Un nuevo escándalo de corrupción que afecta al primer ministro de Israel, Ehud Olmert, plantea dudas sobre su capacidad para gobernar eficazmente el país.
La imagen de Olmert, duramente dañada por su manejo de la guerra contra las milicias del islamista Partido de Dios libanés (Hezbolá) en 2006, se había recuperado en los últimos meses, hasta el estallido de este nuevo caso de corrupción.
El jefe de gobierno es acusado de haber recibido ilegalmente cientos de miles de dólares, que les fueron transferidos desde comienzos de los años 90 por el financista estadounidense Moshe (Morris) Talansky, de 75 años.
Este caso, por el que Olmert se encuentra bajo investigación policial, es el quinto de corrupción en que el estadista israelí ha sido implicado desde su llegada al gobierno hace dos años, aunque por ninguno de ellos se le formularon acusaciones formales.
Olmert no niega que recibió el dinero. Admite conocer a Talansky desde 1993 e insiste en que los fondos se emplearon con fines legítimos, como el financiamiento de sus campañas como candidato a alcalde de Jerusalén en los años 90 y en las elecciones internas del centroderechista partido Likud en 2002.
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Talansky, judío ortodoxo residente en Nueva York, es el principal directivo del grupo financiero Globes Resources.
El empresario fundó junto con Olmert la Fundación Nueva Jerusalén, que recauda dinero para obras en la disputada ciudad. Además, suele aportar finanzas a campañas electorales estadounidenses, tanto del hoy gobernante Partido Republicano como del opositor Demócrata.
"Les digo con toda franqueza: jamás acepté un soborno. Nunca puse un centavo en mi bolsillo", afirmó la semana pasada Olmert en un discurso transmitido por televisión, minutos después del levantamiento parcial de una orden judicial que prohibía difundir los detalles del caso.
Los investigadores policiales quieren que el primer ministro rinda cuentas sobre el dinero que recibió. Ya lo interrogaron una vez y piensan volver a hacerlo.
La investigación también involucra a asesores de Olmert. Versiones periodísticas indican que uno de ellos, Uri Messer, fue quien lo implicó en el escándalo.
En su aparición televisiva, Olmert intentó descargar la culpa en Messer, su socio de negocios en la actividad privada y estrecho colaborador y confidente durante la mayor parte de su carrera política.
Fue Messer, dijo, el responsable por el manejo de los fondos, aunque agregó que estaba seguro de que los había administrado "de acuerdo con la letra de la ley".
En un intento de conjurar los pedidos para que presentara su renuncia de inmediato, Olmert dijo que dejaría su puesto si el fiscal general presentaba cargos contra él.
"Espero y creo que no llegaremos a esa instancia pero, Dios no lo permita, si eso es lo que decide no necesitaré que nadie me presione o me imparta sermones", aseguró.
Los pedidos de renuncia se elevaron desde todos los sectores políticos. Dirigentes ultraderechistas sugirieron que, en un gesto desesperado de supervivencia, Olmert estaría dispuesto a realizar grandes concesiones para llegar a un acuerdo de paz con los palestinos o con Siria.
"Israel no puede darse el lujo de ser gobernado por funcionarios que aceptan sobornos, o que embarquen al país en cuestionables aventuras diplomáticas para escapar al castigo", dijo Arieh Eldad, del partido de línea dura Unión Nacional.
A pesar de los pedidos de renuncia, la caída en desgracia de Olmert no es inminente. La policía señaló que la investigación podría demorar meses.
Dirigentes del Partido Laborista, su principal socio en la coalición oficialista, sugirieron que no dejarían el gobierno a menos que Olmert fuera procesado.
La mayor parte de los miembros del partido del primer ministro, el centrista Kadima, también lo apoyan, pero esto podría cambiar si las encuestas continúan mostrando que su imagen afecta las posibilidades electorales de la agrupación, tal como sucede ahora.
Aunque los laboristas y los miembros de Kadima no parecen apresurados por disolver el gobierno, las encuestadoras pronostican que, si los comicios se realizaran hoy, ganaría el líder conservador Benjamin Netanyahu, del Likud.
La mayor duda que siembra el nuevo escándalo se refiere a la capacidad de Olmert de gobernar eficazmente mientras libra simultáneamente una batalla contra las acusaciones de corrupción.
La duda es si podrá manejar la delicada situación en Gaza, la crisis en Líbano y los contactos indirectos con Siria mientras se prepara para responder a la investigación policial, consulta a sus abogados y lanza una campaña de relaciones públicas para restaurar su dañada imagen.
A la luz de su erosionada credibilidad, resulta difícil predecir si Olmert logrará el amplio apoyo público necesario para un acuerdo de paz con los palestinos o con Siria.
Funcionarios de la Autoridad Nacional Palestina, por su parte, temen que las dificultades de Olmert bloqueen eventuales avances en las negociaciones o desemboquen en elecciones anticipadas en Israel.
Esto volvería ilusorio el plazo de un año fijado por el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, para que israelíes y palestinos alcancen un acuerdo de paz.
Tampoco queda claro cómo se relacionarán los líderes extranjeros con Olmert en adelante.
Cuando Bush llegue a Israel esta semana, para asistir a los festejos por el 60 aniversario de la creación del Estado, sin duda abrazará públicamente al jefe de gobierno, pero con toda certeza se preguntará en privado si podrá seguir contando con él como interlocutor válido.