«Tenemos que poner las botas en el terreno, pero al mismo tiempo queremos ganar los corazones y las mentes», asegura el teniente coronel Nicola Tereano, joven y carismático comandante de la fuerza de paz italiana en Zibqin, al sur de Líbano.
Tereano se reclina en la silla y bebe su café espresso en el bar del cuartel de la fuerza, una parada ineludible para los soldados ansiosos por degustar un sabor que les recuerda a su patria. "Sin el consentimiento de la población no podemos cumplir nuestro deber. Es imposible", asegura el militar.
"Por eso la principal tarea es cumplir la misión al mismo tiempo que realizamos actividades con la comunidad. De otra forma es un riesgo para nosotros", explica.
Zibqin es una pequeña, aislada comunidad agrícola de 1.500 habitantes, asentada en la cima de una accidentada colina con una espectacular vista de la ciudad de Tiro y el mar Mediterráneo. Ubicada a unos pocos kilómetros de la frontera con Israel, los escombros y afiches que recuerdan a los "mártires" de Zibqin dan testimonio de la conflictiva historia con su vecino.
El verano pasado, Zibqin sufrió un golpe devastador cuando una bomba mató a 12 miembros de una misma familia mientras estaban desayunando, al comienzo de la guerra de 34 días entre Israel y la milicia libanesa Hezbolá.
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Sesenta por ciento de las casas resultaron destruidas por los bombardeos y hoy los campos de cultivo están plagados de miles de municiones de racimo sin explotar.
Aunque luego del cese del fuego, Hezbolá entregó 10.000 dólares a quienes sufrieron daños en sus propiedades, los pobladores se quejan porque la ayuda de largo plazo para la reconstrucción, prometida por el gobierno del primer ministro libanés Fouad Siniora, todavía no se ha concretado.
Muchos se vieron forzados a desplazarse a la capital, Beirut, a Estados Unidos o a los países del Golfo Pérsico ante la imposibilidad de hacer frente al costo de reconstruir sus casas y por las dificultades para encontrar trabajo.
"El primer día después de la guerra fue realmente muy malo. Había olor a muerte", recuerda Fátima Bzei, una atractiva maestra de escuela que vive con su familia en una pequeña casa en las afueras del pueblo, cerca de la base italiana.
"Mucha gente se ha ido. Antes tenía muchos amigos, pero hemos estado separados durante un año y nuestra relación ha cambiado", agrega.
Tereano y sus 150 hombres del regimiento de caballería saboyana llegaron a Zibqin hace un mes, en el marco de la rotación semestral de tropas. Son miembros de la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas en Líbano (Unifil, por su sigla en inglés), establecida inicialmente en 1978.
El año pasado, al finalizar la guerra, el Consejo de Seguridad del foro mundial aumentó el número de sus integrantes y militarizó sus funciones.
Alemania, España, Francia e Italia son los países que más contribuyen a esta fuerza de paz de 14.000 hombres, desplegada en el sur de Líbano.
Los soldados de Tereano patrullan el área en vehículos blindados livianos: controlan el contrabando de armas, prestan seguridad para la demarcación de la frontera con Israel, llevan un registro de las violaciones al espacio aéreo por parte de los aviones de combate israelíes y, sobre todo, despliegan un gran esfuerzo para mantener las relaciones con la comunidad.
"Nadie supera a los italianos en esto", asegura un ex asesor de Unifil, Timar Goksel, en diálogo con IPS. "Saben que ganar las voluntades de la gente es lo que les da seguridad a las tropas. Así reciben información y advertencias".
Sin embargo, la bomba que mató a seis soldados españoles el 24 de junio tuvo un costo para las relaciones con la comunidad. Los miembros de la fuerza de paz se recluyeron tras altos muros a prueba de explosivos y comenzaron a patrullar con vehículos blindados.
"Unifil enfrenta un dilema", explica Goksel. "Como fuerza militar debe mostrar que toma medidas, pero eso tiene un costo. Necesita mantener relaciones con la población civil, pero eso no puede hacerse detrás de barricadas y en blindados".
Las lluvias del invierno se aproximan y el creciente costo del combustible domina la conversación en la casa de Bzei, la maestra de escuela, mientras la televisión informa las últimas noticias sobre la crisis política en Beirut.
La familia conoce las privaciones. Fátima y su hermana Somaya dan clases para ayudar económicamente a la familia, mientras su padre enfermo tiene que desactivar bombas de racimo antes de cultivar su predio de olivos y tabaco con los que obtiene una mínima ganancia.
Los abuelos de Fátima se mudaron el verano pasado, cuando una bomba destruyó su casa. Su hermana mayor perdió ambas piernas hace 15 años a causa de otra bomba israelí.
La distracción favorita de la familia es pasar las tardes en el porche de su casa, fumando y saludando a los vecinos mientras las patrullas italianas pasan frente a ellos periódicamente. "Los nepaleses estuvieron aquí hasta 2000. Actuaban como civiles y querían ayudar a todos", recuerda Somaya.
"Pero los italianos de Unifil no hablan con nadie, sólo van y vienen en sus vehículos. No vemos un cambio y los aviones de combate israelíes están en el cielo todos los días", agrega.
Tereano, junto con el alcalde de Zibqin, está trabajando para cambiar esta percepción. Cuando a una mujer y a su hijo que se había cortado una mano se les negó atención médica de emergencia en la base, los italianos escucharon a los vecinos indignados, se disculparon y montaron un clínica de primeros auxilios que funciona los viernes de mañana.
Tereano se propone ahora formar un equipo de fútbol con los niños del pueblo e iniciar un foro sobre salud para las mujeres. "En este momento el riesgo para el contingente italiano es muy bajo. Aquí se percibe que la situación está en calma", explica.
Goksel desmiente los rumores acerca de una inminente retirada de las tropas de Unifil. "Continuarán poniendo el acento en las relaciones con el ejército libanés y evitarán involucrarse en la política local", señala.
"Tenemos buenas relaciones con los italianos", afirma Raef Bzei, cuyo trabajo incluye la resolución de disputas comunitarias. Señala que la remoción de las bombas de racimo es la preocupación fundamental y se muestra entusiasmado con los proyectos de los italianos: tiene esperanza en la atención médica en la base, el mantenimiento de carreteras y la creciente interacción con la gente.
"Se sabe que todos aquí en el sur aman a Unifil y los tratan como a miembros de su propia familia. Si algo les pasa, los responsables no son del sur, sino de otro lugar", asegura.