Con más de 80 años, la flautista brasileña Isabel Marques da Silva grabó su segundo disco profesional. Su historia podría ser una de tantas sobre la revelación de un talento tardío sino fuera por un detalle y es que vivió 25 años en una gruta de donde sólo salió para mostrar su arte.
La campesina "Zabe da Loca", como se conoce a Marques da Silva, tiene un rostro que refleja tantas penas como arrugas, usa un pañuelo atado a la cabeza y, como otras muchas campesinas pobres de Brasil, es analfabeta.
Pero cuando toca el "pife", que es una flauta rudimentaria típica del noroeste del país, no hay quien no la respete.
Inmensa en su menos de un metro y medio de altura, arranca tantas lágrimas como aplausos de los espectadores en el escenario del Planetario de la Ciudad de Río de Janeiro.
Está presentando su segundo disco profesional titulado "Bom todo" en el palco de "Música en las estrellas", un concierto dominical que combina ese arte con imágenes de constelaciones, planetas y signos del zodíaco proyectadas en el cielo virtual.
"Comía frijoles y carne cuando aparecía. Y cuando no tenía, no comía nada", recuerda la flautista en entrevista con IPS poco antes de iniciar su show.
Todavía no tenía colocado el auricular de retorno de sonido, que se pone a regañadientes para subir al escenario, y la charla se hizo a veces difícil.
Pero se animó cuando la dejaron fumar su "cigarro de palha", que ella arma ágilmente. La conversación continuó narrando la historia que tantas veces tuvo que contar desde que salió de la gruta al incomprensible mundo de la prensa y de las entrevistas
"Crié dos hijos, uno se lo llevó Dios y el otro está arreglándosela por ahí", dice Zabe, quien nació en la ciudad de Buique, en el semiárido del nororiental estado de Pernambuco y después se mudó para el interior del vecino Paraiba.
Cuando su situación personal empeoró tras quedar viuda y con dos hijos, no tuvo más remedio que irse a vivir a una caverna, "loca" en el lenguaje del nordeste brasileño, en lo alto de una sierra.
Allí vivieron protegidos por las piedras, con una puerta de cuero, sin cama, cocina ni nada que recordase ni su pobre prehistoria de mujer campesina. Sin embargo, fue feliz, asegura a IPS.
"Me gustaba allá. Me gustaba, soy como la onza (jaguarundi), soy feliz en la sierra", dice con una nostalgia que oscurece por momentos sus ojos azules en un rostro aindiado.
Es que esta mujer curtida por el tiempo y las dificultades salió de la gruta para un asentamiento irregular de campesinos cuando el Instituto de Colonización Agraria del gobierno le dio a fines de los años 90 a ella y otros una casa y un pedazo de tierra para cultivas.
Y sólo al comienzo del nuevo siglo cuando a los 80 años es descubierta también por su talento, tan oculto como ella en la caverna. Ocurrió gracias a un plan del Ministerio de Desarrollo Agrario, que busca opciones alternativas de los agricultores a pequeña escala.
La opción de Zabe fue tocar el pife, un instrumento cuyos acordes, según recuerda, le enseñaron a tocar a los siete años su padre y hermanos.
Hoy reconocida como una de las mejores pifanistas del país, es la abuelita mimada de grandes músicos brasileños como Egberto Gismonti, quien fue especialmente al show del planetario para conocerla.
"!Quedate quieto!, reclama durante el espectáculo al famoso multiinstrumentista Carlos Malta, que comparte con ella el escenario.
Malta fue el director musical del disco "Bom todo", editado por "Crioula Records", una compañía discográfica que promueve músicos que todavía no encontraron su espacio comercial.
Lu Araujo, la productora del sello, arregla el pañuelito blanco bordado que Zabe usó durante el espectáculo como único vestuario de gala.
"Mire m'hija, para mí no hay nadie malo. Tengo más de 80 años y nunca tuve enemigos. La gente que sabe vivir, ¿sabe de verdad no?, reflexiona repentinamente con su productora.
Pero hay cosas de este nuevo mundo de estrella que le fastidian tanto como el aparato auditivo y los viajes en avión.
"Ahí venís vos con tus pinturas", se queja la abuelita a Josivani Caiano, una joven percusionista que forma parte de su grupo musical, que intenta ponerle un poco de rubor en sus mejillas.
A pesar de todo, Zabe dice que es feliz. Consiguió dinero que considera importante para "fumar uno" (cigarro), "tomar una" "aguardiente cada tanto" y comprar comida y vestidos.
Pero no quiere nada más en la vida. Para ella que esta "toda rota, vieja y dolida" y por eso lo que consiguió es suficiente.
¿A dónde quiere viajar en avión con su nuevo disco?, le pregunto.
"Sólo a donde esta Dios", responde riendo, al descartar otros lugares como Francia, Estados Unidos o Italia, donde según imagina "meten presa a la gente".
Se acerca el momento del espectáculo y Zabe toma su "agua de pajarito", un trago de cachaça (aguardiente), como es costumbre en su tierra.
Carlos Malta la viene a buscar y atraviesan los pasillos del planetario cantando y bailando un poco para perder el miedo.
Las butacas están llenas. El palco del planetario se ilumina. El resto se oscurece a medida que van surgiendo proyecciones de estrellas en el cielo virtual.
"¿Lindo no, Zabe", le pregunta otro de sus músicos, River Douglas. "Sí, como se veían desde la gruta", responde Zabe desde su propio universo.
El público aplaude calurosamente. Y eso que ni empezó a tocar.