El periodista y activista negro que expuso la corrupción en la policía de la ciudad de Filadelfia, Mumia Abu-Jamal, es, tal vez, el más conocido de los 3.500 condenados a muerte que languidecen en las cárceles de Estados Unidos.
Su defensa ha intentado, hasta ahora en vano, que la justicia anule la declaración de culpabilidad por asesinato, dispuesta en 1982. Argumentan que Abu-Jamal fue condenado, en realidad, por el color de su piel y por presiones policiales.
Abu-Jamal, de 53 años, aguarda que la Corte Federal de Apelaciones en Filadelfia resuelva favorablemente su solicitud de un nuevo proceso. Si eso sucede, muchos abogados prevén que será el juicio más sensacional en la historia estadounidense.
En esta inusual entrevista que el condenado concedió en la prisión de Pennsylvania a IPS y al periodista radial John Grebe, dijo: "Nunca dejé de escribir desde un punto de vista radical, populista y de liberación negra. Realmente vivimos tiempos asombrosos, tiempos desafiantes, tiempos peligrosos, pero también tiempos inspiradores."
Abu-Jamal comenzó su carrera periodística en su Filadelfia natal a los 14 años, a fines de los años 60. Desde entonces, se dedicó a informar sobre la violencia policial contra la comunidad negra de la ciudad.
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En 1981, cuando se cometió el asesinato del policía Daniel Faulkner, Abu-Jamal también trabajaba como taxista. Su defensa afirma que, luego de intentar defender a su hermano de la golpiza del agente, el activista se vio envuelto en un tiroteo, del que salió herido en el pecho.
También asegura que no salieron del arma de Abu Jamal las dos balas que dieron muerte a Faulkner, y que no existen informes técnicos que lo confirmen.
Aun en las penosas condiciones de vida de la cárcel, este veterano periodista se mantiene activo. Sus artículos se publican en periódicos y sitios web de todo el mundo y también produce una columna de radio que concluye siempre con la misma frase: "Desde el corredor de la muerte, soy Mumia Abu-Jamal."
— Con su trabajo periodístico, en el que aborda cuestiones políticas, raciales y de derechos humanos, usted mantiene un espacio de liderazgo para la izquierda estadounidense. ¿Su labor también resulta inspiradora para otros presos y condenados a muerte?
— A decir verdad, recibo cartas de presos y condenados literalmente de todo el país y de todo el mundo. Algunos expresan solidaridad, muchos piden una contestación, otros me preguntan cuestiones históricas, porque se enteraron de mi actuación con el movimiento por la liberación negra.
Sé que muchos residentes en el corredor de la muerte son retratados como monstruos, como gente realmente perversa. La verdad es que la mayoría de la gente en esta condición que conocí o de la que escuché está aquí a causa de su pobreza. Si hubieran sido hombres o mujeres pudientes, capaces de solventar una defensa judicial decente, no estarían en el corredor de la muerte.
— El apoyo que se le ha brindado desde Europa es considerable, pero no es así en Estados Unidos. ¿A qué se debe esa diferencia?
— Los medios de comunicación estadounidense han sido adversos. No han ayudado nada. Pero la lucha crece y mengua, tiene sus flujos y reflujos.
— El público estadounidense parece en vías de dejar de apoyar la pena de muerte, especialmente por los 126 condenados exonerados hasta ahora al hallarse pruebas de su inocencia, seis de ellos en Pennsylvania. ¿Usted y su equipo de abogados perciben algún cambio en la actitud hacia su caso, por ejemplo, una mayor disposición a creer que su juicio no fue justo?
— No podría contestarle eso. ¿Cómo se mide un cambio así? Es más, mucha gente que cree a pie juntillas que ya no estoy condenado a muerte, porque así lo leyeron en los diarios. Yo mismo he leído artículos que dicen eso.
Desafortunadamente, esos informes están errados. Nunca dejé el corredor de la muerte, ni un día. Vivo en el corredor de la muerte.
