EEUU: Sueño imperial deja paso a la pesadilla

La idea de que se había ingresado en una «nueva era estadounidense», tal como señalaban los neoconservadores que fomentaron la guerra de Iraq, en la que Washington podría hacer lo que quisiera, cuando y dónde lo deseara, sin consultar a nadie, parece extinguirse como el pájaro dodo.

"Vivimos en un mundo multipolar", dijo el secretario (ministro) de Defensa, Robert Gates, al diario The Washington Post. Ese comentario constituye la máxima herejía para los campeones de la línea dura belicista, como el vicepresidente Dick Cheney y el antecesor de Gates, Donald Rumsfeld.

La imagen del presidente estadounidense George W. Bush, cuando imploró el mes pasado al rey Abdullah de Arabia Saudita que incrementara la producción de petróleo para ayudar a la castigada economía de su país, ayudó a instalar la idea de que su palabra ya no equivale a una "orden imperial".

"Pagar mayores precios por la gasolina daña a algunas familias estadounidenses", dijo Bush a los periodistas luego de su reunión con el monarca saudita. Pero el ministro de Petróleo de ese país dejó en claro que Riyadh sólo aumentaría su producción "cuando el mercado lo justifique", no antes.

Casi igualmente patética resultaron las exhortaciones de Gates para que los aliados europeos de Washington enviaran 7.000 soldados más a Afganistán con el fin de auxiliar a las tropas estadounidenses, seis años después de que Rumsfeld y sus asesores neoconservadores rechazaran tajantemente las ofertas de colaboración.
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La respuesta que obtuvo Gates de los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte no fue mucho más favorable que la recibida por Bush de parte del ministro de Petróleo saudita.

Estos dos episodios ilustran de manera significativa que Washington interpretó y manejó mal su "guerra contra el terrorismo". Pero, sobre todo, revelan la debilidad y fragilidad de la alianza occidental que Estados Unidos condujo a la victoria en la guerra fría contra la disuelta Unión Soviética.

La última vez que se habló de "decadencia" de Estados Unidos fue a fines de los años 80, cuando el historiador británico Paul Kennedy publicó su libro "Auge y caída de las grandes potencias".

En él, Kennedy argumentó que Washington estaba ingresando en un patrón histórico familiar, en el que una combinación de gigantescos presupuestos militares y cada vez más abultados déficits fiscales lleva a una inevitable "sobreexpansión imperial" que transforma a las grandes potencias en una sombra de lo que fueron.

Kennedy, sin embargo, no anticipó el colapso de la Unión Soviética, que combinado con la decisiva victoria de Estados Unidos en la Guerra del Golfo de 1991, lo dejó como la única y dominante superpotencia.

El historiador británico, sin embargo, sugirió que Washington podría escapar a las leyes de la historia a causa de la dimensión de su economía, su ventaja tecnológica y su dominio militar, sin precedentes en la historia.

El neoconservador Charles Krauthammer, columnista de The Washington Post, escribió, por ejemplo, que "ningún país ha sido tan dominante cultural, económica, tecnológica y militarmente en la historia del mundo desde la época del Imperio Romano".

El efecto bumerán de la invasión a Iraq en 2003 ha cambiado el panorama. Ahora, las referencias al Imperio Romano se refieren más a su decadencia que a su etapa de apogeo, un sentimiento compartido incluso por un neoconservador prominente como Donald Kagan, cuyos hijos, Robert y Frederick, fueron entusiastas propagandistas de las doctrinas de Bush y la guerra de Iraq.

"Yo argumenté que nadie, desde el Imperio Romano, había tenido tan extraordinario poder como Estados Unidos tras el fin de la Guerra Fría. Pero todos los elementos de nuestra fortaleza están siendo desafiados y es perfectamente posible que veamos una declinación relativa que podría ser duradera", afirmó Kagan.

De hecho, esa posibilidad se ha transformado en una probabilidad, y hasta una certeza para analistas que observan un cambio estructural en la distribución del poder en el mundo que no llevará a mantener, y mucho menos incrementar, el dominio que gozó Washington luego de la Guerra Fría.

Afganistán e Iraq no sólo revelaron al mundo los límites del poderío militar estadounidense, sino que también están afectando la capacidad de Washington para hacer la guerra.

A pesar de los avances logrados en materia de seguridad en Iraq, los expertos advierten que el actual ritmo de despliegue está creando una "fuerza hueca" tanto en términos de personal como equipamiento. En un eco de las advertencias de Kennedy, formuladas hace 20 años, "sobreexpansión" es el término más usado al referirse a las fuerzas armadas de Estados Unidos.

Las advertencias del historiador británico sobre el mortal impacto a largo plazo de los déficits presupuestarios encuentran ahora su correlato en la explosión de la deuda gubernamental durante la gestión de Bush, que actualmente supera los nueve billones de dólares. Y está acompañada por crecientes déficits comerciales y de balanza de pagos.

Esto se explica en buena parte por los altos precios de las importaciones de petróleo y gas, que según un gran número de expertos se han convertido en un elemento permanente de la economía internacional.

El cuadro incluye un dólar mucho más débil y la creciente dependencia del gobierno y las empresas estadounidenses respecto del financiamiento externo. Entre esos prestamistas se encuentran bancos y fondos soberanos controlados por el Estado, en países como China, Rusia y los exportadores de petróleo de la región del Golfo Pérsico (o Arábigo).

Si, por razones comerciales o políticas, alguno de ellos decide convertir parte de sus reservas en dólares a otras divisas, o comercializar sus exportaciones, sobre todo en el caso de los exportadores de energía, en otra moneda, el impacto económico sería "grave", según Charles Freeman, ex embajador de Estados Unidos en Arabia Saudita.

Este punto de vista fue planteado por las agencias de inteligencia estadounidenses, la semana pasada, en su revisión anual sobre las mayores amenazas que enfrenta el país.

La pesadilla emergente para la dirigencia política de Washington es que algunos de estos prestamistas, que están incrementando los lazos comerciales entre ellos a ritmo acelerado, decidan actuar en conjunto para limitar la libertad de acción de Estados Unidos, por ejemplo en Asia central o Irán..

Algunos analistas creen ver la aparición de un contrapeso del poder estadounidense que, significativamente, no depende la cooperación de los aliados occidentales de Washington.

El director de la Iniciativa de Geopolítica de la Energía, de la Fundación Nueva América, Flynt Leverett, es uno de ellos.

"Una 'comunidad' de potencias, mayoritariamente no democráticas, industrializadas y exportadoras de energía, están sentando las bases para una real colaboración estratégica, con el propósito de limitar la capacidad de Estados Unidos de llevar adelante su agenda hegemónica", afirmó.

En consecuencia, agregó Leverett, si Washington quiere desacelerar su declinación y preservar su primacía, tendrá que dejar de lado sus reflejos unilateralistas y "tomar en cuenta las percepciones e intereses de otros en sus decisiones de política exterior".

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