El flamante presidente del parlamento de Irán, Ali Lariyani, promueve alianzas estratégicas dentro de la elite política para devolverle poder al Poder Legislativo, de modo de consolidar su postura crítica ante el gobierno de Mahmoud Ahmadineyad.
Esa táctica puede leerse en el intento de conciliar nuevas leyes con el código penal islámico, a través, según la propuesta de Lariyani, de la creación de dos comités conjuntos de legisladores y jueces.
La iniciativa tiende a devolverle iniciativa e independencia al parlamento, criticado en los últimos cuatro años por su ineficiencia.
Lariyani, que asumió el cargo en mayo, puede consolidarse como el más formidable crítico del presidente Ahmadineyad.
El presidente del parlamento tiene fuertes vínculos con nuevos líderes tecnócratas, como el ex jefe del Cuerpo de Guardianes de la Revolución (fuerza de seguridad) Mohsen Rezaii y el popular alcalde de Teherán, Mohammad Bagher Ghalibaf, posible rival de Ahmadineyad para las elecciones presidenciales de 2009.
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Lariyani también es uno de los políticos más cercanos y leales al líder religioso supremo, ayatolá Ali Jamenei, y al clero tradicional.
Jamenei, sucesor del fundador de la Revolución Islámica de 1979 Ruholá Jomeini (1902-1989), se refirió a él como "mi hijo" en reuniones privadas, según versiones de prensa.
En los últimos 20 años, Lariyani desempeñó algunos de los más altos cargos de ese país. Fue representante del líder supremo en el Consejo Supremo de Seguridad Nacional y en el Consejo de Conveniencia.
El primer cargo electo que ocupó fue el de presidente del parlamento, tras las elecciones legislativas de marzo.
Lariyani es hijo de un gran ayatolá y cuñado del ayatolá Motahari, un clérigo por quien Jamenei tiene gran respeto.
En los últimos 20 años, mantuvo una relación muy estrecha con el clero, al punto de que antes de presentarse a las elecciones legislativas visitó a muchos líderes religiosos importantes de Qom, provincia vecina de Teherán.
Posteriormente declaró que su candidatura había sido el resultado directo de la insistencia de los clérigos.
Lariyani demostró su astucia al no presentarse por el distrito de Teherán, más competitivo, y optar por Qom, la ciudad que alberga a sus principales seguidores.
Pero las especulaciones sobre su vocación parlamentaria se remontan al año pasado, cuando presentó su renuncia a la jefatura del equipo de negociadores sobre el programa nuclear iraní cuando el entonces presidente de Rusia, Vladimir Putin (1999-2008), se encontraba en el país.
Fue Ahmadineyad quien forzó a Lariyani a renunciar. Justo cuando había logrado avances ante los europeos, el presidente desacreditó públicamente sus logros.
En una reunión con representantes occidentales en septiembre de 2006, Lariyani aceptó la propuesta de suspender el enriquecimiento de uranio unos pocos días, aduciendo fallas técnicas, para que Teherán quedara bien y los europeos pudieran anunciar un acuerdo.
Pero antes de que la noticia de un acuerdo pudiera ser considerada en Teherán, Ahmadineyad divulgó el contenido de las negociaciones y declaró que Irán nunca accedería a la propuesta.
Estas declaraciones anularon varias semanas de conversaciones tendientes a aliviar las sanciones dispuestas por el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) contra Irán.
Lariyani, quien asumió la dirección del equipo negociador tras criticar con dureza las políticas en materia nuclear del presidente moderado Mohammad Jatami (1997-2005), se sorprendió al ver que el asunto pasó rápidamente de la Agencia Internacional de Energía Atómica al Consejo de Seguridad.
Así fue cómo aprendió rápido que algunas posiciones toleradas en Irán, no lo son tanto en círculos diplomáticos internacionales.
En las elecciones presidenciales de 2004, Lariyani fue el séptimo entre los ochos candidatos, pero nunca aceptó a Ahmadineyad como su jefe y actuó como si fueran pares.
Ahmadineyad, por su parte, estaba decidido a anular la designación de Lariyani al Consejo Supremo de Seguridad Nacional hecha por el líder supremo.
Quizá Lariyani se dio cuenta demasiado tarde de que se había apurado al aceptar el premio consuelo de Jamenei por su fracaso electoral.
Lariyani, que nunca expresó en público sus diferencias con el presidente pero sí en privado, se granjeó la simpatía de analistas y ciudadanos que, de alguna forma, olvidaron su mala gestión en las negociaciones nucleares.
Lo que le resta popularidad entre la mayoría de los reformistas, e incluso algunos conservadores iraníes, es su total devoción a Jamenei.
En los 10 años en que se desempeñó como jefe de la Televisión Estatal de la República Islámica, aceptó y llevó adelante tareas que enfadaron a políticos de todo el espectro ideológico.
Bajo la conducción de Lariyani, la televisión estatal permitió que miembros de los servicios de seguridad filmaran confesiones inventadas de presos políticos, difundió publicidad política falsa para destruir la candidatura presidencial de Jatami y divulgó partes de una conferencia en Berlín, que llevó a la detención de muchos intelectuales iraníes.
Esa campaña de difamación le creó una imagen de títere de las facciones conservadores.
Lo que ahora resulta interesante es que los rumores de sus diferencias con Ahmadineyad hacen renacer su reputación.
La presencia de Lariyani en el parlamento cuando Ahmadineyad aspira a un segundo mandato sacudió los círculos políticos.
Con la disparada de los precios del combustible, la inflación descontrolada, el alza del costo de vida y las amenazas internacionales que se ciernen sobre el país, la población presionará al parlamento iraní para que intervenga en la política del presidente.
El hecho puede llevar a una ruptura entre el gobierno y el parlamento.
El carismático Lariyani tiene una sólida experiencia política. Los representantes fundamentalistas lo designaron jefe del bloque conservador en el parlamento por 160 entre 227 votos. En cambio, su predecesor, Gholam Ali Haddad-Adel, había recibido sólo 50.
Asimismo, Lariyani es conocido por su incuestionable obediencia al líder supremo y por depender de las decisiones y posturas de Jamenei, lo cual le deja poco margen de maniobra.
Si el líder supremo ordena frenar los planes políticos y económicos de derroche, Lariyani será el hombre capaz de movilizar la resistencia parlamentaria.
La retórica elitista de Lariyani puede no tener el mismo atractivo que el estilo populista de Ahmadineyad, pero su cargo de presidente del parlamento puede perjudicar más el halo que el presidente logró construir en torno suyo.
* Omid Memarian es profesor asociado a la Escuela de Posgrado de Periodismo de la Universidad de Berkeley. Recibió muchas distinciones, incluyendo el Premio al Defensor de los Derechos Humanos de Human Rights Watch en 2005 y es colaborador habitual de IPS.