A medida que el sol otoñal cae sobre la ciudad más populosa de Sudáfrica, los salones de la Misión Central Metodista de Johanesburgo se colman de personas fatigadas, muchas de ellas lejos de su hogar. Buscan alivio y consuelo entre sus muros.
En cada centímetro libre dentro del edificio, y fuera, en la calle, la gente se amontona lo mejor que puede para protegerse del frío viento que sopla entre los altos edificios de la ciudad.
Entre esas personas hay centenares de refugiados procedentes de uno de los vecinos septentrionales de Sudáfrica, Zimbabwe, que huyeron de la crisis económica y de la implosión política de su país..
"Dormimos en la calle. A veces pasamos el día sin nada que comer y semanas sin ningún tipo de trabajo", señaló Owen Muchanyo, de 23 años, quien era profesor de matemáticas y ciencias en una escuela secundaria en la ciudad de Chitungwiza, al sur de la capital de Zimbabwe, Harare.
Muchanyo lleva tres meses viviendo en Johanesburgo. "Es mejor dormir en la calle, donde mi vida está más o menos a salvo, que en una casa donde estaría en peligro", afirmó.
[related_articles]
Muchos de los refugiados de Zimbabwe poseen los conocimientos y habilidades que su país necesita para salir del pozo en el que se ha sumergido en los últimos años.
"Hay aquí muchos profesionales que podrían ayudar para el progreso del país, pero debieron exiliarse y sufrir a causa de Robert Mugabe", dijo Raymond Chingoma, analista político de 32 años que emigró desde Harare en 2007, en referencia al presidente de Zimbabwe que se mantiene en el poder desde 1980.
Desde las elecciones generales del 29 de marzo, Zimbabwe se encuentra en el limbo político.
Todo indica que el opositor ex sindicalista Morgan Tsvangirai obtuvo más votos que el veterano dictador, pero las autoridades electorales informaron que ningún candidato alcanzó la mayoría absoluta, por lo que se hace necesaria una segunda vuelta dentro de las próximas tres semanas.
Mugabe, para la mayoría de los observadores, recurrió al fraude en los comicios de 2002, que debería haber ganado Tsvangirai.
Ahora se lo acusa de emplear a los matones de su partido para atacar a quienes se le oponen, una práctica común de su régimen.
"Mi familia fue golpeada porque la mayoría apoya al opositor Movimiento por el Cambio Democrático" (MDC, por sus siglas en inglés), dijo Muchanyo. Incluso Tsvangirai y varios de sus seguidores fueron arrestados y torturados en 2007.
"Algunas de las cosas que escucho en esta oficina, noche tras noche, me hacen pensar que graves problemas se avecinan", dijo a IPS el obispo Paul Verryn, director de la misión metodista de Johanesburgo, quien ofrece servicios religiosos y programas de apoyo a los exiliados de Zimbabwe.
"Les pregunto por qué dejaron su país y la respuesta es siempre la misma. Fueron golpeados, torturados, tienen cicatrices en sus espaldas, no pueden dormir a causa de las pesadillas", agregó.
Este panorama contrasta marcadamente con la opinión del presidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki, quien argumentó, en una visita a Harare en abril, que "no existe" crisis alguna en Zimbabwe.
De igual forma, la recepción que reciben los refugiados de Zimbabwe que llegan a Sudáfrica no es precisamente de bienvenida.
El 30 de enero, la misión metodista fue allanada por la policía sudafricana. El gobierno de Mbeki argumentó que buscaban armas, municiones y drogas.
La policía golpeó duramente a muchas personas, destruyó pertenencias de los residentes y alrededor de 300 de ellos fueron arrastrados a las prisiones sudafricanas.
Elizabeth Cheza, una joven de 29 años que trabajaba como empleada cargando información en una base de datos y que además colaboraba voluntariamente con el MDC antes de emigrar de Zimbabwe en 2005, fue despertada esa noche por un policía que puso una pistola en su cara y le dijo a los gritos que se levantara.
"Era una noche calurosa, por lo que estaba durmiendo cubierta sólo por una sábana. Cuando me levanté, el policía me golpeó en la cara, como si le estuviera haciendo perder demasiado tiempo. Me tomé la cara con mis manos a causa del dolor y la sábana cayó. Quedé desnuda frente a ese hombre", recordó Cheza.
Verryn señaló que también él fue maltratado entonces, y que vio a muchos sangrando a causa de los golpes recibidos a manos de la policía sudafricana.
Por su parte, las autoridades argumentaron que actuaron en base a "buena información" y mencionaron que existen "recursos legales" disponibles para quienes consideren que fueron víctimas de abusos.
El no gubernamental Centro de Recursos Legales tomó en sus manos el caso de los exiliados detenidos y logró su liberación tras una larga batalla legal.
El caso llegó, incluso, a la Corte Suprema, que, en su fallo, comparó la acción policial con las prácticas comunes durante el apartheid, régimen de segregación racial institucionalizada que imperó en Sudáfrica hasta 2004, en perjuicio de la mayoría negra del país.
La sentencia hace referencia a "grotescas obscenidades que eran familiares" para los jueces "20 años atrás", y critica a la policía, al igual que al juez que actuó en primera instancia, por su tratamiento "brutal, indiferente y cruel a seres humanos".
Es un mensaje que los refugiados de Zimbabwe en la misión metodista de Johanesburgo desean que sea escuchado en el país que los ha recibido.
"No nos tratan como a sus vecinos, sino como a animales", señaló Chingoma mientras se preparaba a buscar en los corredores de la misión metodista un espacio libre donde dormir.
"No nos tratan bien", se lamentó. "Cuando uno dice que está buscando trabajo, te tratan como si no fueras africano y merecieras sufrir. No merecemos eso."