LÍBANO: Beirut se apaga al ritmo de los misiles

Disparos esporádicos rompen el silencio de la noche. Automóviles policiales se dirigen a toda velocidad al este de la capital de Líbano, con sus luces destellando y sus sirenas encendidas, hacia el lugar del tiroteo.

A ambos lados de la calle hay tanques estacionados y soldados caminando nerviosos atentos a los ruidos. Así son ahora las noches de Beirut.

Hace apenas unos años, Líbano era célebre por sus fiestas de moda y los libaneses, por su estilo de vida hedonista y su ánimo siempre dispuesto para la diversión.

Turistas y fiesteros inundaban Beirut. Jóvenes con pantalones vaqueros ajustados o con short solían hacer cola en bares y discotecas.

Hoy, la vida nocturna comienza y termina al ritmo de los misiles, con muy pocas zonas donde todavía se pueden escuchar risas tranquilizadoras y ver la típica "joie de vivre" (alegría de vivir) de los libaneses.
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Son diminutos puntos de luz en un ambiente cada vez más oscuro y amenazante.

"Perdimos alrededor de 20 por ciento de nuestra clientela este año. También disminuyó significativamente el gasto por persona", señaló Tony Matran, gerente de Joe Penas, restaurante del barrio Gemayzeh, frecuentado por la clase alta de Beirut.

"No nos va tan mal en comparación con otras ofertas del sector. Nuestra clientela no está, después de todo, tan preocupada por el dinero como la de otros lugares", añadió.

En los últimos meses, el impasse político por la designación del presidente, el aumento de la tensión religiosa y la amenaza de guerra con Israel tuvo una fuerte influencia en la economía y alteró el ánimo de la población.

"Nuestra facturación depende de la situación. Noté que la gente trata de no salir después del último enfrentamiento armado", indicó Matran, refiriéndose a los últimos choques entre el chiita y prosirio Partido de Dios (Hezbolá), la milicia Amal, también chiita, y el ejército, que terminaron en un baño de sangre.

Lejos de la bulliciosa zona de Gemayzeh se encuentra Noueiri, barrio sacudido por los enfrentamientos religiosos que redibujan el mapa de la capital.

A diferencia de los 15 años de guerra civil (1975-1990), que dividieron al país en una zona cristiana, al este, y otra musulmana, al oeste, las fronteras parecen cada vez más difusas. Los conflictos entre chiitas y sunitas estallan en áreas densamente pobladas por ambas comunidades.

"Cerrábamos a las 11 o 12 todas las noches. Pero en las últimas semanas, servimos la cena a eso de las ocho", señaló Mohamad Chmeitally, propietario de un pequeño restaurante de Noueiri.

"La gente está nerviosa por los últimos enfrentamientos, que ahora se repiten con mayor frecuencia. Estimo que la actividad cayó 70 por ciento", añadió.

Su vecino, el comerciante Ghazi Jaroudi, comenta bromeando: "Aumenté mi consumo de narguile de dos a siete al día. Tanto tiempo libre, literalmente, ¡me va a matar! El propietario del local y mi banquero me persiguen y me hundo en deudas".

Su amigo Bassam Hijazi lo interrumpe: "Es un juego de paciencia. Sayyed Hassan (el líder de Hezbolá Hassan Nasrallah) nos dijo que hay que tener paciencia. Él sabe lo que hace. Estoy seguro de que tantos sacrificios valdrán la pena."

A pocos kilómetros de allí, grandes camiones militares se encuentran estacionados bajo el puente de Mazraa. A nadie le extraña ya ver soldados patrullando las calles.

Hussein Daou, propietario de una repostería del vecindario, contó que donde vive, en Ras al-Nabeh, hace pocas semanas hubo combates entre el sunita Movimiento Futuro y Amal.

"La situación se calmó desde entonces, pero se ve poca gente en la calle", señaló.

Las ventas cayeron, se lamentó. Sus productos son considerados como un lujo innecesario. Las personas prefieren ahorrar dinero por si estalla la guerra.

"¿Qué le pasó a los libaneses? ¿En nombre de quién, sunitas y chiitas, unidos por lazos sanguíneos, libran una guerra fratricida?", preguntó.

No lejos de Mazraa, pero al parecer a años luz de distancia, se encuentra la bulliciosa zona de Monot, no muy agitada por estos días.

En las cercanías de la discoteca Element, jóvenes con pantalones de tiro bajo cruzan la calle bajo la atenta mirada de soldados libaneses. La imagen de mujeres de botas altas y vestidos negros caminando junto a uniformados armados con metralletas M16 es casi absurda.

La fiesta, sin la vitalidad de antes, quiere continuar.

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