Una iniciativa de conservación alienta a pescadores del sur de Brasil a combatir la captura accidental de tortugas marinas.
Son las cinco de la mañana, cuando los pescadores de la brasileña Barra da Lagoa se embarcan para ver qué ofrenda les dejó el mar en sus redes. En el escaso fruto de esta noche no encuentran tortugas heridas o agonizando en sus trampas.
En grupos de seis y repartidos en dos coloridas embarcaciones, los pescadores se adentran en el mar del este de Florianópolis, capital del meridional estado de Santa Catarina.
Tierramérica los acompaña en otro bote del proyecto Tamar (Programa Brasileño de Conservación de Tortugas Marinas, ejecutado por el gubernamental Instituto Brasileño del Medio Ambiente (Ibama) a través del Centro Brasileño de Protección e Investigación de Tortugas Marinas.
Tamar controla ocho redes, que atrapan accidentalmente unas 25 tortugas marinas por año, relata a Tierramérica el veterinario Eduardo Tadashi.
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De siete variedades de tortugas marinas, que se agrupan en las familias Cheloniidae y Dermochelyidae, cinco están en Brasil, todas ellas en la lista de Ibama de especies amenazadas. La captura de estas gigantescas especies marinas existentes desde hace más de 150 millones de años está prohibida en el país.
La misión de Tamar en Florianópolis es concientizar a la población local sobre la necesidad de conservar las tortugas, y trabajar junto a los pescadores para reducir las capturas accidentales.
Los animales llegan a esta zona antes de su madurez reproductiva -entre los 23 y los 25 años- para alimentarse, explica a Tierramérica Eron Lima, un biólogo que coordina el proyecto Tamar en todo el sur de Brasil.
Las aguas de esta zona son ricas en los alimentos preferidos por las tortugas: peces, cangrejos y algas. Pero junto a ese banquete, las tortugas también encuentran las trampas humanas: redes y anzuelos, en los que quedan atrapadas, a menudo hasta morir.
El pescador Josemar Teixeira dice a Tierramérica que, hasta hace unos años, cada vez que caía una tortuga en sus redes se la repartían entre todos para comer.
Pero desde que el proyecto Tamar llegó en 2005 a la "isla" (como se llama a la capital de Florianópolis, cuya mayor parte es territorio insular), ya no lo hacen, "porque uno ahora sabe que está prohibido", agrega.
Los pescadores artesanales ganan, en buenas épocas, poco más de un salario mínimo (unos 235 dólares mensuales). Por eso, y por tradición, es difícil dejar de lado un alimento tan preciado para sus paladares y su economía de subsistencia.
Ahora no se limitan a no capturarlas ni comerlas si caen en sus redes. Según Teixeira, llevan los ejemplares encontrados hasta la sede de Tamar donde las recuperan y las devuelven al mar.
"Hace poco agarré una tortuga más grande encima de otra pequeña que casi no podía respirar", recuerda.
"Hoy en día ya nadie mata" tortugas, y últimamente se ven más ejemplares en el mar, asegura.
Para los pescadores acabó siendo un problema atrapar tortugas por accidente, pues les insume un tiempo que necesitan para atrapar la "joya del mar", un pez espada gigante, de los más cotizados en el mercado, pues se vende a unos 50 dólares el kilogramo, enfatiza el coordinador de Tamar.
En el centro Tamar de Barra da Lagoa, con varias piscinas donde se exponen tortugas nacidas en cautiverio, Lima destaca que el proyecto experimenta con nuevos anzuelos para peces espada -unos 100 por espinel—, que hieran menos a las tortugas.
A diferencia de los anzuelos tradicionales, en forma de letra jota y más punzantes, éstos son redondos y cerrados, lo que dificulta que la tortuga se enganche en ellos y, en caso de que ocurra, "disminuye el impacto de la herida", subraya el biólogo.
En un año de pruebas con los nuevos anzuelos, las tortugas que traen los pescadores están mucho menos lastimadas. El centro rehabilitó 94 ejemplares en 2007. Los pescadores participan cada vez más, celebra Lima.
La función educativa es otro de los logros del proyecto, que recibe unos 40.000 visitantes anuales y también abarca a los estados de Rio Grande do Sul, Espirito Santo y Río de Janeiro.
Tamar, patrocinado por la empresa petrolera brasileña Petrobras, se financia también con lo recaudado con las visitas a su centro (poco más de un dólar por billete) y la venta de camisetas y otros productos.
* Colaboradora de IPS. Publicado originalmente el sábado 8 de marzo por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.