Estados Unidos e Irán se disputan el dominio sobre Iraq. Mientras, el primer ministro iraquí Nouri al-Maliki hace enormes esfuerzos en mantener el delicado equilibrio entre esas dos naciones.
Al-Maliki se comprometió, con ese motivo, a impedir que su país sea "usado como plataforma de un ataque militar" contra Iraq.
Ese comentario, realizado en una conferencia de prensa conjunta con el canciller iraní Manouchehr Mottaki el sábado en Teherán, reduce las sospechas del régimen islamista, que teme el uso de Iraq como base o plataforma para un ataque estadounidense.
Irán solicitó garantías a raíz de un polémico acuerdo de seguridad que Iraq negocia con Estados Unidos, país con el cual Al-Maliki pretende mantener una relación fuerte. Los puntos básicos del tratado están delineados desde el año pasado.
La declaración firmada entonces establece que Estados Unidos protegerá a Iraq de "agresiones extranjeras". Para muchos, la frase alude a una supuesta intervención iraní. La cláusula no complació a Teherán.
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El triángulo Iraq-Irán-Estados Unidos constituye redes de relaciones de alta complejidad.
Al-Maliki reconoce la importancia de tener un acuerdo estratégico a largo plazo con Estados Unidos, pero es muy cauteloso, pues no debe malquistarse con vecinos que ven a Washington con suspicacia.
Como iraquí y como chiita, Al-Maliki trata con mucho cuidado a Irán. Primero, para no desatar la ira de su vecino oriental, que ejerce mucha influencia sobre la sociedad iraquí. Y segundo, que Irán juegue un papel positivo.
Pocas personas conocen tan bien como Al-Maliki el alcance real del poder iraní en Iraq, y las consecuencias en caso de que no le gusten los futuros acuerdos del país.
Algunas de las recientes medidas de Al-Maliki prendieron las alarmas en Irán. El asediado primer ministro ordenó operaciones militares contra fuerzas chiitas y sunitas insurgentes en lugares como Basra, Bagdad y Mosul.
Su objetivo fue, además de imponer el orden, ganarse reputación como líder patriótico más allá de las divisiones religiosas.
Pero los ataques contra insurgentes chiitas suscitaron la ira de Teherán, que exigió su suspensión. El gobierno iraní también cuida su influencia entre las milicias iraquíes.
En una reunión entre parlamentarios de los dos países el mes pasado, los iraníes acusaron a los chiitas iraquíes "de ingratitud" por olvidar los desvelos de Teherán en defensa de esa comunidad durante el régimen de Saddam Hussein (1979-2003).
Así lo aseguró un legislador iraquí a la agencia de noticias Associated Press. En la reunión en Teherán, los iraníes también les reprocharon haberse "alineado con Estados Unidos".
Estados Unidos quiere que Iraq tenga relaciones políticamente correctas con Irán por pragmatismo, pero preferiría que ese vínculo no fuera demasiado cercano.
Washington y Teherán tienen serios desacuerdos en casi todos los aspectos de Medio Oriente, desde Israel hasta Iraq.
Al-Maliki camina por una cuerda floja entre dos países poderosos. Estados Unidos posee 150.000 efectivos militares apostados en suelo iraquí y disfruta de gran poder e influencia en la nación del Golfo Arábigo (o Pérsico).
Mientras, por su vecindad, Irán tiene profunda conexión con varios grupos iraquíes, especialmente chiitas y, en menor grado, kurdos.
Para los políticos iraníes, Iraq es un rompecabezas demasiado difícil de armar. Les importa la estabilidad de su vecino, pero no están dispuestos a prestar mucha colaboración al respecto mientras Estados Unidos esté en Iraq.
Además, pretenden que Washington reconozca el rol y la influencia de Teherán en Medio Oriente. Y Estados Unidos no está dispuesto a hacerlo.
Mientras, Irán ve en Iraq un gobierno amigable y dispuesto a establecer cierta relación estratégica con él. Grupos que Teherán apoyó en el pasado y otros a los que incluso apoya hoy participan en la coalición de gobierno en Bagdad.
En teoría, el régimen iraní espera que un gobierno dominado por chiitas en Iraq amplíe su propia influencia en el futuro inmediato.
Un Iraq estable ofrece a Irán considerables oportunidades económicas, además de brindar la posibilidad de relaciones económicas y de inversión fructíferas.
Pero la presencia estadounidense es un motivo de incomodidad, que podría acabar si Washington y Teherán alcanzan algún tipo de acuerdo por el que se repartan sus roles y su poder en la región.
Eso no es sencillo en las actuales circunstancias. Pero tampoco es imposible. Así lo demuestra el reciente acuerdo entre facciones apoyadas por Irán y por Estados Unidos en Líbano.
El líder religioso supremo de Irán, ayatolá Ali Jamenei, expresó las preocupaciones de su país al decirle sin rodeos a Al-Maliki que "el problema fundamental" en Iraq era Estados Unidos.
"La interferencia y la pretensión de dominio progresivo de un elemento extranjero es el principal problema para el desarrollo y bienestar de Iraq", dijo Jamenei.
La hostilidad de Estados Unidos le impide a Irán ofrecerle a la potencia cualquier ayuda real para consolidar la estabilidad sólida en Iraq.
"Irán ve todos los temas como conectados. Es imposible separar la cuestión nuclear del cambio de régimen, de Iraq, etcétera", dijo a IPS la experta Barbara Slavin, del Instituto Estadounidense para la Paz.
"Es muy importante que comience esa clase de diálogo. Estados Unidos debería dejar muy claro que está buscando un cambio en el comportamiento iraní y no un cambio en el gobierno iraní", dijo Slavin, autora de "Bitter Friends, Bosom Enemies: Iran, the U.S. and the Twisted Path to Confrontation" ("Amigos implacables, enemigos entrañables: Irán, Estados Unidos y el intrincado camino hacia el enfrentamiento").
Aunque no son tan visibles por ahora, las diferencias que han separado históricamente a Iraq de Iraq pueden moldear los vínculos bilaterales hacia el futuro. A Estados Unidos le gustaría ver el resultado de esa confrontación.
"Pienso que también hay límites a la influencia iraní" en Iraq, dijo Slavin. "Después de todo, los iraquíes son árabes, no persas, y también hay algunas diferencias religiosas y de filosofía política."