— ¿Cree que esta vez tendrá un juicio justo?
— Aprendí a evitar las predicciones. Predecir es un negocio peligroso. Por cierto, estamos trabajando para que eso suceda, y tengo esperanzas. Pero no voy a entrar en ese juego.
— Las condiciones de vida en el corredor de la muerte de Pennsylvania son de las peores frente a los otros 34 estados donde existe la pena capital. Los 228 condenados están 23 horas diarias en pequeñas celdas solitarias. Los obligan a usar grilletes fuera de la celda, incluso en las duchas. Se les prohíbe el contacto físico hasta con los familiares que los visitan. ¿Como lo soporta?
— Todo esto te afecta en el modo en que interactúas con familiares y amigos, con funcionarios, con mujeres. Afecta todo.
Hace tiempo, en otra prisión, la de Huntington, me llevaron al dentista. Cuando regresaba a la celda, cientos de presos pasaban caminando cerca de mí hacia el comedor. Hacía muchos años que no veía tanta gente. Me congelé. El guardia me empujó por la espalda y me dijo "vamos, Jamal", pero no podía moverme.
Estaba tan aturdido por la presencia de esos cientos de muchachos… No había visto un grupo de gente en muchos años. No sabía cómo actuar en esa situación. Había vivido en una celda o en una jaula solo por tantos años…
— ¿Qué lo inspiraba cuando era un joven periodista?
— El equipo del periódico de los Panteras Negras. La gente del "ministerio de información" del Partido de los Panteras Negras de los que aprendí. Ellos me inspiraban entonces. Incluso cuando dejé el partido, cuando me ganó la confusión.
Nunca dejé de escribir desde un punto de vista radical, populista y de liberación negra. Aprendí lecciones importantes. Cuando hablo con periodistas, digo que me alegra no haber ido jamás a la escuela de periodismo.
— Usted escribió cinco libros en el corredor de la muerte y produce comentarios semanales para radio. ¿Por qué aún quiere expresarse?
— Todavía me interesa. Realmente vivimos tiempos asombrosos, tiempos desafiantes, tiempos peligrosos, pero también tiempos inspiradores. Tenemos un gobierno para el cual la tortura es algo estupendo, y lo dice. Tenemos cárceles secretas, a las que denominan "sitios negros", donde prisioneros de todo el mundo, cuyas identidades no pueden conocerse, quedan detenidos en nombre de los Estados Unidos de América. Y que son torturados.
Me siento obligado a escribir porque me emocionan. Me sacuden. Sería negligente de mi parte no escribir sobre ellos. Todavía soy un escritor, un periodista. ¿Se acuerdan lo que sucedió después del 11 de septiembre de 2001? La mayoría de los periodistas del país adherían a la guerra, la apoyaban. Le hacían una especie de servicio de mimeógrafo al Estado. Y decidí no asumir esa función.
— ¿Tiene hoy algún contacto con gente del movimiento de liberación negra?
— Recibo noticias de muchos veteranos. Hay hermanos y hermanas maravillosas allí. Muchos no están más con nosotros, pero algunos sí. Me complace tener contacto con muchos de ellos.
— El corredor de la muerte de Pennsylvania tiene el doble de negros que de blancos, algo que no refleja la composición demográfica del estado.
— Eso dice mucho de los tribunales de la ciudad de Filadelfia, no de los del estado de Pennsylvania. Filadelfia es líder nacional en el negocio de la pena capital.
Muchos casos que en otros condados se considerarían homicidio en tercer grado o culposo, o incluso terminarían con fallos de inocencia, se vuelven homicidios de primer grado punibles con la muerte en Filadelfia. Esto es así porque todo el sistema político de la ciudad se constituyó alrededor de la pena capital.
Cualquier jurado que manifieste reservas sobre la pena de muerte es excluido automáticamente. Es una situación injusta desde los cimientos. Y si seleccionas un jurado básicamente injusto, sólo puedes obtener resultados básicamente injustos.