INDÍGENAS-BRASIL: Vivir en la ciudad sin perder identidad

«Estoy loca por volver, me siento encarcelada acá, pero me quedo por amor a mis hijos», se queja Conceição Gonçalves, quien echa de menos la aldea indígena Taunay en la que vivió hasta el año pasado, cuando se mudó a la capital del estado brasileño de Mato Grosso del Sur.

Doña Conceição Gonçalves no se adapta a la aldea urbana. Crédito: Mario Osava/IPS
Doña Conceição Gonçalves no se adapta a la aldea urbana. Crédito: Mario Osava/IPS
A los 58 años, sus nueve hijos le dieron "más de 20 nietos". "Ya perdí la cuenta", dice la mujer para justificar la imprecisión. Vive ahora en la casa de su hija Regina, en Agua Bonita, una de las tres "aldeas urbanas" creadas para indígenas en Campo Grande, una ciudad de 725.000 habitantes.

"Allá tengo un pedazo de tierra para sembrar lo que me gusta comer, criar gallinas. La ciudad sólo es buena para el que estudia y tiene empleo, pues sin dinero no se come", comparó Gonçalves, mientras pela papas delante de la casa, en cuyo patio delantero crecen algunos arbustos y un parral con pasionaria, fruta que en Brasil se llama maracujá.

"Acá es triste cuando llueve, el agua invade la casa. Mi hija perdió sus muebles", los patios quedan cerrados, pero se roba mucho, "no hay amistad". "En la aldea rural nadie le toca a uno sus cosas pese a que la casa esté deshabitada, pero allí hace más calor y no hay médico, tampoco automóvil para transportar un enfermo al hospital y el gobierno está lejos", siguió comparando.

Agua Bonita es un conjunto de 60 casas de albañilería construidas por la alcaldía en 2001 para reunir indígenas que vivían dispersos en asentamientos irregulares, la mayoría de la etnia terena, como doña Conceiçao. Son viviendas de unos 50 metros cuadrados, ubicadas en torno de una ancha calle arbolada, con dibujos que simulan adornos indígenas.
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Los vecinos construyeron al lado, por su cuenta, otras 88 casas y cabañas, algunas precarias, con restos de madera. En total viven más de 800 personas en Agua Bonita, según Elcio da Silva Julio, un aborigen terena y miembro del Consejo Municipal de Derechos y Defensa de los Pueblos Indígenas de Campo Grande, el único instalado en Brasil.

En Campo Grande viven unos 8.000 indígenas, estima Silva Julio, quien agrega que en las tres aldeas urbanas sólo se concentran cerca de 2.000.

Agua Bonita queda "fuera del perímetro urbano… es rural", pero oficialmente no es reconocida como una aldea indígena, sino como un barrio. En consecuencia, no puede recibir recursos del gobierno nacional ni del estadual para sus proyectos, lamenta Nito Nelson, presidente de la Asociación de Pobladores.

"Ya perdimos tres proyectos" para construir una fábrica de harina, una pequeña escuela de educación indígena y una sede para actividades sociales, recordó. La aldea tuvo una zona asignada de 14 hectáreas, "suficientes para actividades agrícolas", pero que se redujo a 3,5 hectáreas por falta de apoyo gubernamental, lamentó.

Buena parte de sus pobladores trabaja en un frigorífico de carne de vacuno, instalado cerca de la aldea. Otros en servicios variados y las mujeres como empleadas domésticas.

Nelson es un guaraní del grupo kaiwoá, el más numeroso de Mato Grosso del Sur, donde viven unos 65.000 indígenas.

Se mudó a Campo Grande en 1998 como representante del Aty Guasú (Gran Asamblea) kaiwoá ante el gobierno y otras instituciones, pero "echa de menos el bosque" y anhela volver cuando su pueblo logre recuperar las "tierras invadidas" por hacendados, en el meridional municipio de Amambai.

Con tres hijos y cuatro nietos, Nelson sobrevive fabricando artesanías que vende en su propia casa. El cargo de presidente de la Asociación de Pobladores lo recibió de Marta Guaraní, muerta en 2003 y considerada una heroína por los indígenas, debido a su liderazgo y a la acción decisiva para lograr la instalación de las tres aldeas urbanas.

Explica que es un problema presidir una asociación de mayoría terena, cuando se pertenece a otra etnia, como es su caso, al igual que profesar el catolicismo si se está rodeado de evangélicos. "El líder tiene que ser neutro, sin considerar religiones, pues debe asegurar la participación de todos", señaló.

