ECONOMÍA-ZIMBABWE: Remesas alimentan a familias enteras

Hace siete años, Sikhumbuzo tenía 18 de edad. Fue entonces que emigró a Sudáfrica. Ahora, envía a su casa en Zimbabwe unos 150 dólares al mes, aunque no sabe con exactitud a cuántos familiares mantiene.

Sentado en una cafetería de Johannesburgo, Sikhumbuzo* recuerda a su madre y a una hermana radicadas en la sudoccidental ciudad zimbabwense de Bulawayo. Pero también tías, tíos y primos sobreviven gracias al dinero que él remite.

Otros cientos de miles se hallan en la misma situación que Sikhumbuzo. El flujo de zimbabwenses a Sudáfrica no da señales de disminuir: las dificultades económicas en su país de origen se profundizan y la crisis política continúa.

La mala administración de un Estado que otrora fue un granero regional causó hiperinflación, pobreza y un desempleo generalizado, obligando a los ciudadanos a ganarse la vida más allá de la frontera. Sudáfrica se convirtió en el principal destino.

Cuatro millones de zimbabwenses, alrededor de un tercio de la población, necesitan asistencia alimentaria, según el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
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El gobierno de Robert Mugabe negocia con las el opositor Movimiento por el Cambio Democrático con miras a las elecciones de marzo. Los dirigentes de este partido son víctimas de violaciones de derechos humanos desde hace años.

Alrededor de 40 por ciento de los zimbabwenses residentes en Sudáfrica mantienen a tres o cuatro personas aún radicadas en su país de origen, y 30 por ciento a más de cinco.

El cálculo corresponde a una investigación realizada por la Universidad de Sudáfrica, auspiciada por el Foro de la Diáspora de Zimbabwe, el no gubernamental Instituto de Opinión Pública Masiva, en Harare, y el sudafricano Instituto para la Democracia.

Para el estudio fueron entrevistados 4.654 zimbabwenses en los suburbios de Berea, Hillbrow y Yeoville, en Johannesburgo.

Daniel Makina, que dirigió el equipo universitario, estima que en Sudáfrica viven entre 800.000 y un millón de inmigrantes de Zimbabwe, muchos menos que estimaciones muy citadas según las cuales hay entre dos y tres millones.

Makina concluyó que la mayoría abandonaron Zimbabwe luego de 2001, motivados, al principio, por la intimidación y la tortura a manos del gobierno. Pero la economía se encaramó al tope de la lista hace algún tiempo.

Quienes se las arreglan para ingresar a Sudáfrica afrontan nuevas dificultades. El desempleo de aproximadamente 40 por ciento desata competencia por los puestos de trabajo, y también agresiones contra los inmigrantes.

Además, cuando hay trabajo, a menudo se paga mal: 60 por ciento de los inmigrantes zimbabwenses ganan menos de 300 dólares al mes, según la investigación de Makina.

La vasta mayoría de esos inmigrantes envían a sus países de origen dinero o mercaderías por valor, en promedio, de 40 dólares mensuales. Esto puede no parecer mucho, pero cuando se considera la cantidad de zimbabwenses que viven en Sudáfrica el panorama toma otro color.

Si esos inmigrantes son unos 800.000, y solo la mitad tienen trabajo, las remesas podrían ascender a hasta 190 millones de dólares anuales.

A esto se suma el dinero que mandan los zimbabwenses desde otros países de la región e incluso lejanos, particularmente Gran Bretaña.

Florence, de 48 años, mantiene a flote a su familia de nueve integrantes. Llegó a Sudáfrica hace 11 años, cuando era fácil obtener un permiso de trabajo.

En Sudáfrica, Florence cuida al hijo de una pareja de expatriados. En Zimbabwe, ninguno de sus familiares tiene empleo. Poseen un predio cerca de la sudoccidental localidad de Plumtree donde cultivan verduras, pero en los últimos meses la falta de lluvias los perjudicó.

Todos los meses, Florence les envía dinero y maíz, parafina, jabón, azúcar y ropa. Y también materiales de construcción, porque está edificando una casa para ella misma en la propiedad familiar.

En esta tierra, a unos 800 kilómetros de Johannesburgo, las cabras deambulan en medio de los matorrales, con sus cencerros sonando. Las colinas de granito se vislumbran en el horizonte.

El hijo de Florence vive en una casa de una habitación, equipada con una cama, una vieja bicicleta y algunas alacenas. Dice que su madre se ocupa mucho de la familia.

Los demás familiares planeaban colocar el techo de la casa de Florence el año pasado, pero necesitaban planchas de zinc adicionales. Y avisarle que tenía que enviar dos más el mes siguiente suponía caminar 15 kilómetros hasta una aldea para llamarla a través del teléfono de un amigo.

La investigación de Makina señala que dos tercios de los zimbabwenses que viven en Sudáfrica regresarían a su país si mejorara la situación política y económica.

El de Florence es uno de esos casos. "Mi madre es anciana y necesita mi amor. Estoy aquí sólo porque tengo que estar", expresó.

Sikhumbuzo también quiere volver, pero no tiene muchas esperanzas de poder hacerlo pronto.

"Solamente regresaré cuando el presidente Mugabe se haya ido", aseguró.

* Algunos nombres que aparecen en este artículo fueron cambiados para garantizar la seguridad de las personas involucradas.

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