Orlando Berrios, de 53 años, trabaja más de ocho horas por día como barbero en el barrio habanero de Párraga, y comparte con su esposa labores domésticas ante la mirada incrédula de sus vecinos, que lo consideran un «tipo raro».
Berrios decidió hace mucho tiempo romper con los patrones machistas que la sociedad inculca a las personas de su sexo, porque constituyen "mentiras y debilidades". Sin embargo, su caso es poco común en esta isla caribeña, donde las puertas de los hogares ocultan historias de desigualdad y violencia contra las mujeres.
"Soy de los que practicaba la violencia silenciosa: ni peleo con mi mujer, ni le doy golpes a mis hijos, pero considero que a veces soy violento, porque soy de buen carácter, pero de malas pulgas", fácil de enojar, dijo a IPS Lázaro Berrios, de 47 años, hermano de Orlando.
En declaraciones a la revista Enfoques, que publica la corresponsalía de IPS en Cuba, la psicóloga Mareelén Díaz señaló que "existe la concepción de que los asuntos familiares y, en mayor medida, los eventos de violencia corresponden al mundo privado del hogar, aun cuando se violen derechos elementales de los seres humanos".
Orlando y Lázaro aprendieron temprano a realizar los trabajos de la casa, en una familia numerosa radicada en una zona pobre de la periferia capitalina. "Se requiere más valor para romper con esa tradición violenta y machista que para permanecer en un medio que te atrapa", aseveró el mayor de los hermanos.
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Ambos crecieron en un ambiente que les enseñó un "falso concepto de la hombría", según el cual "mientras más mujeres se tiene, más hombre se es", apuntó Lázaro, convencido ya de que haber sido "mujeriego" generó infelicidad en otras personas y en sí mismo.
El concepto hegemónico de masculinidad persuade a los hombres de su superioridad física, social e intelectual sobre las mujeres, lo que conduce a despreciarlas y descalificarlas. Además, los empuja a competir entre ellos por alcanzar el éxito, sin mostrar jamás abiertamente las emociones y sentimientos.
"No somos superhombres, somos seres humanos", señaló a IPS Xavier Muñoz, coordinador ejecutivo de la Asociación de Hombres Contra la Violencia de Nicaragua (AHCV). "Debemos darnos cuenta de eso, porque en nuestro hogar hay una familia que no quiere a un superman sino a un compañero de vida, a un padre, un hermano, un hijo, que piense y sienta como un ser humano", acotó.
"La asunción de la masculinidad hegemónica, además de conducir al deterioro de nuestra salud física y exponernos a peligros mortales, determina y hasta atrofia nuestro desarrollo personal, y daña especialmente la dimensión afectiva de nuestro ser", indica un documento elaborado por esa organización no gubernamental.
Muñoz y Johnny Jiménez, de AHCV, impartieron el primer Taller de Sensibilización sobre Masculinidad y Violencia de Género, en la sede del Taller de Transformación Integral del barrio habanero de Buenavista.
Organizado por el no gubernamental Grupo de Reflexión y Solidaridad Oscar Arnulfo Romero (OAR), el encuentro contó con el apoyo de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (Cosude) y Ayuda Popular Noruega (APN).
Entre el 27 y el 29 de noviembre, se reunieron una treintena de hombres de diversos sitios de la capital cubana, desde simples ciudadanos interesados, hasta líderes religiosos y trabajadores sociales implicados en iniciativas de desarrollo local y proyectos de transformación comunitarios.
"A pesar de todos los programas de la Revolución a favor de la mujer, por la equidad de género, sigue habiendo una educación sexista y violencia intrafamiliar de una manera muy fuerte", dijo a IPS Gabriel Cordech, coordinador general de OAR, que ha constatado la existencia de violencia en la sociedad mediante varios diagnósticos.
"Consideramos que para alcanzar una sociedad justa como la que se propone el gobierno y el (gobernante) Partido Comunista es necesario trabajar para erradicar las formas de violencia existentes", enfatizó.
Aunque Cuba carece aún de estadísticas abarcadoras, las autoridades han reconocido la presencia de violencia intrafamiliar, sobre todo psicológica y emocional.
Para Jiménez, "una de las grandes carencias de nuestras revoluciones (la cubana y la nicaragüense) es, precisamente, la revolución personal", pues se han priorizado los cambios estructurales por encima de las transformaciones en los comportamientos y actitudes individuales.
"La verdadera revolución debe pasar por cada individuo, por cada persona, hombre y mujer, para que la estructura social pueda tener cambios", afirmó su colega Muñoz, que junto a Jiménez ha visitado Cuba en tres ocasiones.
Los hombres congregados en el taller se comprometieron a analizar el asunto en sus hogares y compartirlo con la comunidad, criar a sus hijos como personas de paz fuera de los patrones tradicionales de violencia, redescubrir la paternidad como componente esencial de la masculinidad e, incluso, releer la Biblia desde un enfoque de género.
Para romper con la violencia lo primero es "reconocer que todos los hombres, por nuestra construcción social, somos violentos", sostuvo Muñoz. "Es necesario reconocer que la causa principal de la violencia es el poder que ejerzo como hombre-macho, de dominar y controlar a las mujeres, a la naturaleza y todo lo que me rodea", dijo.
Jiménez consideró fundamental "dejar de justificar la violencia", pues mientras esto ocurra " vamos a seguir pensando que es la única manera de resolver los conflictos".
Orlando Berrios, con la experiencia de quien ha renunciado a la violencia, recomendó "acordarse de que nuestro primer hogar fue el vientre de una mujer". "El mundo es al revés de cómo nos dijeron", apuntó este hombre que rechaza los estereotipos machistas enraizados en este país caribeño. "Una manera de desaprender todo lo que hemos acumulado en el orden negativo es empezar a sembrar otro tipo de semilla en la mente de los muchachos que vienen", indicó Berrios. "Hay que empezar a sembrar otro tipo de práctica más humana, más espiritual, que nos va a hacer más libres a todos", aseveró.