pero la OELA es "la única del mundo que lo hace con madera tropical certificada", combinando objetivos ambientales y sociales, se enorgullece Rubens Gomes, secretario ejecutivo de la organización que fundó en 1998.
Las guitarras y otros instrumentos de cuerdas se fabrican con maderas de árboles amazónicos, como el breu blanco y el tauarí, sin valor comercial, pero muy adecuados a los fines musicales. "Así contribuimos a valorizar especies que el mercado no reconoce como maderables", dice Gomes a IPS.
La diversificación de las fuentes de madera reduce la presión sobre unas pocas especies muy demandadas y amplía el valor de los bosques, ayudando a "consolidar el manejo forestal sustentable", explica. Es un ejemplo de cómo evitar la deforestación amazónica, al usar un mínimo de madera para obtener productos de alto valor agregado.
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La OELA, además, capacita a comunidades ribereñas en el manejo forestal, a través de un barco-escuela, y en la producción de objetos de madera y marquetería en el interior amazónico.
Su sede en Manaos ofrece cursos de informática, producción gráfica, música y educación ambiental, además de apoyo psicopedagógico, cine club y un telecentro para los jóvenes pobres del barrio donde se ubica, Zumbi, en la zona este de la ciudad. Más de dos centenares de personas pasan diariamente por esta Unidad I de la OELA.
Pero su alma es el curso básico de luthería. Sus 60 alumnos adolescentes pueden concluirlo en uno o dos años, empezando en cualquier momento del año. "No todos tienen la aptitud o vocación para la profesión, sólo 20 a 25 por ciento se hacen luthiers de hecho", pero los demás se preparan para ejercer su plena ciudadanía, sostiene Gomes.
Los mejores pasan a la Unidad II, el laboratorio donde se complementa la formación de luthier y se fabrican varios modelos de guitarra española o acústica, incluyendo algunas eléctricas, así como bandolín, banjo y cavaquinho, pariente pequeño de la guitarra, de sonido agudo y típico de la música de Brasil.
Son 11 modelos de distintos instrumentos a los cuales pronto se agregarán dos más, incluyendo el tres cubano, informa Lage, que coordina la planta en la que trabajan actualmente 10 jóvenes, perfeccionándose como luthiers.
Taiene Quinto de Oliveira, de 17 años, está en ese grupo desde hace cuatro meses, tras haberse destacado en el curso básico, que concluyó en un año y medio. "Mi sueño de infancia es hacer la facultad de odontología", dice a IPS. Pero le gusta cada día más la luthería, y "el sueño se va cambiando", confiesa.
"Lo más difícil fue identificar por sus nombres todas las herramientas usadas", en un trabajo que exige "habilidad manual y paciencia, especialmente en la marquetería, pegar trozos de madera en otros", evalúa la adolescente cuyos amigos desistieron del curso.
Este año, ella concluirá la enseñanza secundaria regular, otra exigencia de la OELA. "Un buen luthier necesita conocer acústica, química de la madera, ecología" y todos deben estudiar también teoría musical, justifica Gomes, ex profesor de luthería en la Universidad Federal de Amazonas.
La Unidad II inició una nueva etapa de producción regular, de 30 a 40 instrumentos al mes, obligando también a intensificar su actividad comercial. Sus precios varían entre 1.000 y 2.000 reales (entre 625 y 1.250 dólares) y los ingresos se repartirán entre los alumnos-obreros y la propia institución, que busca sustentarse, reduciendo la necesidad de financiadores.
Durante seis años, la Unidad II desarrolló tecnologías propias, para acelerar la producción en un proceso semi industrial, señala Gomes. Son máquinas adquiridas y adaptadas, varios moldes para fabricar las partes curvas, los huecos y concavidades de una guitarra, y cortes innovadores que ahorran madera y aumentan la resistencia en los lugares donde se concentra la tensión de las cuerdas.
Es complejo fabricar una guitarra, que se compone de seis partes. La madera no puede tener más de 50 por ciento de humedad, algo natural en zonas secas, como Brasilia, pero que exige depósitos cerrados con deshumidificadores en la Amazonia.
Sólo el diapasón de la guitarra exige 22 operaciones mecánicas y una manual en su construcción, señala Lage, que no abandona el cigarrillo pese a las frecuentes quejas de Gomes cuando concurre a la Unidad II.
Éste, un hombre fuerte de pelo largo y espesa barba ya canosa, anduvo por distintos estados de la Amazonia brasileña, estudió música clásica en el contrabajo y aprendió a reparar y fabricar instrumentos porque no tenía plata para comprarlos, hasta convertirse en profesor en la Universidad Federal de Manaos, que dejó para dedicarse a OELA.
Conoció a Lage en 1996, cuando participó en el Festival Internacional de la Guitarra en una de sus varias visitas a Cuba. Sedujo a su colega cubano con el proyecto, porque "no tenía la menor experiencia para impulsar una fábrica de guitarras" y quería crear la Unidad II, admite.
Ambos hablan con emoción de una alumna, Antonia Souza, que sobresalió al punto de hacerse profesora de luthería de la OELA, y de Francimar Meireles, otro ex alumno que, invitado por el gobierno del también amazónico estado de Acre, implantó allí una escuela similar.
Era un adolescente pobre cuya madre, costurera, se oponía al estudio de luthería "porque no da dinero". Sin embargo, esa formación le permitió, aún muy joven, tener un buen sueldo como funcionario del gobierno estadual, recuerda Gomes.
Una gran preocupación del fundador de la OELA es consolidar y expandir toda la cadena productiva de la luthería, que empieza en las comunidades forestales que pueden proveer la madera ya con un primer procesamiento, ampliando sus ingresos. Llevar conocimientos a esas comunidades beneficia la elaboración de instrumentos musicales y el manejo forestal sustentable, asegura.
Numerosas especies madereras amazónicas, aún desconocidas, pueden tener buenas propiedades, que pueden ser identificadas por investigaciones científicas. La luthería es así, para Gomes, una actividad que promueve inclusión social y beneficios ambientales y cuyo producto final es la música, "es decir la felicidad".