Los indígenas son atraídos a la capital por educación y trabajo. Silva Julio llegó con dos años de edad, porque su "padre pretendía darle estudio a sus seis hijos", recordó. Hoy, a los 37 años y con dos hijos, trabaja de mozo de cócteles y fiestas. "Un día volveré a Cachoeirinha", dice, en referencia a la aldea rural donde nació, ubicada unos 220 kilómetros al oeste de Campo Grande.

Su temor es que las "aldeas urbanas" estimulen el éxodo indígena hacia la ciudad, trayendo con ello más conflictos, porque emigran desde las aldeas sin capacitación profesional ni recursos para sobrevivir. La solución es demarcar las áreas de los pueblos originarios en el campo, sostuvo.

La Constitución brasileña vigente desde 1988 fijó un plazo de cinco años para que el gobierno demarcara las tierras indígenas en el país, para asegurar así la supervivencia física y cultural de esas poblaciones.

Sin embargo, en la actualidad aún hay centenares de zonas pendientes de demarcación. Sólo para el caso de los guaraníes de Mato Grosso del Sur, los antropólogos calculan que deben ser identificadas más de 30, en estudios que comenzarán este año.

La aldea urbana responde a una nueva realidad. Nada menos que 52,2 por ciento de las 734.172 personas que se autodefinieron indígenas en el censo brasileño de 2000 vivían entonces en las ciudades. En Sao Paulo hay barrios con gran cantidad de indígenas llegados de muy lejos y que mantienen en la mayor urbe del país sus ritos religiosos y tradiciones culturales.

Pero no todos sueñan con volver a su tierra. Carmelito Canali, enfermero hace 17 años, no retornará a la misma aldea terena de Cachoeirinha, de donde salió a los 15 años de edad. "Ningún indígena quiere irse de la ciudad tras conocer una buena casa, buenas escuelas", aseguró, excepto, "quizás, después de jubilarse".

Instalado en Agua Bonita para prestar orientaciones sanitarias a los vecinos como funcionario de la Fundación Nacional de Salud, dependiente del Ministerio de Salud, Canali indica que diabetes e hipertensión crecen entre los indígenas locales. La resistencia a métodos anticonceptivos y al uso de condones son otras dificultades que afrontan estas comunidades.

La oportunidad de estudiar atrajo a la ciudad a los pobladores, la mayoría también de la etnia terena, que formaron la aldea urbana Marçal de Souza, la primera que fue creada en 2000. Son cerca de 700 habitantes en 135 viviendas, según Silvana Dias de Souza, vicepresidenta de la Asociación de Pobladores, de 32 años y con cinco hijos.

Dias de Souza y sus dos hermanos se trasladaron a Campo Grande "para estudiar", narró. Ahora espera finalizar pronto la enseñanza secundaria para luego seguir la carrera de Ciencias Sociales en la universidad.

"Adoro Campo Grande, me gusta el movimiento, el ruido", explicó, para luego señalar, empero, que no descarta volver cuando se jubile a Aquidauana, un municipio a 130 kilómetros de la capital, para "comprar tierras y producir, aunque nunca sembré nada".

El presidente de la Asociación, Nilvaldo Candelario, de 33 años y una hija, dejó la aldea de Cachoeirinha para cumplir el servicio militar en el ejército.

No le gusta la vida urbana, porque trabaja de noche como guardia particular y no logra dormir a causa del ruido, pero reconoce que la capital le "amplía la visión del mundo" y lo prepara mejor para un día volver y "ayudar el pueblo terena".

Los dos jóvenes triunfaron en elecciones para dirigir la Asociación el año pasado, con la promesa de implementar mejoras en la asistencia médica, generar oportunidades de trabajo y ofrecer educación indígena, en lengua terena, en la escuela primaria local.

Su aldea urbana lleva el nombre de Marçal de Souza en homenaje a este indígena asesinado en 1983 después de destacarse en la defensa de los derechos de su pueblo, especialmente de los guaraníes. Es un barrio más hacinado que Agua Bonita, aunque con casas de ladrillos, pero sus habitantes cuentan con un amplio Memorial de la Cultura Indígena para reuniones y la venta de artesanías.

La tercera aldea urbana es más pequeña y menos organizada que las otras. Lleva el nombre de Darcy Ribeiro, el destacado antropólogo brasileño conocido especialmente por fomentar la educación, fundar la Universidad de Brasilia e impulsar iniciativas novedosas.

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