El triunfalismo en las declaraciones oficiales y los medios de prensa que acompaña cada viaje al exterior del primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, se vio atenuado luego de su visita al presidente de Estados Unidos, George W. Bush.
En la reunión se discutió la crisis en el norte de Iraq. En Ankara se esperaba que Washington se comprometiera a colaborar con el ejército turco para combatir a las milicias del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), o que le diera luz verde para una invasión masiva del norte iraquí, desde donde operan los insurgentes.
Empero, lo único que Erdogan logró aparentemente en el encuentro de 90 minutos del 5 de este mes en Washington fueron garantías de Bush sobre amistad entre los dos países y su declaración caracterizando al PKK como un enemigo común.
Un mensaje similar ya había sido entregado en Ankara por la secretaria de Estado (ministra de Relaciones Exteriores) de Estados Unidos, Condoleezza Rice.
En su intento de evitar una invasión turca al Kurdistán iraquí, Bush anunció una nueva asociación militar tripartita, en la que Estados Unidos, Iraq y Turquía compartirán información de inteligencia. También dijo que Washington estaba considerando tomar medidas adicionales.
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"Con inteligencia deficiente no podemos resolver el problema. Pero con buena, sólida inteligencia, enviada en tiempo real, utilizando moderna tecnología, haremos que sea mucho más sencillo ocuparse efectivamente" del PKK, dijo Bush.
Antes de viajar a Washington, Erdogan había insistido que su intención era obtener un compromiso de Estados Unidos sobre medidas concretas. "El pueblo turco está cansado e impaciente", afirmó en relación con la tibia posición estadounidense frente a la creciente violencia de los insurgentes del PKK.
El público esperaba el anuncio de acciones más duras por parte de Bush.
Una acción militar turca contra los kurdos fue seguramente discutida en Washington. Erdogan asistió a la reunión acompañado no sólo por su canciller, Ali Babacan, sino por su par su ministro de Defensa, Vecdi Gonul, y el vicejefe del Estado Mayor del ejército, general Ergin Saygun.
En una conferencia de prensa luego de la entrevista, el primer ministro reiteró que la invasión del norte de Iraq —autorizada por el parlamento a principios de octubre— permanecía como una opción.
Ni Bush ni Erdogan desean una crisis, potencialmente riesgosa para ambos.
El primer ministro turco se encuentra bajo presión de la población en general —y del ejército y la oposición en particular— para que envíe tropas al norte de Iraq y aplaste al PKK, aunque él prefiere personalmente encontrar una solución negociada.
Paradójicamente, sus seguidores, incluyendo a influyentes miembros del oficialista Partido de la Justicia y el Desarrollo, que Erdogan preside, favorecen una demostración de fuerza, sin importar su costo ni el tiempo que pueda demandar.
Bush también se encuentra en una posición poco envidiable. A causa de la ocupación de Iraq, Estados Unidos no puede privarse del apoyo de los kurdos: tienen influencia en la política interna —el presidente iraquí, Jalal Talabani, es kurdo— y controlan alrededor de un tercio del territorio, incluyendo importantes reservas de petróleo.
La estrategia de Bush, en consecuencia, apunta a mantener el apoyo kurdo aunque complaciendo al nacionalismo turco permitiéndole a Erdogan salvar las apariencias frente a su pueblo.
Los primeros pasos en esta dirección se dieron pocas horas antes de la reunión en Washington. El primer ministro iraquí, Nouri al-Maliki, declaró solemnemente que su gobierno tomaría las medidas necesarias para detener las actividades del PKK en la zona fronteriza con Turquía.
Sus palabras fueron seguidas por el cierre de varias oficinas de la organización en Iraq y un mayor control de los pasos de frontera para limitar los movimientos de los insurgentes. Luego, milagrosamente, ocho soldados turcos secuestrados por el PKK en octubre fueron liberados.
Todos miran hacia Washington para explicar el súbito cambio en la actitud iraquí. Erdogan fue privado de argumentos que le podrían haber otorgado una posición negociadora más fuerte en su diálogo con Bush. En cambio, tuvo que dejar la iniciativa en manos de Estados Unidos y los iraquíes. Mantuvo la amenaza de una invasión para salvar las apariencias.
No ha sido dicha, sin embargo, la última palabra. Tanto Estados Unidos como Turquía tienen algo que la otra parte desea.
Ankara necesita garantizar la estabilidad de su flanco sudoriental en un momento de crecimiento económico sin precedentes y una creciente demanda de energía. Además, quiere asegurarse el apoyo del gobierno de Bush para que el Congreso legislativo estadounidense no apruebe una resolución que califica como genocidio a la matanza de 1,5 millones de armenios por parte del ejército turco entre 1915 y 1916.
Washington, por su parte, busca mantener abiertas sus rutas de abastecimiento hacia Iraq y buena parte de ellas atraviesan territorio turco. Además, intenta convencer a Ankara para que no establezca una relación estrecha con Irán. Se estima que ya se han iniciado negociaciones que contemplan estos puntos.
Por el momento, sin embargo, lo más probable es que Estados Unidos tolere que el ejército de Turquía haga algunos disparos en las montañas de la frontera con Iraq, que ya fueron abandonadas por el PKK.
También presionará a Erdogan y al gobernador de la provincia semiautónoma del Kurdistán iraquí, Massoud Barzani, para que dejen de lado su enemistad personal y lleguen a un compromiso creativo.
Existen otros factores que ni Bush ni Erdogan pueden ignorar. Los países árabes sospechan cada vez más de las reales intenciones de Turquía para invadir el norte de Iraq, cuyas reservas de petróleo Ankara ha reclamado como propias en el pasado.
Los árabes, que sufrieron la dominación del Imperio Otomano durante 500 años, hasta la finalización de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), observan la transformación de Turquía en una potencia económica y militar regional como un mal signo. Incluso temen una permanente ocupación turca de otras regiones iraquíes.
Sólo Washington puede convencer a ambas partes para que no tomen iniciativas que alteren el equilibrio de fuerzas en la región.
En este momento, sin embargo, la atención de Estados Unidos y Turquía está concentrada en Irán. En los últimos meses Ankara se acercó a Teherán, en lo que aparece como un plan de más largo aliento destinado a convertirse en un actor de peso en el mundo musulmán y especialmente en Medio Oriente.
Con las negociaciones para ingresar a la Unión Europea en punto muerto, tanto los ciudadanos comunes turcos como los centros de estudios piden un cambio de dirección y el abandono de la doctrina del fundador de la república luego de la Primera Guerra Mundial, Mustafa Kemal Ataturk, quien se volcó hacia Occidente.
En julio, a pesar de la oposición de Estados Unidos, Irán y Turquía firmaron un memorando de entendimiento por el cual Ankara invertiría 3.500 millones de dólares en los yacimientos gasíferos iraníes de South Pars.
Irán, por su parte, dio pruebas de su amistad al tomar medidas drásticas contra miembros del PKK que vivían en su territorio. Asimismo se ofreció como mediador en la crisis del norte de Iraq, una propuesta que Turquía rechazó amablemente durante una visita del ministro iraní de Relaciones Exteriores, Monouchehr Mottaki.
Motakki acusó en el pasado a Estados Unidos e Israel de conspirar para crear un Kurdistán independiente, que reuniría entre 25 y 30 millones de kurdos que viven en Irán, Iraq, Siria y Turquía.
Aunque los planes de Estados Unidos en este punto son difíciles de descifrar, las relaciones amistosas con los kurdos iraníes son parte de la estrategia para controlar a Teherán.