Al mediar en una tregua entre el gobierno de Iraq y la insurgencia chiita, Irán dejó a Estados Unidos en una situación embarazosa y fortaleció su imagen como un estabilizador más eficaz que la potencia ocupante.
Las gestiones de Irán en Iraq dejaron otra vez en evidencia que, a pesar de las acusaciones del gobierno de George W. Bush sobre el papel del de Mahmoud Ahmadinejad como azuzador de la violencia chiita, la influencia de Irán allí es bastante más compleja que eso, innegable y multifacética.
A medida de que Washington comienza a aceptar esa realidad, Medio Oriente se acerca al momento de la verdad: ¿Estados Unidos está preparado a compartir el poder en la región con Irán?
El riesgo de guerra entre la potencia mundial y la regional cayó en los últimos meses, a pesar de la identificación de Irán como principal amenaza a Estados Unidos por parte de Bush. Mientras, se consolida un módico optimismo para las relaciones entre los dos países hacia el año próximo.
La mala relación impidió que se exploraran áreas de interés recíproco. Con un nuevo presidente en la Casa Blanca a partir del 20 de marzo de 2009, y tras las elecciones en Irán fijadas para marzo, los dos países tendrán nuevos jefes de gobierno a mediados del año próximo.
Eso abrirá una oportunidad de reducir las tensiones y de comenzar a resolver las diferencias.
Pero Estados Unidos e Irán tienen gran experiencia en eso de perderse oportunidades políticas. Sobre todo del lado estadounidense, donde falta una redefinición estratégica.
El candidato del gobernante Partido Republicano a la presidencia, John McCain, y la aspirante al cargo del opositor Partido Demócrata, Hillary Rodham Clinton, parecen inclinados a mantener la actual política estadounidense hacia Irán.
McCain ha aflojado su posición desde que el año pasado sugirió que atacaría a Irán, y sostiene ahora que la guerra sería el absoluto último recurso. Pero también criticó al aspirante demócrata Barack Obama por favorecer la diplomacia directa entre los dos países.
Clinton se inclina por el diálogo, pero prefiere fortalecer, como primera opción, la política de contención. En el debate televisado del día 16 con Obama, la senadora propuso proteger a todo Medio Oriente con un "paraguas nuclear disuasivo que cubra mucho más que sólo Israel".
"Hagámosle saber a los iraníes que debe relegar sus ambiciones nucleares y que un ataque contra Israel desataría una represalia masiva, pero también un ataque contra los países dispuestos a quedar protegidos por el paraguas de seguridad", dijo.
Obama sigue siendo el único aspirante a la presidencia que articula una estrategia más amplia sobre Irán, centrada en la diplomacia. Pero tampoco sabe, al parecer, si sabe qué esperaría el régimen de Ahmadinejad en una negociación.
La discusión en Washington sobre cualquier eventual apertura a Teherán se concentra en incentivos económicos, con la esperanza de que las zanahorias, y no los palos, logren un cambio de actitud.
A veces, surge la idea de ofrecer garantías de seguridad como aliciente para restarle incentivos para desarrollar armas nucleares disuasivas contra Estados Unidos.
Pero, si bien estos factores son necesarios, no son suficientes. Lo hubieran sido en tiempos pasados.
Lo que sucede hoy en el terreno es muy diferente al de hace algunos años. La influencia regional de Irán es incuestionable. Aventar su predicamento en Afganistán, Iraq, Líbano y, tal vez, también en Gaza ya no es una opción realista.
La pregunta ya no es, si lo fue alguna vez, qué incentivos económicos requiere Irán para cambiar su conducta.
Alcanzar un acuerdo que ayude a estabilizar Iraq, impedir la resurrección del movimiento islamista Talibán en Afganistán, lograr la pacificación de Líbano y mejorar el clima en el diálogo árabe-israelí obliga ahora a Estados Unidos a reconocerle a Irán el protagonismo en la región y concentrarse en influir sobre su gobierno, más que minimizarlo.
Ni Washington ni Teherán pueden desear que el otro desaparezca. Los días de Estados Unidos en Iraq parecen contados. Pero no queda claro que vaya a abandonar Medio Oriente en el corto plazo.
Estados Unidos tampoco puede continuar desarrollando políticas basadas sobre la idea de que Irán puede ser excluido. Tarde o temprano, ambos países deben aprender a "compartir" la región.
Pero Washington no ha llegado al punto de pensar en eso, ni en términos políticos ni económicos. Reconocer el rol de Teherán tendría repercusiones inmediatas en el orden de la región y en la situación de aliados de Estados Unidos que se benefician del actual statu quo.
La potencia mundial no está preparada par este escenario. Después de todo, Irán ha sido notoriamente incapaz, o no ha estado dispuesto, a definir su propio papel en la región ni a considerar las consecuencias de sus diversas opciones en sus vecinos o en Estados Unidos.
Con Teherán reticente a manifestar lo que quiere, Washington sólo puede suponer. La incógnita permite a los rivales de Irán a describir su proyecto como hegemónico.
De todos modos, la realidad obliga a Estados Unidos a comenzar a considerar qué alcance podrá acordar con sus aliados para el poder de Irán en la región. Es decir, un nuevo equilibrio.
* Trita Parsi es autor de "Treacherous Triangle — The Secret Dealings of Iran, Israel and the United States" ("Triángulo traicionero: Las relaciones secretas de Irán, Israel y Estados Unidos", Yale University Press, 2007). También es presidente del Consejo Nacional Iraní Estadounidense.