Bruce Laingen era encargado de negocios de la Embajada de Estados Unidos en Irán en 1979 cuando, en el fervor de la Revolución Islámica, estudiantes tomaron la sede diplomática y cambiaron de manera irrevocable el vínculo entre ambos países.
Laingen y otros 51 diplomáticos estadounidenses pasaron 444 días en cautiverio. Fueron liberados el 20 de enero de 1981. Mientras se preparaba para abordar un avión de línea argelino, se volvió hacia uno de sus secuestradores y le dijo: "Espero ver el día en que su país y el mío vuelvan a tener una relación normal."
Este domingo se cumplirán 28 años de la ruptura total de lazos diplomáticos, económicos y militares de Washington con Teherán.
En una conferencia auspiciada por el Centro para la Justicia Global y la Reconciliación, que se realizó esta semana en la catedral de la capital estadounidense, diversos expertos participaron en un debate raramente visto en televisión, en el Congreso legislativo o en la Casa Blanca.
En el estado actual de la relación entre Estados Unidos e Irán, coincidieron, los que está en juego no podría ser más serio.
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La retórica alcanzó un punto de excitación extrema. A la desconcertante negación del Holocausto judío por parte del presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad, se suman las advertencias de su par estadounidense George W. Bush, sobre una inminente "tercera guerra mundial" si régimen islámico adquiere armas nucleares.
Laingen se refirió al "discurso envenenado y la parálisis política que ha caracterizado la conducta de ambos países" y al hecho de que "el muro de desconfianza es demasiado alto. Será muy difícil derrumbarlo".
Con el trasfondo de los fracasos de Estados Unidos en Iraq, la belicosidad del gobierno de Bush se ha intensificado. La semana pasada, impuso las más severas sanciones unilaterales contra Teherán desde 1979, a causa de su programa nuclear.
Además, puso en práctica su controvertida decisión de declarar "organización terrorista" a la unidad Quds —fuerzas especiales— de la Guardia Revolucionaria Iraní, por su supuesto apoyo a insurgentes en Iraq.
"La palabra terrorista está hoy vacía de contenido, es hipócrita", dijo Stephen Kinzer, ex jefe de la corresponsalía del diario The New York Times en Teherán y autor de "All the Sha's Men" ("Todos los hombres del Sha").
Este libro se refiere al golpe de Estado que derrocó en 1953 al primer ministro de Irán —elegido democráticamente— Mohammad Mossadeq, impulsado por la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA).
"Primero encontramos grupos alrededor del mundo que no nos gustan y luego buscamos la forma de calificarlos de terroristas", señaló Kinzer, quien consideró que ese doble discurso se refleja en la visión de Estados Unidos sobre organizaciones kurdas de países diversos.
El Partido de los Trabajadores del Kurdistán, enfrentado con el gobierno de Turquía, "es terrorista", mientras que el Partido por una Vida Libre en el Kurdistán, opuesto a Irán, "recibe nuestro apoyo", dijo Kinzer.
La línea dura de Bush incluso recibió críticas de supuestos aliados, como el presidente ruso Vladimir Putin, quien comparó las sanciones contra Irán con las acciones de "desequilibrados con hojas de afeitar en las manos".
Rusia es uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas —junto con China, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña— y mantiene relaciones normales con Teherán.
Irán mantiene una actitud desafiante ante las presiones de Washington apuntadas a supervisar su programa nuclear, que según el gobierno de Bush le otorgará la capacidad de desarrollar armas atómicas.
Los panelistas señalaron que la tensión entre ambos países subraya la continua incapacidad de Washington para entender la historia, cultura y aspiraciones de los ciudadanos de Irán, al igual que los efectos de sus políticas sobre la actitud mental de los iraníes.
"Tienen una conciencia democrática que es única en Medio Oriente", opinó Kinzer. "Si el gobierno democrático de Mossadeq no se hubiera obsesionado con la nacionalización del petróleo, el golpe de 1953 no habría ocurrido", apuntó Kinzer.
"Si Estados Unidos no derrocaba a su gobierno, hubiéramos tenido una floreciente democracia en el corazón de Medio Oriente durante estos últimos 50 años", agregó.
El golpe de Estado —con nombre clave Ajaz— se llevó a cabo durante el gobierno de Dwight D. Eisenhower (1953-1961) y contó también con apoyo de Gran Bretaña. Empleando sobornos masivos, la CIA reinstaló al sha Mohammad Reza Pahlevi, monarca aliado de Washington.
Asimismo, si Estados Unidos no apoyaba la invasión de Irán por parte del dictador iraquí Saddam Hussein en 1981 los líderes religiosos del régimen chiita no hubieran podido consolidar el poder político que habían ganado dos años atrás, según Trita Parsi, experto en política iraní.
El ayatolá Ruollah Jomeini, líder de la Revolución Islámica de 1979, "sobrevivió no a pesar de, sino gracias a la invasión iraquí", afirmó Parsi. Una guerra de Estados Unidos contra Irán "hará que todos se unan para enfrentarla. El gobierno resultará fortalecido en lugar de caer y el programa nuclear no será abandonado sino que se acelerará", agregó.
Kinzer también criticó a la prensa masiva estadounidense, "que ha jugado un papel vergonzoso ayudando a avivar las llamas de la guerra, tal como lo hizo en el caso de Iraq".
"Hemos fracasado verdaderamente porque siempre presentamos los problemas entre Estados Unidos e Irán a través del paradigma del gobierno. Se trata de una clásica falla de la prensa y es por esto que la gente apoya políticas contrarias a los intereses de nuestra nación", agregó.
También hubo oportunidades perdidas. Por ejemplo el memorando firmado por el ayatolá Alí Jamenei, en el que ofrecía total transparencia para el programa nuclear de Irán, dejar de apoyar al Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas) y a la Jihad Islámica, convertir a la milicia libanesa Hezbolá en un partido político, desarmando a sus grupos combatientes y apoyar a un gobierno iraquí que no fuera sectario.
La oferta fue presentada al gobierno de Estados Unidos por el ex legislador Bob Ney varias semanas después de la invasión a Iraq y fue ignorada.
"Los iraníes dicen que no existió. Es un ejemplo perfecto de oportunidades perdidas y de parálisis política, que puede instalarse con mucha facilidad", dijo Langain.
El moderador del panel, el representante Wayne Gilchrest, del gobernante Partido Republicano, afirmó que si el Congreso legislativo calienta la retórica "sobre el carácter terrorista, insurgente o rebelde de la Guardia Revolucionaria sólo reducirá las posibilidades de que disminuya la desconfianza".
"Ya es hora de negociar con los iraníes", concluyó. "Es momento de que los viejos dialoguen antes de enviar a los jóvenes a morir."